Deportes

9 septiembre, 2019

Diego y Gimnasia andaban para encontrarse

El camino más probable indica que el club tripero se va a ir al descenso. Pero la llegada del mejor futbolista de la historia a la dirección técnica cambió todo. Un técnico y un club que juegan al límite y esperan poco menos que un milagro.

Nicolás Zyssholtz

@likasisol

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Es un tópico común dentro del mundillo futbolero decir que los hinchas de Gimnasia estamos, o somos, tristes. Los simpatizantes de Estudiantes, incluso, hacen juegos de palabras con uno de los apodos del club. “Tristeros”, espetan, queriendo ser ingeniosos.

Se equivocan. Es cierto, imposible negarlo, que la historia futbolística del Lobo está más asociada con las desgracias que con las alegrías; 132 años de vida como club, 104 ininterrumpidos afiliado a la AFA, y apenas dos campeonatos: uno en 1929, el penúltimo antes de la profesionalización, y otro en 1994, la Copa Centenario. A los dos, por distintas razones, se les reduce el valor, cuando no se los niega directamente.

Entre 1995 y 2005, Gimnasia se ahogó en la orilla muchas veces. Ese 25 de junio del ‘95, un gol de Javier Mazzoni le negó el título en el mismísimo Bosque. Al año siguiente, quizás el mejor equipo de la historia del club se quedó a un gol en cancha del clásico rival de consagrarse. 1998, 2000, 2002, 2005, siempre ahí, cerquita.

Los últimos 15 años son de desgracias absolutas: una goleada histórica ante Estudiantes abrió las puertas del infierno y desde entonces el club pasa de la crisis a la esperanza como quien se cambia de remera. Tocó fondo con el descenso en 2011.

Pero se equivocan los que dicen que estamos tristes. No lo estamos. No es la desgracia lo que nos alimenta, si no la esperanza. “La adversidad no nos vence, nos retempla”, latiguillo convertido en lema no oficial del club por sobre el tradicional “Mens sana in corpore sano”, es toda una definición. En Gimnasia siempre sale el sol; así sea un rayito, para nosotros anuncia la primavera.

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Desde hace 15 años, ese rayito de sol tiene nombre y apellido: Pedro Antonio Troglio. Desde 2005 hasta hoy, el Lobo vivió tres primaveras: la del Apertura de aquel año, donde peleó mano a mano el campeonato con el Boca de Alfio Basile; la del ascenso en 2013 y el torneo de 2014, en el que el título se le escapó frente al River de Ramón Díaz; y la última, hace menos de un año, la final de la Copa Argentina en Mendoza, que en los penales cayó del lado de Rosario Central. El denominador común fue tenerlo a Pedro en el banco.

«Yo jugué en el club, la gente me quiere y todo pero esto es otra cosa”, dijo Troglio, que ahora dirige a Olimpia de Honduras. “En este momento, Gimnasia necesitaba a alguien de otro planeta”.

Y lo encontró. Diego Armando Maradona es el nuevo entrenador tripero, en reemplazo de Hernán Darío Ortíz. De la mano de Christian Bragarnik, el representante más poderoso del fútbol argentino, cuyos tentáculos tocan a al menos la mitad de los clubes de la Superliga, el presidente Gabriel Pellegrino pergeñó este golpe de efecto cuando faltan apenas tres meses para que termine su mandato, que en lo futbolístico fue catástrofico.

Ahora en La Plata nadie hace cuentas con los promedios, en los que Gimnasia está último; tampoco miran la tabla de posiciones, donde el Lobo también se ubica en el fondo. Todos y todas sueñan con Diego.

Es cierto, su currículum como entrenador no da ninguna razón para la esperanza: viene de perder dos finales en Dorados de Sinaloa, de la paupérrima segunda división mexicana. Antes tuve pasos más o menos aceptables por dos equipos de los Emiratos Árabes y el recordado Mundial 2010, con el 0-4 y el “no nos comamos el chamuyo de Alemania”. En el fútbol local no dirige hace casi un cuarto de siglo: fueron pasos cortos y turbulentos por Mandiyú y Racing, mientras purgaba la suspensión por dóping del Mundial 94.

