23 enero, 2019
La Tablada: una imagen vale más que mil palabras
A 30 años del copamiento del cuartel de La Tablada, el reportero gráfico, Eduardo Longoni, dialogó con «Insurgentes», por Radio Sur 88.3, sobre el rol del fotoperiodismo a partir de las fotos con las que se pudo reabrir la causa judicial por los guerrilleros desaparecidos en el enfrentamiento.

A 30 años del copamiento del cuartel de La Tablada, el reportero gráfico, Eduardo Longoni, dialogó con «Insurgentes», por Radio Sur 88.3, sobre el rol del fotoperiodismo a partir de las fotos tomadas por él en ese día, con las que se pudo reabrir la causa judicial por los guerrilleros desaparecidos en el enfrentamiento.
– ¿Qué nos podés contar de tu último libro «Imágenes apuntadas»?
– La idea del libro tiene como dos vertientes: una que es al principio de mis años como fotógrafo en una pequeña librería llamada «Documenta», que quedaba en Florida y Córdoba cerca de la Agencia Noticias Argentinas donde yo empecé, había un personaje muy querido que nos dejaba hojear los libros de fotografía que llegaban porque eran muy caros y nos los podíamos comprar. Siempre me pregunté con esos grandes maestros de la fotografía como Cartier-Bresson, Eugene Smith, Robert Frank, qué habría pasado por su cabeza, por qué habían hecho tal foto y por qué ese instante era decisivo. Y siempre me quedó dando vueltas eso que la foto no termina de contar.
Y el otro momento fue una charla que tuve en la Universidad del Sur, en Bahía Blanca, me habían invitado a hablar sobre uno de mis libros que se llama «Violencias», que tiene imágenes periodísticas desde 1979 hasta 2007. Y me dije a mí mismo, cuando terminé la charla, que las fotos están, pero las historias de cada una de las fotos van a volar el día que ya no me acuerde o ya no esté. Entonces estas dos vertientes me llevaron a ponerme a escribir sobre las fotos más conocidas o emblemáticas que había hecho, tratar de recordar la situación, lo que me había pasado. Porque las fotografías son una gran ventana a lo que ocurrió en la historia, pero hay algunas cosas que están detrás de ellas, detrás de ese pedacito de papel que valen la pena recordar.
– En cuanto al aniversario de La Tablada, ¿qué despierta en vos el hecho de que una foto que tomaste pueda contar su historia en el juicio que comenzó el año pasado?
– Me gusta pensar en las distintas vidas y las distintas etapas de esa fotografía. Cuando tomé esa foto en 1989, el día del asalto al cuartel de La Tablada, trabajaba como «freelance», y en realidad llegué pensando que era uno más de los alzamientos carapintadas en contra del gobierno de Alfonsín, que por esa época estaban muy de moda. Yo había cubierto todos los alzamientos carapintadas y había comprobado que entre los militares, entre las distintas facciones, «los rebeldes» y «los leales» nunca se disparaban un solo tiro, ni siquiera un insulto. Y cuando llegué ahí me encontré en el medio de un tiroteo feroz, me di cuenta de que algo extraño ocurría, que no era un alzamiento carapintada y que era imposible fotografiar desde el piso, al ras de la calle.
Así que cuando terminó parte de ese tiroteo busqué una posición en altura y ahí me quedé todo el día. Y me quedé un poco apostando, como hacemos los fotógrafos, a ciertas intuiciones. Había un edificio al que los militares disparaban constantemente, y no solamente con armas largas sino también con tanquetas y se estaba incendiando, entonces pensé que algo tenía que pasar ahí. Y efectivamente hacia media tarde, no recuerdo exactamente la hora, empezaron a saltar los guerrilleros del cuartel, y empezaron a ser capturados por los comandos del ejército que los rodearon. En ese momento, para mí la fotografía era la síntesis del combate, los dos bandos en pugna que por primera vez estaban juntos, los guerrilleros que se rendían y los militares que recuperaban el cuartel. Lejos estaba de pensar cómo se llamaban cada uno de ellos y cuál era la suerte que iban a correr, en ese momento la foto mostraba la síntesis de la rendición de los guerrilleros.
Pasó mucho tiempo hasta que me enteré por la madre de uno de los guerrilleros llamado Iván Ruiz, ella se llama Aurora Sánchez Nadal, que vive en Nicaragua y vino a la Argentina en búsqueda de su hijo porque no estaba ni en la lista de muertos ni en la lista de presos. Ella había visto en mis fotos una imagen que le parecía que era su hijo, entonces reconstruimos esas imágenes, las ampliamos, y ella confirmó eso. En la foto también estaba otro guerrillero, José Alejandro Díaz, que en realidad es por el único que se está llevando a cabo el juicio, por su desaparición. A partir de ahí pude rearmar la secuencia de ocho fotografías que en un momento querían decir una cosa y que terminaron siendo una prueba judicial por la cual se reabrió la causa de los desaparecidos en La Tablada.
