21 marzo, 2019
Educación vs. amnesia obligatoria
Por Lucía Cancela e Irene Corbo. La última dictadura cívico-militar atravesó de lleno a nuestro pueblo. ¿Su objetivo? Entre otros, desarticular cualquier lucha, idea o sueño que pusiera en jaque al modelo de sociedad que se pretendía imponer desde el terror. A días de un nuevo 24 de marzo, mirar para atrás y recuperar esa historia debe ser una tarea fundamental.

Por Lucía Cancela e Irene Corbo. La última dictadura cívico-militar atravesó de lleno a nuestro pueblo. ¿Su objetivo? Entre otros, desarticular cualquier lucha, idea o sueño que pusiera en jaque al modelo de sociedad que se pretendía imponer desde el terror. Intentaron ponerle un freno a la construcción de ese otro mundo posible. A días de cumpirse 43 años del aniversario del golpe de Estado, mirar para atrás y recuperar esa historia debe ser una tarea fundamental que se asuma en forma individual pero, por sobre todas las cosas, colectiva.
Las instituciones educativas, como parte del aparato ideológico del Estado, tuvieron un rol clave en la configuración de la sociedad que la dictadura buscaba construir. Con lo explícito del contenido curricular y con todo lo que había detrás de él, con los aspectos físicos y culturales de las y los estudiantes intentaban consolidar una camada de jóvenes en silencio, «tranquilos» y “correctos” que facilitaran la consolidación del proyecto de país que la junta militar, en complicidad con poderosos sectores de la sociedad civil, sostenían.
Si bien son cientos las docentes y estudiantes que desaparecieron en el marco del terrorismo de Estado, ¿qué sabemos de sus vidas? ¿qué se habla de esa parte de nuestra historia durante nuestro recorrido académico? ¿qué lugar tiene esa historia en la institucional?
Estudiantes y docentes pasamos gran parte de nuestra vida cotidiana dentro de las instituciones educativas, aprendemos y enseñamos dentro y fuera del aula. Los pasillos, los patios y las calles siguen siendo terrenos de la educación. Si paramos un segundo a pensar cuántas veces vimos, hablamos, trabajamos sobre la historia de quienes -como nosotres- habitaban esos lugares con mucha suerte pensamos en alguna placa, en una baldosa o recordatorio en algun lugar recondito de la institución.
El problema no es que se pongan placas, baldosas y recordatorios, sino que, como todo en la vida académica, el verdadero problema es qué contenido se le da a ello. La clave está en reflexionar y asumir la responsabilidad de que como parte de la comunidad educativa tenemos en recuperar la historia de compañeres que ya no están: para devolverles su lugar, para reflexionar sobre esa historia escrita con sangre y con tizas, pero también -y fundamentalmente- para hacer de eso una bandera colectiva, una historia que no se repita nunca más.
La juventud que habita las instituciones educativas es protagonista de la sociedad que queremos construir. Como los desaparecidos y desaparecidas, tenemos nuestras ideas, nuestros sueños y nuestra lucha por una sociedad mejor, por una educación que forme personas criticas, conscientes y movilizadas.
En los últimos años, sin embargo, las y los estudiantes hemos tenido que hacer frente a una serie de proyectos anti-educativos que sacan a relucir, por un lado, una voraz campaña de destrucción contra la educación pública y, por otro, la extraordinaria capacidad de movilización y organización de quienes decidimos luchar por nuestro futuro.
En un grotesco afán privatizador, funcionarios del Gobierno de Cambiemos proponen instituciones del futuro que no pueden sostenerse ni siquiera en este precario presente que nos toca vivir, mucho menos a largo plazo. Pero lo realmente grave no es que los proyectos de la Nueva Escuela Secundaria (NES), la Secundaria del Futuro o la UniCABA para formación docente carezcan de perspectiva, sino que lo peligroso reside en que propongan mirar hacia el futuro borrando por completo la historia.
Cuando los pibes y pibas denuncian recortes en las áreas de historia y geografía, cuando estudiantes de los profesorados resisten el cierre de los 29 terciarios de la Ciudad de Buenos Aires, lo que realmente estamos advirtiendo es que quieren robarnos nuestra memoria. Atacar a las instituciones de formación docente es herir de muerte a una tradición que trasciende lo simbólico y se arraiga en lo más profundo de las heridas de nuestro pueblo para arrojar luz sobre lo que muchos quisieran tapar.
Que a nadie le queden dudas de que van por nuestra educación porque la reconocen trinchera de lo popular, de lo colectivo, de la solidaridad y la organización de millones.
Afortunadamente, y en completa oposición a estos ataques, distintos proyectos de Derechos Humanos y memoria entraron a las escuelas de la mano de los centros de estudiantes y de docentes que buscan hacer de la educación algo más que lo que los de arriba pretenden de ella. La memoria, en aquellas instituciones, ya no queda en la suerte de caminar por un pasillo en donde esté la placa. La memoria, a través de esos estudiantes y docentes comprometidos con la transformación social, es una construcción colectiva, cotidiana, identitaria: que se ve en todos los pasillos, en actos, en actividades y en las clases.
Quienes todos los días transitamos esos pasillos, esas aulas, los patios y las calles tenemos que asumir esta tarea: que la construcción de ese otro mundo posible, de la mano de una sociedad con memoria y movilizada, no quede a voluntad de aquellos locos y locas que se sumergen en la inmensidad de un sistema educativo muchas veces adverso para construir un futuro mejor para todes sino que, de una vez por todas, sea una parte fundamental de la política educativa de nuestro país.
@LuuCancela e @IreneCorbo
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