20 mayo, 2019
Alberto Fernández, la primera ficha del efecto dominó hacia la unidad
Por Federico Dalponte. La senadora golpeó primera y el escenario ya no está en sus manos. Nadie sabe dónde terminará esa cesión de protagonismo, pero los gobernadores ya sintieron el efecto.

Lo peor, como siempre, es apurarse, pensar que una elección se define con la proclamación de un candidato. Pasaron apenas dos días de la consagración de Alberto Fernández y sólo está confirmada la presunción inicial: Cristina Kirchner hará, tal como anunció, todo lo posible por ayudar a derrotar al macrismo, incluso ceder el ejercicio de la primera magistratura.
La Argentina es un país turbulento, y parte de su estabilidad contemporánea se basa en las facultades presidenciales. No hay margen para elucubrar hipótesis de presidentes «títeres».
El diseño institucional consagra un sistema presidencial unipersonal. El cargo de vicepresidente no está destinado a apuntalar el poder en una suerte de gobierno bicéfalo. Es por eso que el asesor más cercano de cualquier mandatario suele ser su jefe de gabinete, no el vice. Las normas de funcionamiento procuran garantizar que el presidente reparta poder sólo entre quienes él defina y bajo las circunstancias que él pretenda.
Los argumentos que hoy se vuelcan contra Alberto Fernández no sólo desconocen el funcionamiento de las instituciones argentinas, sino que son los mismos que se escuchaban en 2003.
De esa misma forma se menospreció la capacidad política de Néstor Kirchner en el inicio de su mandato, y dos años más tarde ya había logrado fagocitarse al duhaldismo en la provincia de Buenos Aires.
Dudar del poder presidencial es el peor comienzo para quienes pretendan analizar el nuevo escenario. La debilidad podría verificarse en un sistema parlamentario, pero no bajo las reglas locales del presidencialismo.
Aquella experiencia de 2003-2005, típica de los liderazgos ascendentes del peronismo, no sólo desmiente cualquier chance de eventual vulnerabilidad por parte de Alberto Fernández, sino que realza la apuesta de la ex presidenta: nadie mejor que ella sabe que no hay poder exógeno capaz de condicionar a un mandatario cuando éste ejerce el cargo con decisión. Este sábado Cristina renunció a la presidencia y también al tutelaje de su ex jefe de gabinete.
Esa quizás sea la mayor virtud de esta etapa del kirchnerismo. La apuesta a favor de una unidad real parte de una premisa: el liderazgo lo ejercerá alguien capaz de decirle que no a Cristina Kirchner.
Por eso la unificación de candidaturas peronistas es ahora un escenario posible. No porque otros eventuales socios hayan mejorado en este contexto sus chances de cara a una primaria. Sino porque esos eventuales socios, principalmente gobernadores, podrán ver en Alberto Fernández a un interlocutor más afable, más cercano.
Esa capacidad para generar consensos amplios fue repetida por la senadora Kirchner como la gran virtud necesaria en este tiempo. Tal como en 2003, las dificultades económicas serán apremiantes, pero además la fragmentación política obligará a rearmar las lealtades provinciales. Si el nuevo presidente surge de las filas del peronismo, aquel tendrá que conseguir apoyos en poco tiempo.
Doce horas después del anuncio de Cristina Kirchner, una decena de gobernadores ya habían saludado con beneplácito la resonante candidatura. Lo cual no es poco, sobre todo porque se suponía que ese era el principal capital de Alternativa Federal.
Esa liga de gobernadores tenderá a deshilacharse básicamente porque siempre buscaron un primus inter pares: alguien a quien reconocer como parte de los suyos, pero con capacidad suficiente para ganar una elección presidencial. Por eso los nombres rondaban entre Sergio Massa, Juan Urtubey, Roberto Lavagna. Todos eran pares, pero nadie se despegaba en la encuestas como para erigirse en líder del peronismo.
Para la mayoría de ellos la candidatura de Alberto Fernández implica saciar esa búsqueda. Cristina Kirchner había allanado el camino desde principios de 2019, acomodando las pretensiones provinciales y poniéndose a disposición de los gobernadores. Ese fue el primer guiño, este sábado llegó el segundo.
Lo dicho: falta tiempo todavía y no tiene sentido apresurarse. Pero no sería improbable un escenario de primarias que amplíe la base del peronismo con sello del PJ y, consecuentemente, un debilitamiento de ese otro peronismo, ahora menos federal y sin siquiera el respaldo formal del partido, algo no menor en buena parte de la geografía argentina.
Y allí, está claro, Córdoba será la gran incógnita. Si el peronismo cordobés se pliega al armado que propone el PJ, será el capítulo final para las aventuras de Lavagna y Urtubey, y con consecuencias directas sobre el ajedrez de Sergio Massa y del propio gobierno.
En ese es escenario, Cambiemos hizo hasta ahora lo más sensato. Asegurarles a los propios que el nuevo anuncio no afecta su estrategia electoral y decirles a los ajenos que ahora, con este cambio, tienen más chances de ganar.
Lo cierto es que ni lo uno ni lo otro son verdad, pero era lo esperable como reacción inicial. Si la economía no mejora en estos meses, la apuesta oficial al voto anticristinista se licúa. Eso depende, claro, de la capacidad de Alberto Fernández de adquirir vuelo propio y de ganar visibilidad con autonomía; en rigor, la capacidad de sumar una base electoral a la que Cristina Kirchner no llega desde al menos 2011. Y tal vez lo más difícil: la capacidad de entusiasmar a una sociedad visiblemente escéptica y golpeada.
por Federico Dalponte – @fededalponte
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