Batalla de Ideas

9 agosto, 2019

Feminismo y antipunitivismo, un camino por recorrer

El incremento de la población de mujeres privadas de su libertad es una problemática que no encuentra respuesta en el marco de un sistema que jerarquiza el castigo por sobre la reparación y la reinserción.

Agostina Suraniti y Manuela Díaz

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La justicia es, quizás, uno de los ámbitos más atravesado por lógicas machistas en nuestra sociedad. Cuando analizamos los datos de la población carcelaria, vemos que en los últimos años ha ido aumentando el número de mujeres privadas de la libertad. En su gran mayoría provienen de hogares monoparentales donde ellas son el sostén económico de uno, dos o más hijos e hijas.

Las historias casi siempre se repiten: la caída en el narcomenudeo como medio de subsistencia para poder mantener la economía del hogar. Pero al mismo tiempo, como mujeres en una sociedad patriarcal tienen que cumplir con el mandato que este sistema le demanda a toda madre: cocinar, lavar, planchar, llevar a les niñes al colegio, etc. 

«La mujer pobre se hace visible cuando comete un delito», afirma Nora Calandra, referenta por los derechos de las mujeres presas e integrante de la Secretaría de Ex detenidos y Ex detenidas y Familiares (SEDyF) de la Confederación de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (CTEP). La historia de Nora es similar a la de tantas otras mujeres de barrio que pasaron por la cárcel y al salir encontraron en las organizaciones sociales los vínculos y las herramientas que el Estado les niega.

“¿Reinsertarme? Ya estoy inserta, soy parte de esta sociedad, antes no era nadie pero en la cárcel me vieron y me transformaron en un número”, dice irónicamente.

Por su parte, Marcelo “Lupo” Magallanes, referente de la cooperativa de liberadxs Las Termitas de la ciudad de la Plata sostiene que «la cárcel no es un depósito de gente, es un depósito de gente pobre».

Un depósito que sufren más las mujeres pobres. Por eso es necesario dar visibilidad a esa realidad intramuros, de darle voz a las que nunca son escuchadas, de mostrar que existen nenes y nenas que viven con sus madres y que parecen estar cumpliendo la misma condena que ellas.

Sin embargo, una vez que salen, el Estado sigue dándoles la espalda y vuelven a encontrar en las organizaciones sociales las herramientas. El cooperativismo es una de las alternativas que encontraron los liberados y liberadas para poder organizarse en sus vidas extramuros. 

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La disputa institucional es otra de las herramientas de las que se valió el feminismo en los últimos años, como bien menciona Alba Rueda, activista transfeminista. La ley de matrimonio igualitario y la ley de identidad de género permitieron romper el silencio y darle visibilidad a una realidad escondida debajo de la alfombra. El feminismo nos viene obligando a repensarnos constantemente hace mucho tiempo y nos enfrenta una y otra vez con el antipunitivismo.

«¿Cuántas veces festejamos la prisión de alguien condenado por delitos sexuales? ¿Acaso pensamos que alguien que entra a una cárcel, bajo el régimen del sistema penitenciario, pasa ahí algunos años, maltratado, con todos sus derechos vulnerados, cuando sale, sale mejor y se repensó?», nos interpela Ileana Arduino abogada feminista y Coordinadora de grupo de trabajo feminismos y justicia penal del Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales (INECIP).

Como bien recordaba Gisela Santangel, integrante del colectivo Limando Rejas, la ley Micaela (que restringe los derechos de las personas presas) no fue apoyada por los padres de Micaela justamente porque no coincidía con lo que su hija defendía en su militancia cotidiana. 

En los últimos años se dieron muchos casos de escraches en redes sociales de compañeros de cursada en secundarios, universidades, de trabajo, de famosos, y quedó de manifiesto la falta de efectividad de ese método. Se vuelve a victimizar a la víctima que queda muy expuesta y pierde el control sobre la bola de nieve que se puede llegar a formar. Es una metodología que no aporta herramientas para que el victimario pueda repensarse, solamente lo aísla, lo señala con el dedo y lo expulsa como si no fuera también producto de una sociedad patriarcal y machista. 

El feminismo y el antipunitivismo van de la mano. Y todavía tienen mucho camino para recorrer juntos. Mientras sigan existiendo mujeres presas (en sus casas o en las cárceles) con sus derechos vulnerados, con sus hijos e hijas pagando sus condenas a la par, con una sociedad que las señala por ser malas madres; mientras nos sigan usando de excusa para pedir más policías, más presos y penas más duras y mientras las organizaciones sociales sigan siendo la única herramienta posible de inserción porque el Estado da la espalda, seguiremos teniendo la tarea de generar organización feminista desde abajo y de pensar más en la reparación y menos en el castigo.

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