Batalla de Ideas

9 septiembre, 2019

Con la restricción externa en la cabeza

Las limitaciones cambiarias devolvieron a escena un debate suspendido: la falta de dólares como límite al crecimiento. El macrismo sostuvo su ficción con deuda, pero duró poco. El desafío ahora es recrear las condiciones de 2002. ¿Con Vaca Muerta?

Federico Dalponte

@fdalponte

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Si Argentina discute lo elemental, se estanca. Y lo contrario cuando zanja debates centenarios. Los acuerdos basales trazan puentes: los genocidas, presos; la salud, gratuita; las Malvinas, argentinas. Y el dólar, bajo control del Estado. Tardó casi tres décadas, pero finalmente cayó la fábula del acceso al dólar como derecho humano inalienable. El interés particular del ahorrista o del timbero cede siempre ante al interés general.

Pero no es el único mito. Ese se suma a otro de igual naturaleza noventista: la independencia del Banco Central, leyenda enterrada por Mauricio Macri cuando cambió dos veces a su presidente en apenas cuatro meses en 2018.

Ambos dogmas cayeron ante una realidad irrefutable, pero que ahora sirve para discutir nuevos escenarios. Los límites a la dolarización debe ser una política sostenida en el tiempo. No por capricho estatista ni por cerrazón ideológica, sino porque de ello depende buena parte de la estabilidad macroeconómica del país.

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La salida intentada por Cambiemos para sortear la histórica restricción externa apenas reprodujo la receta de José Martínez de Hoz: alto endeudamiento en dólares y libre circulación de capitales, con resultados catastróficos para la economía argentina.

En el instante final, el macrismo procuró limitar esa sangría, pero el problema estructural seguirá intacto y con una deuda externa mayoritariamente dolarizada. Si no median imponderables, el valor de la divisa se mantendrá estable y el gobierno lo venderá como un logro preelectoral: un dólar quieto, pero con 10% de desocupación y 35% de pobreza. La estabilización del paciente terminal.

El próximo gobierno, por tanto, deberá afrontar el doble desafío: resolver el problema urgente de la deuda a través de la reprogramación de pagos –como mínimo– y revertir una tendencia económica de insuficiente generación de dólares, alta fuga y alta doralización.

En ese marco, el laberinto externo será crucial. Y en el Frente de Todos ya hacen planes en caso de que se confirmen los resultados de agosto, con un especial interés por asegurar el superávit en la balanza comercial. Un cambio importante después de cuatro años en los que el PRO machacó con que el problema no era la falta de dólares, sino el déficit fiscal primario –en pesos–.

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La reunión de Alberto Fernández con la «Mesa de Enlace» dejó buenas impresiones en los dirigentes rurales, aunque saben que los días felices del macrismo con retenciones cero y especulación para liquidar divisas están terminados.

Esa curva fue tal vez la más llamativa de estos últimos años: del fin de las retenciones en diciembre de 2015, a su regreso en septiembre de 2018; y del plazo de 30 días para liquidar divisas por exportaciones en 2015, a cinco años en 2016, a diez años en 2017 y a cinco días en 2019.

Esa curva fue tal vez la más llamativa: del fin de las retenciones en diciembre de 2015, a su regreso en septiembre de 2018; y del plazo de 30 días para liquidar divisas por exportaciones en 2015, a cinco años en 2016, a diez años en 2017 y a cinco días en 2019.

Si se pretende asegurar una salida del pozo de manera sostenida, las regulaciones al sector agroexportador deberán mantenerse. Aunque las reacciones frente a proclamas más audaces, como «Junta Nacional de Granos» o «reforma agraria», evidencian que el mayor generador de divisas puede resignarse a perder lo conquistado con Macri, pero defenderá con uñas y dientes lo alcanzado con Carlos Menem.

Paradojas de la historia: la parcelación de tierras, apoyada en los ’60 por John Kennedy y su Alianza para el Progreso para ganar productividad, hoy es denunciada por la Sociedad Rural como un resabio del comunismo.

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Argentina llegará a diciembre con otra inyección de morfina. El Fondo Monetario duda si girar o no los 5.400 millones de dólares prometidos. En principio porque el programa acordado se cumplió formalmente hasta julio, pero después explotó por los aires. Y después porque la ayuda aliviaría las finanzas a demasiado corto plazo, pero complicaría a quien asuma el próximo 10 de diciembre.

En ese sentido se entiende el pedido de Alberto Fernández al FMI: no remitir fondos al país para financiar la fuga de capitales, pero sí para sostener la transición. La fuga parece haber sido limitada ahora por Hernán Lacunza, aunque el «reperfilamento» de la deuda sigue siendo un problema a mediano plazo. La tradición argentina es tomar deuda para pagar deuda, y eso no cambiará en el futuro inmediato.

La apuesta del candidato opositor, en ese marco, incluye el factor Vaca Muerta como nuevo motor económico, a la par del sector agrario y hasta que la industria se recupere de lo que Axel Kicillof bautizó como un «industricidio». Se trata así de promover las fortalezas de ese nuevo generador de divisas que apenas está dando sus primeros pasos: sus primeras exportaciones y sus primeras contaminaciones.

Fernández ya piensa en Guillermo Nielsen como una suerte de encargado oficial para que el Estado haga pie en el reservorio neuquino, hoy plagado de explotaciones en manos de firmas foráneas. “No tiene sentido tener petróleo si las multinacionales se lo llevan”, enfatizó la semana pasada en referencia a la dependencia de inversiones extranjeras para explotar un recurso nacional.

La Argentina es el segundo país del mundo con mayores reservas de gas no convencional y el cuarto de petróleo. Los próximos años verán la apuesta de una nación por alcanzar el esquivo desarrollo a través de sus recursos naturales, con todo lo audaz, lo estratégico y lo polémico que eso implica.

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