16 julio, 2019
La pandilla salvaje
Es difícil imaginar un plantel dividido en dos bandos, con vestuarios literalmente separados y donde en cada bolso de los jugadores, además de la ropa y botines, hay un arma de fuego. Y más cuesta suponer que ese plantel, modesto y casi sin figuras, logre un campeonato jugando un fútbol vistoso que exige mucha coordinación, unión y diálogo. Lo que parece impensado ocurrió en el año 1974 en la ciudad de Roma.

Es difícil imaginar un plantel dividido en dos bandos, con vestuarios literalmente separados, sin hablarse y donde en cada bolso de los jugadores, además de la ropa y botines, hay un arma de fuego. Y más cuesta suponer que ese plantel, modesto y casi sin figuras, logre un campeonato jugando un fútbol vistoso que exige mucha coordinación, unión y diálogo. Lo que parece impensado ocurrió en el año 1974 en la ciudad de Roma.
Italia en un mundo convulsionado
Los años 70 en Italia se los conoce como los anni di piombo (años de plomo), una década marcada por el enfrentamiento callejero y la lucha armada entre organizaciones de izquierda, grupos neofascistas, las patronales y el Estado.
Son los años de la llamada estrategia de la tensión que el gobierno italiano, en el marco de la Guerra Fría, comenzó a aplicar para atribuir atentados terroristas -realizados por grupos que respondían a la Agencia Central de Inteligencia (CIA), de EE.UU., y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)- a los movimientos de izquierda y contestatarios.
Por otro lado, en el mundo de la izquierda la hegemonía del Partido Comunista Italiano (PCI) comenzaba a ser cuestionada por grupos disconformes con la pasividad y política conciliadora de los dirigentes. Surgen guerrillas urbanas como las Brigadas Rojas y empieza a dar sus primeros pasos el Movimiento Autónomo italiano con las ocupaciones de viviendas.
La radicalización política va in crescendo, la Fiat de Turín es un polvorín obrero y Milán no se queda atrás, como tampoco la represión estatal y la violencia fascista.
En este contexto, la sociedad italiana y el mundo también se verían conmocionados por la aparición del cadáver del famoso director de cine e intelectual Pier Paolo Pasolini, desfigurado a golpes en un descampado en Ostia, balneario ubicado al norte de Roma.
En estos tiempos de violencia, la Societá Sportiva Lazio, uno de los dos equipos de la capital italiana, obtendría su primer scudetto en 1974 de la mano de un plantel que quedaría en la historia no solo por lo realizado dentro de la cancha, sino también por la conformación de un grupo de jugadores por demás particular y que no escapaba al clima de su época.
La banda de las pistolas
Conocida como la Lazio de los pistoleros, un apodo que bien podría remitir a un estilo de juego brusco y recio, pero que en realidad tenía más que ver con cuestiones ajenas al fútbol que involucraron peleas, armas y la tragedia.
En lo que atañe a la pelota, según los expertos, se trataba de un equipo precursor del fútbol total, un estilo elegante y vistoso -que ese mismo año daría a conocer la selección de Holanda en el Mundial de Alemania de la mano Johan Cruyff y bajo la dirección de Rinus Michels- poco habitual en un país conocido por el sistema del cattenaccio y las tácticas cerradas y defensivas.
La historia de este equipo campeón comienza con la Lazio en la serie B y la llegada del técnico Tommaso Maestrelli con el objetivo de lograr el ascenso. De la mano de Maestrelli, viene la única figura con cierto renombre y que se convertiría en la estrella del equipo: Giorgio Chinaglia.
Este último, luego de ganar el título con la Lazio pasaría en 1976 al Cosmos de Nueva York, equipo formado por una franquicia y que contaba con figuras como Pelé, Franz Beckenbauer, el paraguayo Roberto Cabañas, el peruano Ramón Mifflin, en un temprano intento norteamericano de convertir al fútbol en un deporte convocante y popular.
Luego de lograr el ascenso, este equipo de bajo presupuesto y con pocas figuras, se alzó con el título de primera división por sobre la poderosa Juventus de Dino Zoff y Fabio Capello. Pero, además del buen fútbol y la gloria deportiva, había algo muy particular que caracterizaba al plantel.
«Un equipo de locos, salvajes y sentimentales, simpatizantes fascistas, pistoleros, jugadores de azar y bailarines de club nocturno, con dos vestuarios. Quien entraba en el vestuario erróneo, corría el riesgo de encontrarse con la amenaza de una botella rota bajo el cuello», definió el periodista italiano Guy Chiappaverte, autor del libro Pistolas y Balones.
Si bien era común en la Italia de aquellos años salir a la calle armado y no saber si se regresaría con vida al hogar -y más allá de las declaraciones de Chinaglia y otros jugadores del plantel a favor de la derecha- lo cierto es que la división en dos bandos respondía más a cuestiones de ego que a ideologías políticas.
Definidos por Pasolini como “una banda de fascistas”, sin embargo para Chiappaverte se trataba “de una actitud violenta, más que una idea política desarrollada”. Solo después de retirado, el lateral Luigi Martini y líder de una de las facciones enfrentadas, se convirtió en el único integrante del equipo que desarrolló una militancia política. Llegó a ser diputado por la derecha neofascista y estuvo imputado en hechos de corrupción.
En este sentido, los egos y liderazgos de Chinaglia y Martini dividieron al equipo en dos bandos que no se hablaban y que jugaban a muerte los partidos de entrenamiento sin importar las lesiones de cara al siguiente partido.
Pero a la hora de enfrentar rivales, la pandilla salvaje se unía para lograr lo que nadie pensaba: que ese equipo alcanzaría un scudetto. Como en la película del director Sam Peckinpah, The Wild Bunch (La Pandilla Salvaje, 1969), donde una banda de pistoleros terminan unidos luchando en la revolución mexicana, la Lazio de las pistolas terminaría ganando el campeonato italiano de 1973/1974.
«Llevábamos pistola casi todos y había dos bandos divididos. En los hoteles ni nos veíamos. Eso sí, en el campo éramos sólo un equipo. Si en un partido alguien le hacía daño a Chinaglia o Wilson, que eran de su clan, Martini y los suyos se comían al que lo hubiera hecho. Luego, durante la semana, ni nos hablábamos», recordaba al respecto Vincenzo D’Amico, integrante de aquel plantel.
Pero fue la tragedia la que marcó el fin de este grupo en el año 1977 cuando el mediocampista Luciano Re Cecconi murió de un balazo en una joyería. Re Cecconi, uno de los más tranquilos del equipo, se le ocurrió hacer una broma al entrar al comercio apuntando con el dedo debajo de la ropa como si tuviera una pistola al grito “esto es un robo”. El dueño, armado como era común en ese tiempo, disparó.
Nicolás Castelli – @NicoCastelli3
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