3 abril, 2019
Veteranas de Malvinas: la otra historia
A 37 años, Silvia Barrera cuenta en una entrevista exclusiva para Notas qué papel cumplieron las mujeres en la guerra, la deuda por el reconocimiento y su trabajo como instrumentadora en el “Almirante Irizar”.

En 1982, Silvia Barrera trabajó como instrumentadora quirúrgica en el Rompehielos Ara “Almirante Irizar”, que en ese momento funcionaba como buque hospital durante la guerra de Malvinas. Con tan solo 23 años y una vocación notable, viajó junto a cinco compañeras como voluntarista a las islas. Atendió a más de 300 heridos e hizo cirugías a contrarreloj los últimos días de batalla, cuando la guerra llegaba a su fin.
A 37 años, Silvia Barrera cuenta en una entrevista exclusiva para Notas qué papel cumplieron las mujeres en la guerra, la deuda por el reconocimiento y su trabajo como instrumentadora en el “Almirante Irizar”.
– ¿Cuál fue tu tarea en el Rompehielos ARA “Almirante Irizar” y cuántas enfermeras estuvieron a bordo del Rompehielos?
– Nosotras éramos instrumentadoras quirúrgicas, nos ofrecimos como voluntarias, éramos agentes civiles sin instrucción militar. Ellos necesitaban instrumentadoras porque en aquellos años los suboficiales hombres, porque todavía no había mujeres en las fuerzas armadas, no hacían rotación por el quirófano. Tenían enfermeros muy bien preparados militarmente para hacer curaciones, pero no tenían el manejo del quirófano. Por eso vino el pedido específico de instrumentadoras quirúrgicas. Éramos seis: María Marta Lemme, Susana Mazza, Norma Navarro, María Cecilia Ricchieri, María Angélica Sendes y yo.
– ¿Cómo fue trabajar en un lugar donde predominaba la figura del hombre?
– El problema fue cuando llegamos y vieron a las primeras mujeres vestidas de verde. Estaban como en estado de schock los hombres. No nos hablaban, no nos dirigían la palabra. En Río Gallegos nadie nos esperó, nadie sabía nada, para qué íbamos, adonde íbamos… Cuando nos viene a buscar el helicóptero del Irizar nos llevan al buque. Se abrió la puerta del helicóptero y ellos no esperaban nunca que bajen mujeres. Ahí empezaron con supersticiones tales como “nos van a hundir porque las mujeres traen mala suerte a bordo”, y demás. Pasamos una tarde entre asperezas, pero al día siguiente empezamos a trabajar y esas asperezas se limaron. Cuando empezaban a llegar los heridos no había tiempo de discutir.

– ¿Cómo fueron esos días en el buque y específicamente los últimos días de batalla?
– Nosotras fuimos los últimos diez días de la guerra. En esos días estuvimos en Puerto Argentino y los últimos días antes del cese del fuego fueron los peores. Nos tocó estar justo frente a Puerto Argentino, el buque quedó anclado a mitad de la bahía. El barco estaba muy cerca de la tierra pero muy lejos para las maniobras de traer los heridos. Los combatientes venían con su tratamiento hecho en el hospital de Puerto Argentino, venían con un cartel donde se especificaba qué se les había administrado y con el triage realizado. El hospital de Malvinas colapsó por la cantidad de heridos y entonces directamente venían desde el campo de batalla al buque. Había que bañarlos, sacarles la ropa, ver donde tenían las heridas y empezar el tratamiento de cero. No nos dábamos cuenta cómo pasaba el tiempo y no recordábamos si comíamos o dormíamos.
El buque estaba preparado espectacularmente, tenía dos quirófanos grandes y uno más chico, un laboratorio, rayos, odontología. El barco cargó en Puerto Argentino a 300 personas, de esas 250 fueron pacientes, que 25 derivaron en cirugías. También hacíamos curaciones de Pie de Trinchera a cada rato. (El pie de Trinchera era muy frecuente en en la guerra de Malvinas ya que los soldados permanecían en sus trincheras expuestos al frío y humedad, sumado a la mala nutrición y deshidratación provocando edemas en los pies, focos supurados e hiperpulsatilidad arterial).

– ¿Alguna anécdota que cuentes frecuentemente?
– Si, claro. Suelo contar la historia de Esteban Tries, un ex combatiente que salvó a Manuel Villegas, su sargento. Villegas llegó al Irizar, lo recibí yo, lo bañé, lo cambié e instrumenté su cirugía. Cuando abrió los ojos me dijo «si me voy a morir avisale a mi señora». Cuando llegamos a Comodoro Rivadavia le avise a su familia que él estaba bien y que podían venir a verlo. Nuestra historia se unió increiblemente 29 años después de Malvinas.
– La historia de Malvinas tiene una deuda para con las mujeres, ¿creés que en el último tiempo está comenzando a reconocerse su trabajo en la guerra?
– Cada reportaje que doy es una forma de luchar contra eso. Los primeros diez años que volvimos no hablábamos, después cada una fue empezando a contar su historia. Con los años las chicas se enfermaron, una falleció, y quedé yo sola.
– ¿Qué sentís al ser parte de la historia de Malvinas?
– Me siento muy bien. Este año estamos sembrando el fruto de todo nuestro trabajo y me refiero a todos los veteranos de guerra. Estos años hemos salido a los colegios, a las universidades, a los hospitales a contar nuestra historia. Todos los reportajes que he dado en el último tiempo fueron a estudiantes de comunicación que han hecho su tesis de grado conmigo, yo los ayudé cuando eran estudiantes, ahora son periodistas y están en los medios. Esa semilla que fuimos sembrando está dando sus frutos.

– ¿Qué significó la guerra para vos y que representa hoy Malvinas a 37 años del conflicto bélico?
– Yo tenía 23 años, mis actividades eran ir al club a nadar, a hacer deportes como voley o basquet, iba a bailar, hacía lo de cualquier chica de esa edad y además iba al hospital a trabajar a la mañana, esa era mi rutina. Mi papá me decía «vos que estás todo el día pintándote las uñas vas a ir a Malvinas». Esas chicas que tomaron esa decisión fueron a vivir una aventura, éramos ingenuas. Ahora te diría que es lo más importante que me pasó en la vida, mi fortaleza para seguir adelante.
Tomás Ferrando – @tomas_ferrando1
Foto: Clarín
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