24 junio, 2019
Cuál es el escenario para «Juntos por el Cambio» de cara a octubre
por Federico Dalponte. El oficialismo se alineó bien a la derecha del centro, coqueteando a último momento con Amalia Granata, Darío Lopérfido y Alberto Asseff. Un cierre de listas que pretende captar los votos de José Luis Espert, más que seducir a los de Roberto Lavagna.

El oficialismo se alineó bien a la derecha del centro, coqueteando a último momento con Amalia Granata, Darío Lopérfido y Alberto Asseff. Un cierre de listas que pretende captar los votos de José Luis Espert, más que seducir a los de Roberto Lavagna.
La estrategia inaugurada con la incorporación de Miguel Ángel Pichetto se completó ahora con la definición de las candidaturas legislativas. Los Juntos por el Cambio buscarán así sortear los desafíos de una elección que se presume más compleja que en 2017.
Las encuestas no dicen nada, excepto lo importante
Las explicaciones del fenómeno son múltiples, desde problemas metodológicos hasta la indecisión de los consultados. Lo cierto es que pocos se fían ya de las encuestas. Con una salvedad: las mediciones son incapaces de predecir un número exacto pero suelen acertar en el orden de las preferencias.
En ese sentido, desde hace al menos seis meses todas las encuestadoras coinciden en que el oficialismo no es el favorito en esta elección. Ello no implica que el gobierno esté condenado a una derrota, pero sí explica esa intención de ampliar la base de sustentación para engrosar su caudal electoral por derecha.
Los movimientos son sensatos dadas las circunstancias. Una encuesta puede ayudar a definir el próximo paso, pero no mucho más. El resultado de las primarias de agosto alterará sin dudas las preferencias de octubre, y el resultado de la primera vuelta incidirá a su vez en el ballotage. Ello, además, sin tener en cuenta que en el medio habrá una campaña con mensajes, propuestas, discursos y avatares. Nada será estático hasta noviembre.
El menosprecio del oficialismo por las primarias abiertas no admite una doble lectura: es el reflejo del miedo a que se profundice la polarización de manera anticipada. Es decir, que las terceras opciones no logren retener sus votos después de agosto y que octubre precipite la definición, allí donde alcanza con el 45% para ganar la presidencia.
El único antecedente sobre un fenómeno de retención data de 2015, cuando Sergio Massa salió tercero en las primarias pero logró conservar los votos y llevarlos a las elecciones generales. El gran interrogante es qué sucedería si esta vez las terceras opciones –en especial Roberto Lavagna– no logran ese nivel de retención.
El caso contrario, aunque con escasa incidencia en la definición nacional, fue la elección de 2011. Allí Cristina Kirchner pasó, entre agosto y octubre, del 48 al 54% de los votos en una suerte de efecto triunfalista. Y de igual modo, Hermes Binner pasó del 10 al 17% –y del cuarto al segundo lugar– producto de la sorpresa que generó su buena performance. El costo de la sorpresa, por su parte, lo pagó entre otros Eduardo Duhalde, que cayó del 11,5 al 6% tras desinflarse las expectativas que había generado en sus votantes.
En ese esquema, el gobierno parece más preparado para disputar un ballotage que una definición en primera vuelta. Si las encuestas ratifican el orden de los factores, su principal problema no será llegar al 45% en octubre, sino evitar que lo haga la lista opositora que va primera.
Billetera mata gobierno
Un viejo dogma indica que la sociedad argentina vota con el bolsillo. Y hay quienes lo dicen así, con desdén, como si en efecto la tasa de pobreza no se midiera también con el bolsillo. “Quiero que me juzguen por si pude o no pude reducir la pobreza”, había dicho el presidente en 2016.
Y acá estamos. La pobreza es, entre otras cosas, un indicador que registra el poder de compra, o –lo que es igual– el tamaño del bolsillo. Luego de la mitad del mandato de Cambiemos, las encuestas son unánimes: las principales preocupaciones de los argentinos hoy están vinculadas a los temas económicos. Inflación, desempleo, pobreza pican en punta, y recién después aparecen referencias a la inseguridad, la educación o la corrupción.
Previsible en tiempos de crisis, en el gobierno también saben que sin estabilidad económica no hay reelección posible. El dólar planchado es el gran negocio para la fuga y el desfinanciamiento del Banco Central, pero da un mensaje de sosiego en un contexto tormentoso.
Aun así, en las urnas se verá qué pesa más: la circunstancial estabilización del paciente en estado crítico o las secuelas de una enfermedad de larga data. Con la pobreza en alza desde 2017, las chances del gobierno se centran ahora en el optimismo de una sociedad golpeada.
No suena fácil. El último indicador socioeconómico habla de una desocupación abierta superior al 10%. Aunque sería absurdo creer que en los grandes centros urbanos eso sea una novedad. Una sociedad puede tolerar una crisis de seis meses; la duda es si admite una de tres años.
En el Gran Buenos Aires, por caso, la tasa durante los primeros trimestres de los últimos tres años siempre se mantuvo a niveles alarmantes y ahora incluso en alza: 11,8 en 2017; 11,3 en 2018; y 12,3 en 2019. Algo similar a lo que sucede por ejemplo en el Gran Córdoba (9,6; 10,3; y 11,3) y en el Gran Rosario (10,3; 9,2; y 11,7). La situación crítica no parece solucionarse con un puñado de meses de estabilidad macroecónomica.
No es sano perder peso electoral
Los cálculos groseros señalan que la alianza Cambiemos perdió cerca de medio millón de votos hasta ahora en las elecciones provinciales. El número es engañoso: está claro que el adelantamiento de los comicios locales buscaba, en efecto, separar la suerte provincial de la nacional.
Pero aun así es evidente que el macrismo parte desde un lugar menos prometedor que en 2015. Allí gozaba del privilegio de las opciones de alternancia. Alberto Fernández repite desde antes de convertirse en candidato que cualquier opositor ganaría un ballotage. La reflexión es un espejo del escenario que permitió el ascenso del PRO: si entre el 60 y el 70% de los argentinos anhela un cambio de gobierno, las chances opositoras son siempre mejores que las del oficialismo.
En ese marco, es indudable que si un 49% de la sociedad no quería que Macri fuera presidente en 2015, no son mejores las razones ofrecidas ahora tras sus cuatro años de gestión. Y eso no implica que se hayan licuado sus chances de reelección, pero sí es un indicador de un posible cambio de preferencias.
En 2015, el gran fuerte de Cambiemos no estuvo en el norte ni en el sur del país, sino en el centro, en esos amplios y hasta heterogéneos kilómetros que incluyen a la ciudad y a la provincia de Buenos Aires, pero también a Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos y Mendoza.
Si el presidente quiere salir victorioso, tendrá que asegurarse otra vez buenos números en esos distritos que concentran casi el 70% del padrón nacional. Si en cambio, en una instancia de ballotage, no logra al menos el 65% de los votos de la Capital, el 70% de los de Córdoba, el 60% de los de Mendoza, el 50% de los de Santa Fe y Entre Ríos, y si no alcanza el 45% en la provincia de Buenos Aires, sus chances estarán seriamente comprometidas.
No son números que no haya obtenido antes, pero el desgaste de una floja gestión también juega. En definitiva, el gobierno necesitará –sí o sí– retener al menos el 95% de las voluntades conquistadas allí hace cuatro años. Menos que eso sería caminar por la cornisa.
Federico Dalponte – @fdalponte
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