Nacionales

27 agosto, 2019

Una gestión, dos ciudades

Una crónica que da cuenta de cómo, en la Ciudad de Buenos Aires, renovar el registro de conducir es mucho más sencillo que acceder a una salud pública y de calidad.

Julián Pavese*

@juli_pavese

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Hace unos días fui a renovar la licencia de conducir. Con casi veinte años de manejar por las calles porteñas, no era mi primera vez. Antes pasé, como muchos, por las largas filas a la intemperie en la Dirección de tránsito de la avenida Roca, por los CGP (antes de que se llamaran sedes comunales) y alguna vez por la sede del ACA . Lo que recuerdo es que se trataba de un trámite engorroso, como la mayoría de los trámites, en los que uno sabe cuando empieza pero no cuándo termina. Ahora, en la ciudad de todos los vecinos, la cosa cambió para mejor: se saca turno por internet, se paga con anterioridad por vía electrónica, se hace la charla tomando mate en pantuflas frente a la computadora y uno se acerca a la sede elegida con todo casi resuelto. En mi caso, fui a la sede comunal 2, adentro del Recoleta Mall.

Debo decir que se trató de una experiencia agradable. Llegué en horario a las puertas del complejo shopping-cines-sede comunal y una persona (empleada de la parte “shopping”) me indicó con toda amabilidad a dónde dirigirme. En el tercer piso dos empleadas administrativas me pidieron los papeles necesarios (no tuvieron problema en hacerme una fotocopia que había olvidado) y me hicieron subir al espacio destinado a la renovación de licencias. Pregunté cuánto demoraría todo. Cuarenta y cinco minutos, dijeron. En otro sector, en un espacio con muchos escritorios otros vecinos discutían las infracciones de tránsito. Los controladores, sonrisas de oreja a oreja. Desborde de cordialidad.

El circuito funciona perfecto. Una vez que ingresaron mis datos al sistema, me fueron llamando por pantallas para ir a las distintas postas (foto, visión, audición, etc). En cada uno de los consultorios (blancos, minimalistas, con sillas ergonómicas de diseño) me recibieron con un “buenos días”. No hay demoras. No hay que repetir los datos un millón de veces, los aparatos no son obsoletos. No hay que soportar el mal humor de los empleados públicos. Es entendible. Es esperable. Quien trabaja en un lugar con las condiciones necesarias para desempeñar correctamente sus tareas, en un ambiente lindo, suele hacerlo de mejor humor. Cuarenta minutos después ya tenía el nuevo registro en mis manos. Debe haber sido el día más frío del año, pero ahí adentro la calefacción invitaba a andar en patas y remera. Daban ganas de quedarse y de recomendar la experiencia a todos los conocidos.

***

Pero lo curioso es que este improvisado cronista de pronto cayó en la cuenta de que ese espacio tan bonito es gestionado por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires. La ciudad de todos los vecinos. La ciudad que también lo emplea a él, en un centro de salud de la Comuna 4, en la villa 21 24. Y ahí las cosas son un poco distintas.

Hace tres años se apostó a la modernización del sistema de salud de la ciudad. Se ampliaron los equipos, se instalaron computadoras con historias clínicas electrónicas, hasta se construyeron nuevos centros de salud (CeSAC). Las sedes comunales, supongo, pasaron por un proceso de mejora similar. Pero lo similar no es igual.

Para conseguir turnos en los CeSAC, se puede hacer vía presencial o vía telefónica al famoso 147. Según cuentan algunos pacientes, cuando logran que alguien atienda el teléfono, les dan turno sin opción de elegir efector ni profesional. O sea, el que ya conoce a su médico que viene viendo hace años, si quiere usar la vía telefónica debe cambiar de profesional. No hay tu tía. Del otro lado del mostrador, cuentan algunos profesionales, ha habido casos de agendas duplicadas (un mismo turno dado a dos personas distintas, uno presencial, el otro por el 147), o cosas más ridículas, como pacientes pediátricos citados para médicos clínicos. El periplo para quien está enfermo no es tan simple como lo es para quien quiere manejar.

Quienes logran conseguir turno programado pueden tener la suerte de atenderse en algún centro nuevo, o “caer” en alguno de los más viejos (como el 8, el 18, el 20, el 32, que -spoiler alert- se ubican todos en la zona sur de la ciudad). Para ser justos, también hay algunos en deplorables condiciones en el norte, como el 47, en la villa 31.

Estos centros comparten algunas características: tienen mucho menos consultorios de los necesarios, no cumplen con las medidas reglamentarias, sus salas de espera son pequeñas y sin ventilación, no tienen salidas de emergencia acordes a la ley, y en general funcionan como hornos en verano y heladeras en invierno. No está de más recordar que a los CeSAC suelen acudir muchos niños y gente con alguna enfermedad. El hacinamiento y la falta de aireación no contribuye a su salud.

Después de terminar mi idílico trámite en plena Recoleta llegué a mi trabajo y pensé por qué es que a veces quienes trabajamos en el sector salud estamos de mal humor. Quemados, como se dice. Me gustaría tener siempre la sonrisa de oreja a oreja y la amabilidad a flor de piel. Pasa que es difícil cuando en el lugar que tenemos para comer no entran más de ocho personas (trabajamos entre veinte y treinta en un mismo horario); cuando tenemos un sólo baño para el personal; cuando en algunos consultorios no hay aire acondicionado ni calefacción; cuando no hay más de dos sillas iguales en todo el lugar y todo parece traído de un camión de donaciones del año 1940; cuando hay demoras en las entregas de insumos; cuando faltan vacunas pero se exige controlar que los niños tengan el calendario completo; cuando hay que hablar bajito en las consultas porque no existe la privacidad; cuando todo esto se acompaña de actitudes entre ridículas y cínicas, como inventariar muebles completamente desvencijados (no vaya a ser que nos los robemos), o pintar una y otra vez paredes que se descascaran por la humedad; cuando tenemos que atender cientos de situaciones complejas por día sin los recursos para dar respuesta; cuando los trabajadores de un CeSAC incendiado hace un año (¡un año!) siguen atendiendo en un trailer que iba a ser provisorio; cuando vemos centros nuevos inaugurados sin la conexión de luz o sin calefacción; cuando hay centros en obra hace tres o cuatro años, sin terminar. La lista podría seguir. Los pensamientos y los interrogantes se multiplican.

¿Por qué las dependencias del gobierno de la ciudad son tan distintas?

¿Será que la diferencia está en que el sistema de salud de la ciudad es usado casi siempre por algunos, los que no tienen obra social ni prepaga?

¿Por qué los centros en peores condiciones están en la zona sur? ¿Por qué algunas obras se demoran y otras se hacen en tiempo récord? ¿Será casualidad que sean los centros que están en villas?

¿Será que en esta ciudad somos todos vecinos, pero algunos lo son más que otros?

* Médico generalista

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