Batalla de Ideas

12 agosto, 2019

La unidad opositora demostró ser el límite del macrismo

Estas primarias quebraron todos los antecedentes. El tercero en disputa no superó el 10% después de 30 años. Mientras que un presidente en ejercicio se acerca a perder una reelección como nunca antes en la historia. Todo es sorpresa.

Federico Dalponte

@fdalponte

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La estrategia opositora surtió efecto: se rompió aquel esquema de división electoral por tercios que reinaba en la Argentina y se capturó la mayor parte de esa tercera vía inconducente. Y más aún: el Frente de Todos superó el miedo sobre pisos y techos electorales. La construcción de lo nuevo rompió cualquier pronóstico.

El elemento que más entusiasmó en estos meses al Frente de Todos fue la recomposición de esa fortaleza electoral que ha significado siempre el peronismo unido. Alberto Fernández repite desde hace meses que Mauricio Macri logró alzarse con la presidencia básicamente por esa división. Suena a autocrítica sincera: él fue el armador del massismo en 2015, pero fue también el articulador de la unidad cuatro años más tarde.

Ese peronismo unido se robusteció con elementos extraperonistas que sirvieron –además– para redefinir su imagen: más pluralidad, cierta renovación y buenas reincorporaciones. Ese combo sirvió para romper el techo del kirchnerismo en la Ciudad de Buenos Aires, pero también para ganar holgadamente en Mendoza, Santa Fe y Entre Ríos, y achicar diferencias en la siempre difícil provincia de Córdoba.

Allí hay algunos datos que no pueden soslayarse y están vinculados estrictamente al armado político. El Frente de Todos no es sólo kirchnerismo; es algo más. La incorporación de Sergio Massa, por ejemplo, convirtió aquella derrota de 2015 por cuatro puntos en la primera sección electoral en una victoria rotunda por casi 20 este domingo. Similar a lo ocurrido en la provincia de San Luis, donde la sociedad tejida con Alberto Rodríguez Saá rindió frutos y aseguró una victoria que le era usualmente esquiva al extinto Frente para la Victoria. No fue casual, fue consecuencia de un armado paciente y generoso.

En ese sentido, ya se podía adelantar hace algunas semanas que aquel 38% al que aspiraba el gobierno era impracticable en la medida en que no mejorara sustancialmente los números de 2015. Y sucedió lo previsible: Macri perdió caudal electoral en los grandes centros urbanos, incluso en los que consideraba sus bastiones, y con eso se dilapidaron las chances de paridad o victoria ajustada. Moraleja: es casi imposible retener un caudal electoral tras un fracaso de gestión que defraudó más que nada a los propios.

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Las esperanzas del oficialismo en este tramo son pocas. Pero aun así, incluso con la ventaja lograda por la oposición, el macrismo soñará con el milagro. La polarización era el dato esperable, pero el Frente de Todos hubiese deseado una mayor participación para evitar futuras especulaciones.

El discurso de Marcos Peña, alrededor de las siete de la tarde, hizo hincapié precisamente en eso: los sectores desmovilizados en primarias son los que suelen concurrir en masa a votar al macrismo en las generales. Ocurrió en 2015 y también en 2017. La gran duda es si el gobierno logrará movilizar a esas capas ahora en un contexto de crisis profunda e incluso si alcanzará con esos nuevos votantes para torcer el resultado. Parece improbable, pero ya no tienen nada que perder.

Lo dicho el mes pasado en esta misma columna: entre las primarias y las generales de 2015, más de 2,5 millones de personas se sumaron a la votación y lo hicieron mayoritariamente en favor de Mauricio Macri. Así, 7 de cada 10 electores –que no habían votado en las PASO– concurrieron a las urnas en octubre para apoyar al candidato de Cambiemos. Algo similar a lo que sucedió en 2017 en provincia de Buenos Aires: entre agosto y octubre, los dos principales candidatos al Senado crecieron en cantidad de votos, pero el postulante del oficialismo lo hizo bastante más que Cristina Kirchner y eso le permitió dar vuelta la elección.

Ellos son la primera gran esperanza del macrismo: los apáticos, los desmovilizados, los antikirchneristas fervorosos. La segunda son aquellas terceras fuerzas, principalmente Roberto Lavagna, Juan José Gómez Centurión y José Luis Espert, que sumaron una nada despreciable docena de puntos. La pretensión es captar buena parte de ese caudal, incluso reconociendo que todo candidato tiene un piso de votos infranqueable. Otra vez: todo parece improbable, pero el que se ahoga no se rinde hasta el último suspiro.

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Por el lado del Frente de Todos, lo único que queda es robustecerse, dejar de pensar como oposición y comenzar a diseñar un futuro gobierno. Proponer eventuales ministros, para empezar. Una primera señal de nuevos aires.

La diferencia alcanzada en estas primarias quizás provoque lo mismo que Cristina Kirchner en 2011: una suerte de efecto contagio a raíz de una victoria resonante. En ese marco, lo mejor que le puede pasar a Alberto Fernández es actuar ya mismo como presidente electo. Eso se tradujo en cierta moderación al momento de su discurso, pero ahora le tocará diseñar los trazos más finos de sus primeros días de gobierno, ofrecer garantías para un eventual transición ordenada y ayudar a la consolidación de las victorias locales.

La principal de ellas será la provincia de Buenos Aires. A menos que medie un inédito corte de boleta, María Eugenia Vidal deberá cederle su puesto a Axel Kicillof. Casi veinte puntos de diferencia hablan de una pésima gestión del presidente Macri, pero impactan también en la gobernadora porque en definitiva tampoco ha desentonado en estos cuatro años.

Algo similar a lo que podría ser la suerte de la ciudad autónoma, aunque todo parezca más difícil. En cualquier caso, la llave es la misma. Alberto Fernández podrá ahora analizar esa energía que sólo irradian los candidatos ganadores. Es el momento de crecer en volumen y en densidad.

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