11 septiembre, 2019
Para siempre
La noticia del martes no fue que la selección de básquet llegó a la semifinal. La noticia no es haber derrotado al principal candidato ni haberse clasificado a Tokio 2020. La noticia es la eternidad que consiguieron. Ya no son una casualidad, no son una moda, no van a los mundiales a sacarse fotos.


Hernán Aisenberg
Si hace 20 años atrás venía alguien a decirme que Argentina iba a ser una potencia mundial del básquet me hubiese agarrado un ataque de risa. Es que justamente en aquel año 1999, la selección nacional de basquetbol perdía la clasificación a Sydney 2000 frente a EE.UU. Si bien habíamos salido campeones panamericanos en Mar del Plata 1995, habíamos hecho una gran performance en Atlanta 1996 y un importante octavo puesto en el mundial de Grecia del 1998, ni el más optimista hubiese imaginado todo lo que vino después.
En aquel torneo preolímpico en San José de Puerto Rico el dólar salía apenas un peso pero ni se imaginan lo que costaba ganar ese peso. Una Alianza simulaba ser una buena opción política y un “corralito” significaba nada más que un espacio pequeño donde se albergaban animales domésticos. En el mundo del básquet todavía existía una cosa que se llamaba Yugoslavia y EE.UU. te presentaba a los universitarios que años más tarde serían grandes estrellas de la NBA. O no.
En Argentina gracias a la Liga Nacional de León Najnudel veníamos en alza, Sin embargo los objetivos seguían siendo alcanzar las citas mundialistas y olímpicas, participar en los torneos de élite y salir en las fotos con los grandes jugadores a nivel mundial. Teníamos tres jugadores que habían sido llamados por ojeadores de la liga gringa, pero no habían quedado. Éramos el viejo Gil de Los Simpson. Solo hace 20 años. Jamás hubiéramos podido imaginar que algo iba a cambiar tan rápido y para siempre. Incluso quizá recién ahora nos estamos dando cuenta que fue para siempre.
Luis Scola tenía 19 años y era una de las promesas de esa selección que se quedó sin Sydney. Lo que para el mundo del básquet argentino era una proeza, algo inesperado: “Bien por este equipo que casi va a los Juegos”.
Ellos ya no veían eso. Lo veían como un fracaso. Por eso ganaron de punta a punta el premundial de Neuquén en 2001. El país se iba a la mierda pero unos pibes que jugaban a un deporte que no veía nadie ganaban un torneo continental por primera vez en la historia de nuestro deporte.
“No venimos a sacarnos fotos”, dijo un año después Rubén Magnano (el entrenador) en el vestuario el 4 de septiembre en Indianápolis. Antes de salir a jugar contra Reggie Miller, Anthony Davis, Paul Pierce y Ben Wallace en su propia casa. «EE.UU. sufrió la mayor deshonra de su baloncesto» titulaba el diario El Mundo de España. Cuando llegaron al hotel donde paraban todas las selecciones del mundo FIBA, (todos menos los 12 gigantes de la NBA) se encontraron con los balcones y los pasillos llenos de jugadores de primer nivel aplaudiéndolos.
Pero querían más. Tuvieron que ganar otro y otro y otro. Llegaron a una final contra ese famoso Yugoslavia y nos tiraron con el referí. Los mejores del mundo en este deporte saben que fue falta y que se lo ganábamos si era realmente de igual a igual. Por eso respetaban. Porque nos tiraron la chapa, la historia y el nombre para llevarse el título, pero no nos vencieron.
Pero no alcanzó. Pensaron que fue una hazaña, aislada. Que todo volvía a la normalidad en el próximo partido, pero el próximo fue nada menos que la revancha contra lo que ahora ya no era Yugoslavia sino Serbia y Montenegro. El día de la “palomita” de Manu que superó en popularidad a la de Aldo Poy. Pero era la primera fecha. Tuvieron que ganarle de vuelta al Dream Team. Esta vez más enojados, más atentos, más furiosos que nunca. Esta vez con Tim Duncan, Allen Iverson, Carmelo Anthony y unos jovencitos Dwayne Wade y LeBron James. “Argentina degrada la NBA”, decía el diario El País, también de España.

