Batalla de Ideas

26 agosto, 2019

Territorialidades en disputa: el capital o la vida

Los incendios sobre la selva amazónica ponen sobre la mesa la evidencia que la organización de nuestras vidas en el capitalismo y la maximización de las ganancias es un desastre humano y ambiental que pone en peligro la reproducción y sostenibilidad de la vida.

Nicolás Castelli

@NicoCastelli3

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Este sistema te mata si trabajas y si no trabajas, te mata con lo que comes y con lo que no te deja comer, con lo que respiras y con el agua que tomas. El desastre ambiental no es una casualidad sino la consecuencia del saqueo infinito a nuestros bienes comunes finitos. Es el resultado de una lógica de saqueo de la vida de las mayorías para el despilfarro de unos pocos.

Europa se levanta indignada y preocupada con lo que ocurre en el Amazonas, advierte que no firmará el tratado de libre comercio con el Mercosur por la falta de compromiso ambiental de Brasil, la mayor economía sudamericana. Son hipócritas, porque ellos mismos son también parte del problema por más que ahora en la cumbre del G7 se rasguen las vestiduras por el medio ambiente.

Ninguna de estas potencias pondrá en discusión el modelo extractivista de agronegocios como modo de acumulación de capital, más todavía cuando la mayor parte de los recursos naturales expoliables se encuentran en el hemisferio sur, bien lejos de las miradas “bien intencionadas” y preocupadas por la conservación del ambiente.

Como sostuvieron Chico Mendes y Eduardo Galeano, la “ecología neutral”es decir, desligada de la lucha social y de la crítica radical al sistema que revienta el planeta- se parece más bien a la jardinería. Se hace cómplice de la injusticia de un mundo donde la comida sana, el agua limpia, el aire puro y el silencio no son derechos de todes sino privilegios de los pocos que pueden pagarlos.

El Amazonas ardiendo prende la alarma de la necesidad de poner freno a la anarquía destructiva de los mercados y la necesidad de implementar un desarrollo sustentable y responsable de las fuerzas productivas, algo casi utópico en los marcos del capitalismo actual.  

Los mercados libres requieren de territorios libres de libertad. Esto significa libres de pueblos originarios, campesinos y de cualquier grupo, pueblo, organización o política que intente llevar a cabo sentidos y prácticas que desarrollen alternativas a las relaciones de producción y reproducción que el capitalismo impone

Ya en 1992 la Cumbre de la Tierra se pronunció preocupada por nuestro futuro e instaló aquel concepto de “desarrollo sostenible”, para recordarnos que el desarrollo económico debe ir de la mano de preservar los recursos para nuestras futuras generaciones. Hoy, casi 30 años después, el calentamiento global, el cambio climático, el derretimiento de los polos siguen siendo continuas preocupaciones. Porque la ecuación es fácil: difícilmente haciendo lo mismo los resultados sean diferentes. 

Pero también, lo que sucede en la selva amazónica muestra los intentos permanentes del capital por “vaciar” territorios, más allá del tipo de industria que después se desarrolle.

Es limpiar los territorios de lógicas de habitarlo que no le sean funcionales. Hoy es el extractivismo, pero antes lo fue el modelo agro exportador y en el pasado remoto el saqueo mercantil/colonial los que drenaban las venas de Nuestra América. 

Los mercados libres requieren de territorios libres de libertad. Esto significa libres de pueblos originarios, campesinos y de cualquier grupo, pueblo, organización o política que intente llevar a cabo sentidos y prácticas que desarrollen alternativas a las relaciones de producción y reproducción que el capitalismo impone. En definitiva, el tema es la territorialidad del capital.

Argentina extractiva

Si bien en nuestro país hay muy pocos datos oficiales sobre la compra y venta de tierras, fue a partir de la primera oleada neoliberal de los años noventa donde, con el debilitamiento del rol del Estado, se agudizó el proceso de concentración y extranjerización de la tierra.

Los Benneton, Lewis, Turner son un problema para el acceso y preservación de nuestros bienes comunes naturales como el agua, la biodiversidad o los minerales. Como también lo son Monsanto, la Barrick Gold y la soja transgénica. 

Son las caras visibles de la territorialidad empresarial, privada y extractiva que militariza y limpia territorios; mata a los Santiago Maldonado, Rafael Nahuel, Cristián Ferreyra y a cualquiera que defiende la tierra del avance de un modelo que devasta, erosiona, desertifica los suelos y atenta contra nuestra soberanía alimentaria y territorial.

Nuestro país se consolidó hacia el norte y hacia el sur sobre la idea de “desierto”, invisibilizando a todos los que no respondían al modelo hegemónico. El costo del desarrollo y el progreso fue la muerte de miles de indígenas. Porque el avance de la propiedad privada y del capital legitíma masacres sociales, políticas y ambientales.  

Más cerca en el tiempo, desde que se liberó el uso de la soja transgénica a mediados de los noventa, las plantaciones del “oro verde” cubrieron el 60% de las superficies aptas para el cultivo. Incluso en 20 años, el uso de agrotóxicos aumentó un 800% generando altos niveles de cáncer, abortos espontáneos, niños y niñas que nacen con malformaciones, enfermedades respiratorias y de piel, entre otras. El lado oscuro y mortal del “boom de los commodities”.

Más allá de los diferentes gobiernos y proyectos neoliberales y neodesarrollistas, existe una continuidad estructural con respecto a este modelo de saqueo que pone en juego la soberanía

Con diferentes intensidades, lo cierto es que desde entonces, más allá de los diferentes gobiernos y proyectos neoliberales y neodesarrollistas, existe una continuidad estructural con respecto a este modelo de saqueo que pone en juego la soberanía. 

El progreso sigue siendo la excusa del sacrificio, de territorios y vidas. ¿Qué progreso? ¿Cuánto futuro garantiza para la humanidad este sistema donde unos pocos explotan los recursos de todes? ¿La discusión es la extracción de recursos o debería ser la forma y el control de la misma? 

Los pueblos indígenas y campesinos han extraído recursos desde tiempos inmemoriales. No se trata de una naturaleza intocada, se trata de modelos alternativos al modelo del capital, y eso es lo difícil, porque como dijera alguna vez Mark Fisher, parece “más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”.

El fuego en Amazonas es el capitalismo ardiendo sobre nuestras vidas, es la muestra más clara del futuro que nos espera si no podemos imaginar otros futuros posibles. Futuros que no dependen de los Bolsonaro, los Macri o los Fernández, porque a pesar de sus diferencias lo que los une es la racionalidad del capital, y estas racionalidades –como nos ha mostrado la historia- las cambia el pueblo. 

Por eso necesitamos un pueblo convencido de que sin un pleno ejercicio de la soberanía sobre el territorio, el agua, los minerales, la energía y los alimentos es imposible alcanzar justicia social y un desarrollo sustentable, nacional y popular.

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