27 agosto, 2019
St Pauli: un pionero del fútbol rebelde con causa
En el norte de Alemania existe una institución deportiva que cobró fama mundial a partir de la década de 1980. Como reza un cartel en su museo esta es «la increíble historia de un club que se convirtió en uno de los más famosos de Europa. Sin grandes trofeos. Sin tener mucho dinero».


Nicolás Castelli
Existe en los clubes de fútbol en Europa una conexión entre ideología e hinchada que en algunos casos marcan una fuerte impronta identitaria a la institución. Equipos donde la pasión por el deporte y la militancia política y social se confunden y se hacen el mismo sentimiento.
Es común también que las rivalidades en ocasiones excedan lo futbolístico e involucren diferencias irreconciliables. En las tribunas no es extraño ver banderas o pancartas en solidaridad con refugiados, con Palestina, contra el racismo, la homofobia y el fascismo. Como así también sucede lo opuesto, hinchadas que hacen de la intolerancia su horizonte, que se posicionan a la derecha y agreden jugadores de equipos rivales de otras nacionalidades y etnias.
Aunque en los últimos tiempos en nuestro país han comenzado a surgir sectores antifascistas en muchos clubes, autorganizados por hinchas que además de luchar contra todo tipo de violencia e intolerancia también luchan contra el fútbol negocio, no es la tónica que ha marcado a las tribunas argentinas a lo largo de la historia.
A pesar que todavía algunes hinchas se opongan a “mezclar el fútbol y la política” como si no lo estuvieran y nunca lo hubiesen estado en una sociedad tan politizada como la nuestra, no deja de ser auspiciosa y saludable estas iniciativas.
Pero, más allá de esto, en el viejo continente, existe uno de los pioneros de este futbol rebelde, de izquierda y antimainstream que nos gusta: el alemán St. Pauli.
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Nacido en 1910 en la zona portuaria de la ciudad de Hamburgo, fue en la década del ochenta del siglo pasado que el St. Pauli cobró relevancia como “el club más de izquierda del mundo”. La conciencia no es algo innato, sino que se construye, por eso el camino de compromiso político y social que forjó este club empezó en el movimiento okupa hace 30 años atrás.
Sankt Pauli es también el nombre del barrio rojo de la ciudad. Ubicado a orillas del rio Elba conocido por los cabarets donde a principios de los sesenta tocaban los Beatles antes de ser famosos. Además de ser una zona históricamente habitada por la clase obrera, es uno de los más liberales y tolerantes del mundo donde la prostitución es legal y donde existe una amplia oferta cultural.
En la década del sesenta, fue el epicentro del movimiento okupa que dos décadas después se expandió masivamente, sobre todo en la zona del paseo marítimo, alrededor de las calles de Haffenstrasse y Berhard Nocht Strasse. Mucha de la gente que vivía en estas casas ocupadas empezó a ir a la cancha.
En un principio iban a ver al Hamburgo, el equipo rico y poderoso de la ciudad que en esos años campeonaba en la Bundesliga. Como en las tribunas se cantaban contra los okupas y gays decidieron ir a ver al St. Pauli, el club emblema del barrio y rival futbolístico e ideológico.
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De a poco fueron ganando cada vez más lugar e imprimiendo al club y a las tribunas el color y el tinte político actual a través de hechos y acciones que lo convirtieron en un equipo que tiene “una historia que contar». «La increíble historia de un club que se convirtió en uno de los más famosos de Europa. Sin grandes trofeos. Sin tener mucho dinero», como reza un letrero en su museo.
El origen de este sitio es un fiel reflejo consecuente con su ideología. Como cuenta Erik Hauth, un hincha que escribe en un blog de fanáticos, “quisieron instalar una estación de policía dentro del estadio». «Nos opusimos con fuerza. Somos una hinchada antisistema. Terminamos construyendo un museo», apuntó.
Con cerca de 11 millones de simpatizantes, el St. Pauli es un club que “dice las cosas correctas, hace las cosas adecuadas y viste los colores justos (el blanco y el marrón). Es un antídoto para las personas que se han desilusionado del fútbol vacío y comercial que vemos ahora», explica el periodista Uli Hesse, especialista en el fútbol germano.
«Estamos en contra del racismo, el sexismo, el fascismo y la homofobia”, es la declaración de principios de la institución que se lee en su estatuto interno. Nacida a raíz del rechazo a la ola de violencia hooligan que en 1985 terminó en la tragedia de Heysel -donde 39 hinchas murieron por una avalancha en un partido entre Liverpool y Juventus- esta consigna principista muestra al St. Pauli como un pionero en la oposición a cualquier tipo de actividad fascista y de ultraderecha muy común en los barra bravas ingleses de aquellos años.
Primer club en organizar un torneo con refugiados y sede del primer mundial de países no reconocidos por la FIFA en 2010, hace tres años comenzó a producir miel natural dentro de su cancha, el Millerntor, para proteger y aumentar la población de abejas en el mundo, que en el caso de Europa disminuyó un 30% en los últimos cinco años.
En 2012, años antes de que Marcelo Bielsa como director técnico del club inglés Leeds United en honor al juego limpio ordenara a su equipo dejarse hacer un gol, en un partido contra el Unión Berlín, el delantero Marius Ebber, tras anotar un gol con la mano, le dijo al árbitro que lo anulará porque no era válido.
«Ese día metimos otro gol -legal, eso sí- y ganamos. Eso es St. Pauli», declaró luego Sven Brux, jefe de los hinchas del St Pauli.
Ojalá que al contrario de lo que se jactan algunos clubes e hinchadas conocidas en estas tierras, la del St. Pauli sea una hinchada y un club imitado e igualado en el mundo de un fútbol cada vez más mercantilizado y alienante que reproduce los peores valores de este sistema.
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