Batalla de Ideas

28 agosto, 2019

El piquete de los Dólares

Este miércoles salieron a la calle cientos de miles de trabajadores y trabajadoras de la economía popular. A reclamar para poder llegar a fin de mes, para poder comer, en definitiva, para llegar vivos a diciembre.

Crédito: Prensa CTEP

Nicolás Caropresi*

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Sin entrar en discusiones muy profundas y simplificando al moño, el capitalismo es la posibilidad de que vos vendas tu fuerza de trabajo o que vos compres fuerza de trabajo ajena. Casi 200 años de historia han construido ciertas reglas de convivencia bajo esas premisas, adentro de las naciones, entre las naciones y para con el mundo natural.

El convenio colectivo de trabajo es una de las reglas más o menos fundamentales para garantizar que la relación entre el que compra y el que vende su fuerza de trabajo sea más o menos equitativa, es decir para darle cierto poder de negociación al que iba a ofrecer su cuerpo o su cerebro para producir bajo las órdenes de los dueños o patrones. Los patrones siempre putearon por eso, cuanto más poder de negociación tenga el que trabaja, más complicado va a ser ventajearlo.

Cuando el capitalismo estaba en pañales, los únicos que podían gobernar eran los patrones, el resto casi no tenía derecho a votar. Si eras mujer, aunque seas patrona, tampoco podías. Cuando el capitalismo fue madurando y ya empezaba a tener barba, los trabajadores y las trabajadoras votaban y en muchísimos casos ya habían logrado construir sus gobiernos. Entonces los patrones recurrieron a los ejércitos, y utilizaron el miedo y la violencia para que nadie ose a discutir si lo que te pagaban por tu trabajo era una miseria.

Dictaduras latinoamericanas, guerras, ventas de armas, drogas y torturas acompañadas de muchísimos artilugios utilizaron para tratar de devolver el mundo a la infancia del capitalismo. En definitiva todo el mundo sueña con volver a ser un niño o niña, sobre todo porque en esa etapa de la vida no hay que ser responsable, no hay muchas reglas y casi que uno puede hacer lo que quiere.

En Argentina (en todo el mundo el proceso se da con sus características más propias) eso significó 30 mil personas asesinadas. No sólo asesinadas, desaparecidas. Treinta mil personas sobre 26 millones que era la población de ese momento. En Agentina eso significó que se roben una generación, ni dólares ni obra pública, se robaron 30 mil personas.

Como eso no les bastó, las décadas siguientes se robaron casi toda nuestra capacidad industrial, o se la regalaron a capitales extranjeros. Privatizaron todo lo que podía ser privatizado, los niveles de desocupación y pobreza alcanzaron a casi la mitad de la población. Mientras tanto la tecnología (ese acumulado milenario de conocimientos y herramientas para la supervivencia como especie) fue desarrollándose por y solo bajo los intereses de los patrones más poderosos del mundo. Destruyeron la educación, destruyeron el acceso a la salud, a los servicios, básicamente a los derechos humanos.

Luego vino un intento de forzar la distribución, que solo se podía cargar sobre las ganancias de quienes esos 200 años en la Argentina habían vivido en paz: la oligarquía y el precio inigualable que había alcanzado la soja. Cuando se necesitó exprimirla un poquito más, cortaron las rutas nacionales durante casi cuatro meses. Desabastecieron las ciudades más grandes. Y luego de años de desarrollo económico y del mercado interno algunos comenzaron a llamar al proceso, la década ganada, porque había incluido a numerosísimos grupos de personas al consumo y al trabajo.

Pero había un número duro, un 15%, que seguía por fuera. No del consumo, pero si del trabajo o de la posibilidad de ser explotado en una relación laboral formal, es decir con reglas. Cartoneros, cuidacoches, vendedores ambulantes, cooperativistas.

En el capitalismo presente es imposible pensar en la inclusión laboral formal de esos compañeros y compañeras y ese es el fenómeno que puso en pie de lucha la CTEP. O mejor dicho, fueron esos y esas trabajadoras las que pusieron en pie la herramienta gremial para luchar por los derechos de todos aquellos que van quedando para siempre en las alcantarillas del sistema económico que hoy conduce al mundo a la muerte y la extinción.

Después vino Macri. Vamos a abrirnos al mundo. En eso fueron literales y abrieron la Argentina como si fuera una lata de sardina para servirla en la mesa de los mercados para que cada comensal se llene la cuchara. En ningún momento el plan económico macrista contemplaba las necesidades de nuestro pueblo, y eso era clarito.

En eso son igualitos a Rivadavia, tomaron el poder para poder complacer a algún millonario extranjero, o a una mesa de millonarios extranjeros. Cuarenta por ciento de pobreza, casi 14 millones de pobres, uno de cada dos niños comen dos platos al día si su mamá renuncia a uno. Pero insisten en que la fuerza laboral es cara, insisten en que la correlación de fuerza juega en contra de los patrones.

Las 200 mil personas que este miércoles fueron a exigirle al gobierno de patrones, mulos de patrones extranjeros, que necesitan más plata, que necesitan más comida, que necesitan respaldo para poder llegar vivos a diciembre son los y las que hoy a pesar de todo y contra todo se organizan, piensan y trabajan para construir un mundo más justo. Un mundo de relaciones entre humanos y no entre patrones y obreros, un mundo gobernado por seres vivos y no por el deseo insaciable de dinero.

Los mercados se enojaron y para demostrar que se enojan se llevaron dólares de nuestro país, devaluaron la moneda un 30%, condenaron a más gente a la pobreza y donde antes había 10 platos para 20, ahora hay siete para 40. Pero según la prensa los desestabilizadores somos los movimientos sociales.

* Referente del Movimiento de Trabajadores Excluidos

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