10 junio, 2019
La argentina más odiada
Por Federico Dalponte. La campaña electoral se define en un detalle ortográfico. Para unos, la argentina más odiada es Cristina Kirchner y su estilo, su gobierno, su todo. Para otros, la más odiada es la Argentina actual: endeudada, empobrecida y excluyente.

Por Federico Dalponte. La campaña electoral se define en un detalle ortográfico. Para unos, la argentina más odiada es Cristina Kirchner y su estilo, su gobierno, su todo. Para otros, la más odiada es la Argentina actual: endeudada, empobrecida y excluyente.
Para los primeros, sin embargo, no se trata de una compulsa política de fácil salida. La personalización de esa contienda se escribe y se pronuncia en los medios casi a diario.
Solo en la última semana, los periodistas más virulentos aludieron a la expresidenta como “paranoica y resentida” (Luis Majul, Infobae), “chorra” (Eduardo Van der Kooy, Clarín), “patética” (Alfredo Leuco, Radio Mitre), además de referencias más tradicionales como “autoritaria” o “autocrática” (Joaquín Morales Solá y Jorge Fernández Díaz, La Nación).
En ese contexto, todo debate se vuelve cuesta arriba. El odio inmanente a las características personales de cualquier candidato invisibiliza la política en términos de ideas y propuestas. El jueves pasado, un periodista con alto grado de seguidores llegó a asegurar que la principal fórmula opositora “está esperando el momento oportuno para atacar de nuevo” porque Cristina Kirchner “está llena de resentimiento, deseo de revancha y un odio acumulado difícil de explicar”.
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Lo paradójico, en tal caso, es que esa vehemencia ya ni siquiera proviene del propio gobierno. Lo cual no quiere decir que la Casa Rosada no promueva esa repulsa, esa polarización, sobre todo cuando enfrascarse en un debate económico no es mejor opción.
Lo cierto es que la virulencia discursiva ya no se condice con el actual escenario electoral. El paso al costado de Cristina Kirchner implicó una apuesta por la moderación. Su sucesor, por caso, dedicó los últimos veinte días a restablecer el vínculo con algunos viejos críticos: desde dirigentes como Sergio Massa hasta periodistas como Nelson Castro.
Eso no implica la composición de nuevos amores, pero sí la superación de antiguos odios. Si hay alguien que entendió, por convicción o por conveniencia, que la confrontación a niveles personales invisibiliza el debate político, es la ex mandataria.
Lo paradójico es que el escenario ni siquiera es tan novedoso. En 2015, la entonces presidenta insistía con esa premisa, incluso a los pocos días de la elección de primera vuelta, de cara a un ballotage difícil: “Tengo mucho respeto por el otro candidato en términos personales. Yo he hablado con él, me parece una persona agradable, simpática, le gusta como a mí bailar en los actos… Pero esas son anécdotas, discutamos políticas.”
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Hoy el planteo es similar, reflejándose incluso en el armado opositor frentista. “Discutamos políticas” implica, para ese neokirchnerismo, una suerte de reivindicación del debate público sobre modelos de país, más allá de los términos personales.
Esa ponderación es la que se tradujo en estrategia cuando la senadora decidió inaugurar, en diciembre del año pasado, el tendido de puentes hacia dirigentes de diversa índole, desde Pino Solanas hasta Felipe Solá, pasando por Victoria Donda y hasta Hugo Moyano.
Y aquello fue, a su vez, lo que permitió la paulatina convocatoria a otros dirigentes, cuyo último ladrillo hoy se llama Sergio Massa. El llamado no se caracteriza por lo ampuloso, pero sí por lo tajante: lo que convoca es ese odio, ese rechazo, ya no personal sino político, hacia la Argentina que se instituyó en diciembre de 2015.
Esa Argentina, adjetivada como excluyente y desigual, oficia como punto de encuentro entre sectores diversos, desencontrados y reencontrados otra vez. Lo que convoca es una aversión a esa Argentina, a ese modelo de país tutelado por los acreedores externos y con un Estado nacional carente de respuestas.
En parte por eso Cambiemos tuvo serias dificultades para sumar nuevos socios políticos y hasta para retener a los ya asociados. Odiar a esa argentina no alcanza para generar adhesiones a las políticas gubernamentales, sino que sirvió, sirve y servirá para hacer campaña, y tal vez para ganar una elección, pero no para debatir política.
@fdalponte
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