Nacionales

3 septiembre, 2019

Macri, la basura, el negocio y la lucha por el medio ambiente

Los vínculos de la familia del presidente con el negocio de la basura datan de hace más de 40 años. En la retirada de su gobierno continúa en esa línea habilitando la importación de residuos sin control. Un modelo que choca con el de las y los recicladores urbanos así como de una juventud que cada vez se preocupa más por el futuro del planeta.

Juan Pablo Tagliafico

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Desde la última dictadura en Argentina, la familia Macri mantiene estrechos vínculos con el manejo de los residuos en el área metropolitana de Buenos Aires. En la década de 1970 la empresa Manilba, parte del grupo SOCMA dirigido por el padre del actual presidente, pasó a hacerse cargo de la recolección y el transporte de la basura en el marco de un “innovador” sistema de gestión que, con CEAMSE a la cabeza, prometía rápidas soluciones y, más importante aún, cuantiosas regalías para el sector privado.

Sus consecuencias comenzaron a sentirse hace ya algunas décadas con conflictos importantes en diferentes puntos del Conurbano así como también en el centro porteño. 

A fines de 1991, en medio de un escándalo por la importación de residuos radiactivos impulsada por el gobierno de Carlos Menem, se sancionó la Ley Nacional de Residuos Peligrosos (Ley N° 24.051). Más allá de las flexibilidades que la legislación aún presentaba (principalmente en lo que refiere a su aplicación en áreas provinciales), significó un paso adelante en la regulación del ingreso de residuos en el área nacional, requiriendo por ejemplo la autorización de la autoridad ambiental designada. 

Hasta 2018, esta potestad la poseía el Ministerio de Ambiente. Sin embargo, cuando el Gobierno Nacional decidió “sincerar” sus prioridades, lo rebajó a Secretaría, integrando esa cartera a la Jefatura de Gabinete. 

El pasado 27 de agosto, Macri terminó de dar cuenta su desinterés por cuestiones ambientales, así como por resolver los problemas cotidianos de quienes trabajan día a día con materiales reciclables. Con la firma del decreto 591/19, se admite la importación de residuos sin certificación alguna.

Como sugiere un comunicado de la Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores (FACCyR), la medida va a contramano de decisiones a nivel mundial como la de China, que cerró la importación de residuos. En parte porque eran imposibles de ser procesados. Pero la decisión de Macri no está tan desconectada del mapa geopolítico mundial. 

EE.UU. representa el principal generador de residuos (de todo tipo) y el país n° 1 en emisión de gases de efecto invernadero. Aun así, es el principal país que desestima todo acuerdo ambiental a nivel global, como el último Acuerdo de París, y no sufre ninguna consecuencia al respecto. El presidente Donald Trump cuestiona pública y reiteradamente el calentamiento global como principal problemática global de nuestra actualidad.

Asimismo, en estos días Brasil es tristemente célebre a nivel mundial por sus ya más de 20 días de incendios en el Amazonas. Además de las pobres políticas de prevención y las posteriores respuestas, el mandatario Jair Bolsonaro se mantuvo en línea con su par norteamericano y adoptó una posición preocupante, negando la seriedad del problema y la complejidad de la discusión.

La contracara de este proceso la constituye la creciente demanda a nivel mundial por políticas ambientales. Aunque aún minoritaria, caracterizada por su heterogeneidad, estas movilizaciones tienen un factor en común: el protagonismo de amplias capas de la juventud. 

Los Fridays for future en Europa y EE.UU., las reacciones por Instagram de los millenials argentinos por el Amazonas (y su significativa invisibilidad en los medios de comunicación mainstream), así como también el próximo 1° Encuentro de Jóvenes Porteños por la Acción Climática, resultan pequeñas pero sintomáticas respuestas que aún no adquieren una articulación política clara, pero dejan abierto un interrogante. 

¿Vivimos un desacople entre la superestructura política (y mediática) y las acciones de una juventud mundial que se preocupa hoy por su futuro? ¿Pueden estos movimientos juveniles articular con otros actores como los miles de cartoneros que trabajan día a día en basurales o en la calle? ¿Podemos pensar en movimientos ambientales de la mano con trabajadores y trabajadoras de la economía popular como una forma de dar una respuesta política a la situación actual? Habrá que ver cómo se desenvuelve este proceso. Aunque tiempo no nos sobre.

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