2 septiembre, 2019
Se dice default no reperfilamiento
La historia del endeudamiento externo argentino se remonta a principios del siglo XIX. Desde entonces hubo una constante: los préstamos nunca fueron para solucionar problemas de la población y generaron más problemas económicos que los que supuestamente venían a resolver.


Nicolás Castelli
La relación de nuestro país con el endeudamiento externo tiene casi ya 200 años. En este tiempo, pedir plata sirvió la mayoría de las veces para el negocio de unos pocos y la miseria de muchos. También para que los acreedores externos definan nuestra política interna.
Los resultados más dramáticos del último episodio con la deuda están a la vista: la necesidad de declarar la emergencia alimentaria ya que no está asegurada la nutrición de los pibes y pibas, aunque los que tomaron deuda decían que nos convertiríamos en «el supermercado del mundo».
Pedimos plata para nuestras guerras de independencia, para destruir un modelo soberano de país de una patria hermana, para sostener bicicletas financieras y ficciones de tipo de cambio. ¿Dónde comenzó esta historia con la deuda y el default?
Stand by siglo XXI: listo para endeudarnos
Hace más de un año, luego de una corrida cambiaria, Mauricio Macri decidió escribir otro capítulo en esta relación de usura y chantaje haciendo ingresar al país en otro ciclo de endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Dijeron que era un “Fondo distinto”, que había que acudir a él por el “desastre” que dejaron en las cuentas públicas los gobiernos kirchneristas.
Pero el duranbarbismo y los espejitos de colores se terminaron con la inflación récord, la pobreza de 35%, la desocupación de dos dígitos y otros indicadores. El globo amarillo se pinchó. Pasó lo que tenía que pasar con un gobierno neoliberal de ricos para ricos: crisis social y una pesada herencia que pagar. Cuando se caen las puertas del marketing las cosas se muestran tal cual son.
Como otras veces sucedió, Argentina cayó técnicamente en cesación de pagos en deudas de corto plazo. «Default selectivo» dicen los mismos que califican el riesgo país. Ya saben que no tenemos con qué pagar.
Ahora toda la población debe asumir el costo de una deuda que nadie pidió y que no sirvió más que para sostener la especulación financiera y la fuga de capitales. En concreto, para que se lleven cuantiosas ganancias los que ya ganan siempre.
Consumado el fraude, no hay dólares pero sobra el hambre al punto que al reclamo de los movimientos sociales por la emergencia alimentaria se le sumó la iglesia.
La revolución de la alegría y el FMI dejó una verdadera tragedia económica y social que todavía puede empeorar al ritmo que se queman las reservas del Banco Central. Mientras el mundo ya advierte que estamos en la lona a la cuenta de diez. La larga agonía del fallido experimento macrista serán los meses más intensos y largos de la década donde asistiremos a manotazos de ahogado que desdibujarán la prédica neoliberal de años.
Se acabaron las divisas y los ceos ahora tienen que hacer política para el resto, la inmensa mayoría que es esa Argentina que detestan y nunca van a entender. Les jode la pasión igualitaria de ese país que no se resigna. Su proyecto de nación llega hasta el Cardenal Newman y un par de countrys más y después vemos, por ahí algo derrama. Capitalismo de barrios cerrados.
Pero subestimaron la política con libros de Osho y Big data, ahora la historia argentina de 200 años se les vino encima con cuello de botella de dólares y votos.
La deuda funcionó históricamente como una manera más perfeccionada de mantener al país en un rol subordinado y dependiente en la economía mundial.
Nos metieron en la cabeza la idea de honrarlas al punto que en su momento no nos atrevimos a discutir el origen “ilegal, inmoral, y fraudulento” de la deuda de la dictadura militar y genocida. Tal como la declaró un juez de la nación en el año 2000 sobre la base de una monumental investigación de décadas realizada por Alejandro Olmos.
Episodio I y II: hoy reperfilamiento antes default
El primer capítulo de esta historia de endeudamiento se escribió en 1824 con la prestamista inglesa Baring Brothers. En ese entonces gobernaba la Provincia de Buenos Aires Martín Rodríguez y su secretario de Gobierno era Bernardino Rivadavia, el de la avenida más larga del mundo que el día que se rediman todas las frustraciones habría que rebautizar con el nombre de un patriota.
Se pidieron un millón de libras esterlinas, de las cuales quedó un saldo disponible de 552 mil -restando intereses adelantados y gastos de gestión- que se terminaron de pagar en 1905. No solo pasaron 81 años para cancelarla sino que ni un solo centavo fue destinado para realizar el objetivo que la originó: la obra pública.
Al año siguiente del empréstito Baring, el Banco de Inglaterra subió la tasa de interés para frenar la caída de sus reservas. Cayó la bolsa, quebraron bancos y sobrevino la crisis en el Imperio y toda Europa.
¿Qué tuvo que ver esto con nosotros? Nuestras guerras de independencia se financiaron con bonos ingleses. La corona británica también gobernaba las finanzas del mundo de la época y sus financistas estaban dispuestos a seguir haciendo negocios luego de las guerras napoléonicas una década antes del derrumbe bursátil. Por eso decidieron sponsorear, no desinteresadamente, la independencia de las colonias españolas.
En 1827, dos años después de la crisis, Argentina no pudo pagar los bonos. Primera burbuja financiera de la historia y primer default que recién se pudo cubrir en 1857.
Pocos años después Bartolomé Mitre tomó préstamos para financiar la Guerra de la Triple Alianza (1865 – 1870). Dinero extranjero para librar una guerra infame y fratricida que solo sirvió a los intereses imperiales de Londres.
Destruir al Paraguay no fue solo diezmar a su población sino acabar con un proyecto de país soberano, industrial e independiente que iba a contramano de los negocios de las elites locales y los intereses del capital británico. La nación guaraní era un “mal ejemplo” que no quiso atarse a las cadenas de una división del trabajo internacional desigual. Por eso no debía prosperar y había que disciplinar su osadía con guerra y deuda.
Con la generación de 1880 y el modelo agroexportador sobrevino en 1886 la primera ola privatizadora. El electo presidente Miguel Juárez Celman vendió todas las empresas de servicios públicos.
Era la época del “unicato” entre políticos y empresarios. Un capitalismo de amigos que endeudó al país en un 60% del Producto Bruto Interno. En 1890 se declaró el default, se precipitó la crisis y la Revolución de Parque -encabezada por la Unión Cívica Radical (UCR)- provocó la renuncia del mandatario. Sí, hubo una vez que los radicales se levantaron y fueron revolucionarios.
Los otros dos episodios de endeudamiento y default, 1982 y 2002, por su cercanía en el tiempo y las heridas que dejaron están más presentes en la memoria colectiva.
No es la intención historizar marcando continuidades que muchas veces conducen a esencialismos desmovilizantes del tipo “este país no tiene arreglo”. No. Historizar debe servir para construir las futuras rupturas necesarias para liberarnos de una vez por todas de todo lo que nos oprime. Porque a pesar de todo somos un pueblo que todavía cantamos, todavía reímos y todavía luchamos.
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