Pero eso fue semifinales. Todavía había que ganar el oro. Y otro cuarto puesto en el siguiente mundial en Japón 2006, y un bronce en Pekín 2008 y quintos en Turquía 2010 y otro cuarto puesto en Londres 2012 después de ganar un preolímpico continental más el año anterior en Mar del Plata y con un estadio repleto. Ya no era el equipo que jugaba en Argentina para 1500 personas y metía apenas un recuadro en los diarios deportivos.
Recién en España 2014 (15 años después de aquella derrota en San José) se volvió a un onceavo puesto mundialista. Pero no se trataba de un recambio generacional. Todavía no. Solo era un bache con un equipo alternativo y sin sus máximas figuras.
Ellos volvieron. Porque fueron interminables, porque fue una generación que quedó para siempre, que dejó una marca, que removió las estructuras. Fue una generación que revolucionó todo, que cambió todo lo que deba ser cambiado. Volvieron en Río de Janeiro 2016 acompañando a una nueva camada que empezaba a surgir. Se quedaron en cuartos contra el que finalmente fue campeón, pero otra vez le plantaron cara. Se fueron con bronca. Manu y el Chapu se retiraron con ganas de haber ganado una vez más. No estaban felices por la carrera que dejaban atrás, por el legado. Se iban mal porque se querían retirar con un triunfo por más imposible que fuera para todos los que mirábamos de afuera.
Era un equipo que no tenía techo. Metimos el primer argentino en la NBA pero todo pasaba tan rápido que el segundo en llegar debutó antes que el primero. A los dos años o tres años los Spurs nos regalaron el primer anillo argentino. Después vinieron otros tres más, uno acompañado de otro argentino, uno como MVP de las finales, otras tantas participaciones argentinas hasta haber alcanzado los 12 jugadores (no al mismo tiempo pero un plantel completo al fin) en tener aunque sea unos minutos de juego en la Liga más poderosa del mundo, un asistente de entrenadores, uno que llegó a las 15 temporadas con su equipo, que fue parte de uno de los tríos más legendarios del deporte, que fue premiado con la retirada de la #20 y que va camino al Hall of Fame.
En un país endeudado, donde no hay comida, no hay trabajo, no hay vivienda, no hay Ministerio de Salud, aparece un equipo sin techo, que no sabías hasta donde podía llegar y que se dispuso llegar donde muy pocos en la historia del básquet, pero también donde muy poca gente del deporte, el arte o la cultura llegan: la eternidad.
Tan eternos que 20 años después, el mismo Luis Scola, con más canas, más arrugas, más triples, más parsimonia y 39 años lidera este grupo de pibitos, muchos de ellos que nacieron prácticamente con esta realidad. Así como los bebés de este siglo manejan el lenguaje de la tecnología digital con mucha más facilidad que el lenguaje oral como lo conocemos, lo mismo le pasa a esta nueva selección. Nació con esto.

Naturalizó que Argentina es potencia, que sale a jugar en todas las canchas y contra cualquier rival. Facundo Campazzo, el otro líder de este equipo, fue el primero en empezar a compartir minutos en cancha con la Generación Dorada. Facu tiene 28 años. Tenía 4 con el oro panamericano de Milanesio y Espil, 10 cuando ganamos el preolímpico y apenas 13 cuando ganamos la dorada en Atenas. Y eso que junto con Laprovittola y sin contar al Luifa, son los más veteranos del plantel.
Pero no solo lo tomaron como costumbre. Lo cumplieron. Lo cumplen cada día que salen a la cancha. Ellos salen a ganarle a cualquiera, de igual a igual. Con respeto, pero exigiendo el mismo trato. El viernes cuando le ganaron a Venezuela habían cumplido el primer objetivo que era meterse otra vez entre los mejores ocho equipos del planeta. El domingo se aseguró el primer puesto para poder tener supuestamente un rival más accesible en cuartos. Todos esperábamos a España, pero los ibéricos dieron el batacazo contra los serbios y nos cambiaron la llave.
Antes de vernos otra vez las caras con Serbia, apareció el cierre de los otros grupos. Con Brasil afuera, se lograba el segundo objetivo primordial: el pasaje a Tokio 2020, el quinto juego olímpico consecutivo. Un logro que solo compartimos con EE.UU., Australia y quizá en un rato España. Se estaban sellando los primeros 20 años en la élite de este deporte, pero seguía sin verse el techo.
Sin presiones, sin desesperación fueron a ganarle al principal candidato al título, al de las torres de 2,22 (Marjanovic), 2,13 (Raduljica y Milutinovic), 2,10 (Vircevic) y 2,09 (Bjelica y Nicola Jokic que fue un pivot importantísimo en la liga apareciendo en el quinteto ideal). Lo buscamos y lo merecíamos, pero el deporte no siempre es justo. “Somos el mejor equipo del mundo detrás de EE.UU.”, decían los serbios antes del partido o incluso antes del mundial. “Quizá somos mejor equipo que Argentina, pero ellos nos mostraron que querían este triunfo más que nosotros en este momento”, dijeron después.
Para muchos la historia será apenas una noticia: “Argentina dinamitó el Mundial con su ya histórica competitividad”. El mundo del básquet nos estaba mirando de vuelta. Están los que nos subestimaron y lo van a seguir haciendo. Están los que se siguen sorprendiendo, los que no ven tanto basquet y no pueden creer lo que está pasando y están ellos que siempre confiaron porque siempre confían y porque tienen esa mentalidad ganadora, abrumadora,
Y estamos nosotros que sabemos que no hay vuelta atrás. Porque la noticia no es la semifinal. La noticia no es haber derrotado al principal candidato ni haberse clasificado a Tokio. La noticia es la eternidad que consiguieron. Ya no son una casualidad, no son una moda, no van a los mundiales a sacarse fotos. Somos una potencia mundial y es para siempre.
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