Pero es su sola presencia la que llena de esperanza. Es la posiblidad de que ese plantel con algunos nombres de cierta jerarquía (Marco Torsiglieri, Brahian Alemán, Víctor Ayala) y varios jóvenes entusiastas, recupere el alma y cambie su historia. ¿Quién si no D10s podría obrar semejante milagro?

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Miles de personas, jóvenes, viejos, varones, mujeres, se ponen en cuclillas, achinan los ojos y asoman la nariz entre las vigas de cemento que forman la “tribuna de 60”, la cabecera del estadio de Gimnasia que da espaldas a la Facultad de Medicina. La cancha les queda atrás, pero la atención está ahí. Diego acaba de pisar Tierra Santa y, bajo una gorra blanca, se abre paso lentamente entre un mar de guardias de seguridad, dirigentes y figurones de turno hasta la zona de vestuarios, donde lo esperan sus jugadores.

Minutos después, Maradona sale de la boca del Lobo. El túnel personalizado para el club le da la bienvenida al más grande de todos. El clima en el Bosque es único. No por la cantidad de gente; si algo no le ha faltado a Gimnasia en su historia es hinchas. El clima es otro.

Es una alegría, un triunfo. “Vale una estrella”, se burlan los hinchas rivales ante la supuesta falta de títulos tripera. Pero Diego tiene bordado ese escudo complicado, único, con su casco de armadura, sus laureles, su florete y su sable. Diego es de Gimnasia. Así sea por un día. Para siempre.

Maradona llora. Lloran 25 mil personas. Lloramos todos y todas las hinchas del Lobo. “Pensé que me estallaba el corazón”, dice. Yo también.

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“Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”, empieza Rayuela, de Julio Cortázar. Diego no es Oliveira y Gimnasia no es la Maga, ni viceversa. No estaba marcado en ningún lado que sus caminos debían cruzarse, pero igualmente parecen combinar bien.

Gimnasia es un club humilde en todo el sentido de la palabra. A pesar de su tradición y permanencia en primera, es poco exitoso. Más allá de su origen de alcurnia, representa desde hace más de un siglo a las mayorías populares de La Plata y sus alrededores. “Para ser hincha del Lobo / dos cosas hay que tener / una casilla en Berisso / y un long play de chamamé”, cantaba en tono de burla la hinchada de Estudiantes en los años ‘60. 

El club de los triperos, trabajadores de los frigoríficos. El que lleva muchos años a la sombra de su clásico rival en éxito deportivo, pero nunca en masividad.

“Es como si Diego siempre quisiera empezar desde Fiorito”, definió con certeza el periodista Alejandro Wall. El camino maradoniano siempre fue de la gloria a Devoto, y de vuelta para allá. De Fiorito a la Bombonera, de Barcelona a Nápoles, de la gambeta a los ingleses a la enfermera yanqui, de la muerte al menos dos veces.

Diego juega al límite. Gimnasia también. Al Lobo no le alcanzaba el rayito de sol de siempre. A Maradona le hacía falta una chance para su enésima redención. Andaban para encontrarse.

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¿Qué va a pasar ahora? El camino más probable de Gimnasia termina en el descenso. Hoy la salvación se ubica a 11 puntos, aunque aún quedan 87 por jugar. Pero ahora todo es esperanza. El próximo domingo, en el Bosque y frente a Racing, la pelota refrendará las expectativas o dará un golpe de realidad.

Mientras tanto, se multiplican los socios, los sponsors, se sueña con levantar el concurso de acreedores, hacer las obras para finalizar la remodelación del Estadio del Bosque, y vaya a saber cuántas cosas más. La fe mueve montañas. Y D10s todo lo puede.

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