– ¿Cuál es el rol del fotoperiodismo?
– Estamos en un momento de muchísima crisis en el rol del fotoperiodismo, no solo en la Argentina, sino en todo el mundo y no solamente por una crisis económica, sino por una crisis de lo que significa la imagen. Yo estoy por cumplir 60 años, así que me empiezo a retirar lentamente de la calle porque no solamente es una cuestión de ubicación, sino también de velocidad, el fotorreportero trabaja con su mirada, con su cabeza, pero también con sus piernas. Yo siempre cuento que en los años de la dictadura era joven y entrenaba porque me gustaba jugar al fútbol, pero también porque mi concepto era que quería correr más rápido que la policía, había que sacar una foto y salir corriendo.
Me parece que hay que dejar paso a las nuevas generaciones, y tengo una visión en suspenso de lo que puede llegar a pasar. Está claro que los medios periodísticos, que fueron grandes tomadores de mano de obra en los ’80 y ’90, ahora expulsan fotoperiodistas y hay muchísima gente tratando de aprender el oficio y de estar en la calle, y están los medios alternativos mostrando esas imágenes. Hay algo que está en crisis, hay algo que se está moviendo, hay que cómo se desenlaza, por ahora lo que estamos viendo es que la gran superposición de imágenes que hay, por momentos anestesian la mirada del público. Esto es algo que lo estudiaron mucho los medios periodísticos durante las guerras, todos los días tener una foto de una escena de guerra terminaban anestesiando la mirada del lector. Creo que es un momento de mucha reflexión acerca de lo que hay que hacer con la cámara, de los medios alternativos y de internet, que es el gran depositario de todas las imágenes.
– ¿Tuviste miedo a la hora de hacer las fotos? ¿Sufriste presiones una vez que salieron a la luz?
– Yo siempre digo que siempre tuve miedo. Los que vivimos en dictadura, desde el 24 de marzo de 1976 hasta el 10 de diciembre de 1983, antes que cualquier otro sentimiento tuvimos miedo. Y en la calle, cuando estás con una cámara y hay una represión o algo que pueda poner en peligro tu físico necesariamente tenés miedo, yo creo que el miedo es mi límite, es como la fiebre para la enfermedad, un buen aviso de a dónde podés ir y hasta dónde no. Mi idea siempre fue quedarme en el límite del miedo.
Con respecto a las presiones, luego de la foto de La Tablada, no las tuve. Lo que sí me pasó por estos días es que me llamó mucha gente por estas fotos, entonces revisé mucho los archivos y me pareció que siempre el fotógrafo toma las fotos con un escudo que es la cámara, hay una distancia que pone la cámara. Ahora viendo esas imágenes, sobre todo el tema de La Tablada, el horror, los cuerpos mutilados y quemados, me resultó todo muy impresionante. Miré las fotos como quien mira las fotos de otro y dice: «¿Cómo este tipo pudo haber estado en ese lugar?».
– ¿Querés dejarle un mensaje a quienes están tomando la tarea del fotoperiodismo en medios comunitarios, alternativos y populares?
– Creo que la dictadura tenía un precepto que era que, si no se veía, no había ocurrido. Entonces, en el ámbito de los fotógrafos o de la imagen lo que quería era que nosotros no estuviéramos en la calle, y si estábamos éramos un blanco móvil, muchas veces se repite en democracia. En general, cuando los gobiernos y las fuerzas de seguridad llevan adelante una tarea represiva no quieren que se vea, y una de las maneras de evitarlo es que los fotógrafos no puedan retratar. Esto ahora es casi imposible, no es imposible pegarle a un fotógrafo y llevárselo preso, pero es imposible que no sea registrada una tarea represiva.
Mi consejo que doy a fotógrafos jóvenes, lo hablo en mis talleres de fotografía con fotógrafos que cubren marchas y represiones, es que hay un lugar para el manifestante, hay un lugar para las fuerzas de seguridad represivas y hay un lugar para los fotógrafos. En tanto y cuanto el fotógrafo se confunda con el manifestante es más factible que sea reprimido como son los manifestantes, ahora cuál es el lugar es una cuestión de olfato, de sentido común, de tomar posiciones en altura, de no entusiasmarse todo el tiempo porque uno en el medio de una represión con una cámara es fácil de ver, hay que fotografiar y correrse del lugar. Veo que hay muchos fotógrafos que con el tema de la digitalización, pueden fotografiar muchas fotos y veo que fotografían demasiado, siempre he aconsejado fotografiar poco. Cuando uno está con la cámara en el ojo pierde la visión periférica de lo que pasa alrededor.
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