21 febrero, 2019
«Chuspita» Martínez: un vocero internacional de la música andina
Rosendo Martínez recorrió el planeta interpretando el folklore andino. Grabó decenas de discos en Brasil, Inglaterra, España y varios países de Asia. Hoy, de vuelta en su tierra, relata las aventuras, dolores y alegrías que transitó en su largo viaje.

Rosendo “Chuspita” Martínez recorrió el planeta interpretando el folklore andino. Grabó decenas de discos en Brasil, Inglaterra, España y varios países de Asia. Es reconocido por su capacidad para tocar varios vientos a la vez y por su descomunal despliegue con el Charango. Hoy, de vuelta en su tierra, relata las aventuras, dolores y alegrías que transitó en su largo viaje.
En Tilcara, a Rosendo Martínez se lo conoce como “Chuspita”. Un prodigioso músico que recorrió gran parte del mundo tocando los instrumentos propios de la cultura andina y que hace poco decidió volver a su ciudad natal para seguir ofreciendo música y anécdotas de lo que aprendió sobre su largo exilio.
Desde la puerta de su peña, característica por tener un Siku gigante colgando y ser atendida por toda una familia de músicos, se pueden escuchar bombos, charangos y vientos de los diferentes artistas que participan en cada noche. La aparición de Chuspita se lleva, generalmente, todos los aplausos.
Es que el hombre, de 60 años, despliega un show inédito, combinando en una misma interpretación más de cinco vientos distintos y tocando el charango como cual Jimi hendrix lo haría con la guitarra. De hecho, a veces se anima a tocarlo con los dientes, ante la atónita mirada de un público copado de porteños y extranjeros.
La partida
Rosendo nació en un hogar humilde y desde muy chico se interesó por saber tocar distintos instrumentos. Construía sus Quenas y Sikus con las cañas que crecían cerca de su casa y la cierta popularidad que adquirió en su juventud llevó a que los músicos Jaime Torres y Ariel Ramírez lo llevaran a participar de una gira en Buenos Aires.
Aquello fue la puerta para abrirse al mundo artístico, pero el golpe militar de 1976 le mostró la crueldad en primera persona.
“Vivía preso. Conozco todas las comisarías de Buenos Aires”, asegura el músico, quien en 1979 decidió exiliarse para Uruguay y posteriormente, radicarse en Brasil.
Lo que vendría sería una vida andariega de país en país, el cual lo haría empaparse de diferentes culturas y en donde grabaría decenas de discos con su banda: Los Omaguacas. En Brasil grabó música local con instrumentos andinos, y de igual forma lo haría en Inglaterra, realizando un inédito homenaje a Los Beatles. En España, trabajaría en otro disco con música de Cataluña y posteriormente también acompañaría a un grupo de músicos budistas que lo llevó a transitar por diferentes países asiáticos.
“Es triste desarraigarse de tu tierra. Sufrí mucho, mucha discriminación, mucho racismo. Prácticamente no hice dinero, pero aprendí bastante”, confiesa Chuspita, cuarenta años después.
Ahora se anima a señalar que le “preocupa” que los más jóvenes se alejen de su cultura, la cual Chuspita defendió a su manera, transmitiéndola por todo el mundo.

Ya de vuelta en su tierra natal, cree que su papel pasa por reforzar el conocimiento ancestral de la cultura Incaica y andina.
“Una vez estuve en el norte de Barcelona, en un pueblo que se llama Girona, y vino un señor y me dijo: «Que bonito que cantás, felicitaciones´. Me preguntó de dónde era, y yo le contesté. Después me dijo que estaba bien, pero que me tenía que ir”, relata Chuspita y agrega: “Le pregunté por qué, ya que yo tenía permiso para estar ahí. ‘Vos con tu música nos venís a humillar’, me respondió”.
Ese es uno de los recuerdos más impactantes que todavía lleva en su memoria. Aunque las discriminaciones continuaron en Europa: en una ocasión, le hicieron cantar el himno argentino en la frontera de Alemania, dudando de su procedencia. Algo que también se repitió en otras ciudades. “Me creían que era peruano o ecuatoriano, pero no argentino. Ahí me pedían el DNI”, indica Chuspita.
La ceguera nacionalista de algunas personas ignoraba que tenían frente a uno de los músicos más importantes del folklore argentino. Algo que Chuspita guarda con modestia, pero que se refleja en alguna de las paredes de su peña repleta de discos y fotos con artistas del tamaño de Mercedes Sosa.
Es que para Chuspita, “la mayor alegría de su vida” es la música. El impulso que lo llevó a conocer incontables pueblos “sin dinero y sin pedirle ayuda a ningún político”.
“Yo siempre digo que soy hijo de mi madre música. Porque la música nunca me mintió, y menos me traicionó”, enfatiza el reconocido jujeño.
Aunque le hubiese gustado regresar antes, Chuspita explica que los diferentes cambios de gobierno y sucesivos estallidos económicos, hicieron imposible que pudiera volver a pisar suelo argentino.
Ahora, se alerta de la nueva y actual crisis: “Es una pena que los sueldos no suban, pero sí las cosas. Por suerte, la gente sigue viniendo a la peña”, indica.
El idioma universal
Pese a que en su largo exilio se topó con culturas completamente distintas e historias como para un libro, el músico resalta lo que vivió en algunos países del continente asiático.
En el Tibet, visitó a la comunidad Hunza –que lleva el mismo nombre que el río que atraviesa la región- y de la cual Chuspita se llevó una enorme impresión. Allí, la mayor parte de su población vive pasando los cien años de vida. La buena alimentación y la conservación de su cultura original, serían las claves de aquel fenómeno único en el mundo.
Aquellos saberes acompañaron profundamente al artista en su larga recuperación contra un cáncer de garganta, que llevó a impedirle cantar con libertad. Cree que su “amor propio” y el “deseo de vivir”, lo salvaron. Cuando se recuperó completamente, los médicos –admirados- le preguntaron qué había hecho para poder curarse de esa manera.
Pero además, Chuspita se fascinó al descubrir que en varias partes de ese continente, se habla con algunas palabras en Quechua y hasta se tocan Sikus en procesiones religiosas.
“La cultura asiática es totalmente igual a la nuestra. Vengo descubriendo que nuestra cultura indígena de América del sur desciende de los asiáticos. Parte del norte de Asia hay palabras muy similares al Quechua y en Oceanía, en la Isla Salomón, tocan con Sikus”, cuenta admirado.
El viaje de la música
A punto de que la peña que lleva su nombre cierre en la fría noche tilcareña de enero, Chuspita confiesa que sus sueños no se acabaron, a pesar del paso de la edad.
“Lo que me resta es seguir dando ejemplo a mis hijos, a mi pueblo de Tilcara. Mostrando que sí se puede”, expresa el músico.
Para Chuspita, su regreso le recuerda todos los días un ´deber´ para con sus compatriotas. No quiere que el sonido de su raza se extinga. No quiere ni puede, por eso todas las noches se sube al escenario, cierra los ojos y se deja llevar en el viaje más placentero que le ha tocado emprender: el de la música.
Julian Pilatti – @tinta_derramada
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