13 agosto, 2019
Macri, entre el poder político y el poder real
Hicieron todo mal. No hay mucha más explicación para la paliza que se comió el gobierno el domingo. Se la pusieron en gran forma luego de cuatro años de destruir todo lo que se podía. Chocaron la calesita.


Nicolás Trivi
Tuvieron muchas a favor, casi todas. El campo los bancó porque los sentía como propios. Los medios co-gobernaron con ellos. Las fuerzas de seguridad sintieron que era un gobierno que les daba un lugar que pretendían hace tiempo. El peronismo dividido y desprestigiado, con la CGT que hizo lo imposible para no hacer los paros generales que las bases le pedían. Del tándem poder judicial-servicios de inteligencia mejor ni hablar. En el plano internacional leyeron tarde y mal la guerra comercial entre EE.UU. y China, pero después se subieron a la ola derechista de Donald Trump y Jair Bolsonaro.
Era el gobierno de los «poderes fácticos» en pleno. Pero faltó el Estado como “capitalista colectivo», el poder político usado para garantizar la reproducción del capital en su conjunto, mediando entre sus distintas fracciones. La puja entre los exportadores que necesitan el dólar alto, y la bicicleta financiera que lo precisa estable, sectores a los que se favoreció alternativamente, explica estas megadevaluaciones escalonadas que vivimos desde que levantaron el cepo irresponsablemente. Pusieron a cada sector a que haga su negocio en cada ministerio y ahí la cosa se desmadró.
Hasta las elecciones legislativas la llevaban bien con la grieta. Una polarización que, en lugar de «unir a los argentinos», mantuvo divisiones ya existentes y generó enconos donde no las había. Un sector de la población que los votó (no todo), enceguecido por el odio, les bancó todos los despropósitos, alcanzando niveles de degradación muy fuertes. Personalmente, he visto gente con parientes desaparecidos burlarse de la familia de Santiago Maldonado, por citar solo un ejemplo.
Pero cuando estaban decididos a poner el pie en el acelerador, la resistencia en las calles los frenó. Una resistencia callejera que se expresó en muchas manifestaciones multitudinarias previas, como el día que se derribó el 2×1 a los genocidas, pero que alcanzó su pico en diciembre de 2017. La reforma jubilatoria, con la represión en el Congreso, fue la victoria pírrica donde el macrismo como proyecto de clase, heredero directo de la dictadura militar, encontró su techo para construir una hegemonía duradera (que es lo que venían a hacer, más allá de su pasión por el negociado fácil). Después de eso, fue todo cuesta abajo.
Usaron de manera totalmente oportunista el debate sobre el aborto, y ni eso les sirvió para dejar algo que valga la pena para la posteridad. La marea verde, y la bajamar celeste, sienten que no les deben nada, y ambas tienen razón.
Ya llegando a este año, lamento ser pesimista, pero la fórmula de Alberto y Cristina, el armado con Massa y los gobernadores, tiene muy poco de épica y de renunciamiento histórico, y mucho de táctica bien trabajada. Se pusieron a hacer los deberes, leyeron muy bien los errores que arrastraban desde 2013, reordenaron el liderazgo y dejaron que la situación del país haga el resto. El triunfo de Kicillof sí fue una apuesta arriesgada que superó todas las expectativas.
Hace un tiempo parecía que una presidencia de María Eugenia Vidal era inevitable tarde o temprano, y que si la tenían que jugar como candidata a presidenta ahora era una buena noticia, porque estaban saltando fácilmente los fusibles. Pues bien, ni siquiera la dejaron salvarse, y se hunde con ellos. Con su discurso del lunes demostró que es de otra madera, y que sabe que puede recomponer su carrera política.
Pero el discurso de Macri es propio de un psicópata, al nivel de De la Rúa declarando el estado de sitio. Es un final alternativo donde ya sonaron las campanas de King’s Landing, pero la que está subida al dragón y no se quiere bajar es Cersei Lannister.
Muchos macristas quisieron plantear esta elección como una disyuntiva entre república y populismo, entre sensatez y locura. Lo que nadie se esperaba es que fuera Macri el que estuviera del lado de los incendiarios.
La dicotomía ya no es radicalizarse para que Macri se vaya cuanto antes, o permitir una transición del poder ordenada. Hay que radicalizarse para que esa transición sea posible
Pase lo que pase, el macrismo ya cumplió en deprimir el salario en dólares, que pasó de ser el más alto a ser uno de los más bajos de la región. Y cumplió en dejar un país atado a los designios del capital financiero internacional y de los organismos multilaterales de crédito, como sucedió con Grecia durante toda esta década. Cualquiera que sea presidente el año que viene es un potencial Alexis Tsipras.
En un juego electoral medianamente normal esta elección es irremontable. Pero esto no es un escenario normal. Acá hay terrorismo económico, como diagnostica con certeza la solicitada de intelectuales que salió el lunes a la noche. Y no sabemos qué puede pasar.
El resultado de las PASO es un triunfo de una coalición que incluye a muchos de los que resistimos a este modelo, en el plano la representación formal (que no es poca cosa). Eventualmente, los sectores a los que Macri representa van a perder el poder político, pero su poder económico, su poder real como clase, está fortalecido. De eso se trata la corrida cambiara. Una corrida del mercado, permitida por el Estado, en contra de la sociedad civil. Es Alfonsín hablando y contestándose a sí mismo con el bolsillo.
En un panorama inédito, planteado por el hecho de que ni siquiera se trata de la primera vuelta, sino de las PASO (ergo, no hay presidente electo que pueda asumir un rol activo), la dicotomía ya no es radicalizarse para que Macri se vaya cuanto antes, o permitir una transición del poder ordenada. Hay que radicalizarse para que esa transición sea posible.
Por eso pecaré de inocente, pero hay que tomar la lección de diciembre (de 2017, no de 2001): la moderación no alcanza para frenar esto. Hay que poner en juego nuestro poder real, el de las calles, el de la organización. Falta mucho para diciembre, tenemos que construir nuestro diciembre ahora, o estamos fritos.
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