Fútbol

24 junio, 2019

Un artista de la redonda: #GraciasRomán

Un 24 de Junio de 1978, mientras Diego ya brillaba en Argentinos (el mismo sitio donde él se formaría y donde daría sus últimos pasos) y nueve años antes de que en la misma fecha naciera en Rosario un tal Lionel, vino a este planeta Juan Román Riquelme.

Un 24 de Junio de 1978, mientras Diego ya brillaba en Argentinos (el mismo sitio donde él se formaría y donde daría sus últimos pasos) y nueve años antes de que en la misma fecha naciera en Rosario un tal Lionel, vino a este planeta Juan Román Riquelme.

Aunque es probable que desde chiquito ya soñara con jugar al fútbol, producto de ese deseo que atraviesa a cada pibe al juntarse con una pelota, es difícil imaginar que visualizara todo lo que podía brindar con la redonda bajo la suela. Tampoco que el día en que anunciara su retiro, más de 36 años después de su llegada al mundo, una enorme legión de hinchas de distintos clubes se pondría triste por la noticia, generando una gratitud que, si no unánime, por lo menos lo coloca en un sitial de los grandes reconocimientos transversales de la historia del fútbol local.

En esta nota no vamos a repasar los logros de Riquelme, ese currículum donde figuran unos datos que asombran sobre su brillante carrera. Esta nota es una nota de sensaciones, de intentar reflejar el significado de Román en el fútbol argentino.

En primer lugar su nombre ya dice muchas cosas. Porque son muy pocos los elegidos a los que se les puede eludir el apellido para hablar de ellos. Es simple. Si decimos Román ya sabemos a quién nos estamos refiriendo. Como sucede con los que mencionábamos al principio para enmarcar su figura, como ha sucedido con Enzo, con Martín, Ricardo Enrique o Claudio Paul, por mencionar algunos ejemplos.

Así arrancamos. Contando que Riquelme es Román. Por supuesto que no fue de inmediata esa transición. Tuvo que pasar un buen tiempo para ganarse ese lugar. Desde su debut en Primera aquel 10 de noviembre de 1996, Román empezó a demostrar que era cosa seria. Que su manera de tratar el balón, con esas pisadas endiabladas, con esas asistencias quirúrgicas y sus pegadas desde lejos (con la pelota en movimiento o de tiro libre), lo convertían prácticamente en un artista. Un artista de la redonda, de un deporte al que muchos intentan afear, pero que él enalteció permanentemente y nos hizo sentir felices con la idea que muchos tenemos respecto a que el fútbol es un arte como cualquier otro.

“Quiero que me recuerden como alguien que intentaba jugar bien a la pelota”, fue una de las frases de su retiro. Una frase que queda retumbando producto de una humildad que sorprende. ¿Cómo no te vamos a recordar así? Los caños a Yepes, Charles Pérez e Izquierdoz (este último sin tocar la pelota); esa noche frente a Palmeiras en el 2001; la asistencia a Palermo en Tokio y las pisadas infernales en esa finalísima contra un Real Madrid que nada podía hacer para frenarlo más que pegarle; el golazo contra Brasil en las Eliminatorias 2006 -que él señaló como el gol más lindo que hizo en la Selección-; su inolvidable tarea ante el Inter para colocar al Villarreal entre los cuatro mejores de Europa; sus 123 días completos en el Boca campeón de la Libertadores 2007; sus goles de tiro libre a River en 2000 y 2012 y en la Selección contra Chile y Bolivia en las Eliminatorias 2010; su Copa América 2007 (¿el mejor año de su carrera?) y en un flashback que nos lleva a los orígenes, su sociedad con Pablo Aimar en aquel Sub20 de Malasia.

Una enumeración tan vasta como incompleta de instantes o momentos más largos que reflejan ese intento de jugar bien a la pelota por parte de lo que muchos hoy consideran el último 10, el último enganche clásico, esa posición que Argentina supo arrojar al mundo en grandes dosis.

Pero además de todo ese racconto, Román es una concepción del juego en sí misma. Es la predominancia de la velocidad mental por sobre los corredores sin criterio que invaden el fútbol, es esa generosidad para decirle a los delanteros “tomá y hacelo” disfrutando de ese pase tanto como si fuera suyo el gol.

Es ese entendimiento de las características de un partido para correrse contra un costado y amasarla con tal de provocar una infracción del contrario o “bajarle un cambio” al encuentro. Es esa misma comprensión por la cual en algunos momentos se ubicaba como una especie de “falso 9”, anticipando esa jugada maestra que Guardiola haría con Messi para convertirlo en el mejor del mundo.

Son los cambios de frente, son sus gritos al 5 para que se adelante, sus charlas técnicas dentro del campo para que el 3 o el 4 suban y le hagan la segunda, sus llamadas a algún compañero para que se le acerque antes de una pelota parada para ejecutar algo que él ya había craneado (ver gol de Battaglia a River en 2008 y de Palermo al mismo rival en 2010), su capacidad para todo el tiempo absorber la presión de una instancia complicada.

Porque si hay algo que jamás se aplicó a Riquelme, y por eso no se entiende ni se entenderá nunca la denominación de “pecho frío” que algunos le han endilgado sin argumentos, es que nunca se borró en las difíciles, que le encantaban de hecho ya que podía poner a prueba todo su repertorio.

Juan Román Riquelme se retiró más temprano de lo que imaginábamos, fuera del club de sus amores producto del destrato de la dirigencia y con un dejo de nostalgia por lo vivido, que fue mucho, intenso y glorioso. 18 años de fútbol en su máxima expresión, que escribieron una página histórica de nuestro fútbol.

Porque es verdad que Román es de Boca, porque es verdad que en el club de la Ribera el crack se convirtió posiblemente en el mejor de la historia de esos colores. Pero a esta altura, y afortunadamente, Román es de todos los que amamos este deporte. Los que incluso lo criticaron por temas extra futbolísticos igual se rinden a sus pies. Porque lo que hizo adentro de una cancha queda en la memoria, queda en las retinas.

Si las generaciones anteriores hablaban de figuras de otras tiempos, transmitieron sus vivencias y emociones, en los años venideros será esta generación la que inculce a quienes vengan después lo que vivimos durante casi 20 años. Les diremos que un tal Juan Román Riquelme la dejaba re contra chiquitita cada vez que entraba a la cancha. Les diremos que aunque parecía que estaba amargado, cuando hacía una linda jugada, sonreía. Que ganar y jugar bien lo hacía “felí”. Y que siempre intentó jugar bien a la pelota. ¿No era al fútbol a lo que jugaba? No, Román jugaba a otra cosa, a lo mismo que jugábamos cuando éramos chicos: a la pelota.

Sebastián Tafuro – @tafurel

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