Batalla de Ideas

1 julio, 2019

Deuda y libre comercio, la herencia condicionante del macrismo

Por Federico Dalponte. El gobierno confía en su política exterior y la exhibe, sin matices, en plena campaña. Antes fue Davos, después el G-20, ahora el acuerdo con la Unión Europea. Los condicionamientos a futuro son siempre la nota característica.

Por Federico Dalponte. El gobierno confía en su política exterior y la exhibe, sin matices, en plena campaña. Antes fue Davos, después el G-20, ahora el acuerdo con la Unión Europea. Los condicionamientos a futuro son siempre la nota característica.

La contracara del acuerdo Mercosur-UE fue la reunión a tres bandas del FMI, con Mauricio Macri en Japón y con sus dos principales oponentes en Buenos Aires. Las deudas contraídas por el Ejecutivo nacional, sin paso por el Congreso, atarán la suerte de su sucesor, ya sea en 2019 o en 2023. De allí el interés el Fondo por visitar al causante pero también a sus posibles herederos.

Ambas noticias llenaron la agenda en la misma semana, en una suerte de dicotomía entre el mundo real y el posible. Si hay algo en lo que se destaca Mauricio Macri, es en ese carácter de buen anfitrión, de diplomático de oficio. “Argentina fue recibida con un enorme entusiasmo”, había dicho exultante tras su primera visita al foro de Davos. “Hay mucho interés en esta nueva etapa que se abre en nuestro país”.

Eran tiempos previos a la gran decadencia, con una desocupación del 6%, con un dólar a 14 pesos y con una pobreza que prometía bajar. Todo ese entusiasmo se fue evaporando con el crecimiento de los compromisos externos incumplibles y la reaparición en escena del FMI, el organismo encarnado en la economía doméstica.

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En ese escenario, el gobierno hizo un nuevo intento de asignarle valor histórico a su política exterior. Fue en noviembre del año pasado, durante la cumbre del G-20 en Buenos Aires; la desocupación ya se acercaba a los dos dígitos, el dólar rondaba los 40 pesos y la pobreza acentuaba su tendencia alcista.

“Esta Cumbre es un hecho inédito en nuestro país -celebraba entonces el presidente Macri-. Lo tomamos como un gesto de apoyo y de reconocimiento a la presencia y al desempeño que está teniendo la Argentina en el escenario global, sobre todo después de tantos años de aislamiento.”

El aislamiento, esa consigna permanente del macrismo que supone el avance de un país integrado al mundo. Con una desocupación ya arriba de los dos dígitos y un dólar que ronda los 44 pesos, la historización de ese proceso de apertura -que comenzó en enero de 2016 en Davos y concluye hoy en Japón- sólo puede basarse en la invocación de la fe. Ningún dato demuestra que ese aperturismo rinde frutos.

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El Parlasur fue un avance regional sin precedentes, solo desactivado por el cambio de los vientos políticos en Brasil, Argentina y Paraguay. Lo cual no es poco. En soledad se quedó Uruguay, incluso con su sede instalada en Montevideo, de cara al río.

El discurrir del órgano regional en estos años fue paradójico. Si en lugar de atentar contra él, llegando incluso a suspender la elección de parlamentarios, la Argentina hubiese apostado a su fortalecimiento, todo sería más sencillo. A diferencia de Europa, donde el parlamento regional asume las competencias de sus miembros, aquí los países del Mercosur deberán aprobar el acuerdo comercial por separado, cada uno a su tiempo, cada uno con sus cuitas internas.

Podría decirse que las chances de que ese proceso culmine pronto son pocas, lo que arroja algunas conclusiones. La primera: es absurdo hacer del acuerdo Mercosur-UE un bastión proselitista cuando todo indica que, pasado el efecto de la novedad y sin nuevos avances a la vista, el tema pasará a un segundo plano y la campaña volverá a los temas mundanos.

Salvo extraños casos en la historia, nadie edifica un triunfo electoral sólo con política exterior. La trilogía de Davos-G20-Mercosur merece la atención del caso, pero no suplanta las angustias de la recesión. En definitiva, la noticia sólo refuerza el mantra macrista de que el presente es ignominioso pero el futuro será mejor.

Por otra parte, dado el tiempo que llevará su eventual aprobación e implementación, lo cierto es que las negociaciones merecían el estatus de tema de Estado, con consultas previas a los diversos actores políticos y sociales. El secretismo y la decisión sectorial del oficialismo chocará indefectivamente con un Congreso de mayoría opositora que todavía no accedió a las cláusulas del acuerdo y que, a priori, se muestra desconfiado de cara a su aprobación.

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Ambas reuniones, las del FMI con los candidatos a la presidencia y las del Mercosur con la Unión Europea, sintetizan las dos caras de la política exterior macrista. Lejos de los debates sobre aislacionismo o integración al mundo, lo cierto es que las políticas más importantes de estos últimos años condicionarán a las próximas administraciones de manera casi coercitiva.

Si ahora mismo se aplicara el acuerdo Mercosur-UE, los efectos sobre la matriz productiva serían mayúsculos, admitido incluso por aquellos que ven allí algo positivo. Al igual que las consecuencias del crédito con el FMI, que hipotecará la economía argentina -como mínimo- por los próximos cinco años.

Al margen de quienes auguran un futuro venturoso, lo cierto es que el presente ofrece dudas sobre el camino elegido. Y, al mismo tiempo, abre interrogantes sobre la responsabilidad de un Ejecutivo que, sin respaldo del Congreso, se arroga la legitimidad unilateral para condicionar las finanzas, el comercio, la producción y el trabajo de las próximas generaciones, ya sea a manos del endeudamiento o a manos del libre comercio.

@fdalponte

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