17 enero, 2019
El «Loco» Bielsa y la pedagogía de la generosidad
La semana pasada una porción de periodistas se horrorizó al descubrir que Bielsa mandó a un colaborador a observar el entrenamiento del equipo de Derby. Los ingleses le objetan a Bielsa haber transgredido límites que pretenden endilgarse como morales. Pero él, memorioso, obsesivo y pedagogo, desarma el juego, lo da vueltas, y se hace responsable de algo que no es ilegal.

Por Juan Branz*. La semana pasada una porción de periodistas se horrorizó al descubrir que Bielsa mandó a un colaborador a observar el entrenamiento del equipo de Derby. Los ingleses le objetan a Bielsa haber transgredido límites que pretenden endilgarse como morales. Pero él, memorioso, obsesivo y pedagogo, desarma el juego, lo da vueltas, y se hace responsable de algo que no es ilegal.
El punto de vista del observador condiciona la mirada del objeto o de la práctica analizada. Entonces hago el esfuerzo. Me corro de donde no quiero. Vuelvo. Pero debo correrme. Es que siento tanta admiración por Marcelo Bielsa que distanciarme es, para mí, como una traición. Pero debo hacerlo. Trataré de convidar un poquito de rigurosidad y de dignidad a estas líneas.
Quiero encontrar y disfrutar (sin caer en un fanatismo “bobo”) de sus provocaciones narrativas hacia los periodistas, hacia el engranaje de un show que aceita pieza por pieza cada vez más rápido. Me detengo. Hablo de provocación y me adelanto a lo que quiero compartir: si la espectacularización del fútbol, en todas sus dimensiones, sus personajes, se basa en una relación intimista de lo privado (claro), y la eficacia radica en volverlo público todo el tiempo, a toda hora, a la mayor velocidad posible… quien se adapte mejor, sobrevivirá en la escena.
Si hay algo que ya sabemos y podemos certificar es que esa lógica de la minucia y la intimidad vuelta espectáculo y, la mayoría de las veces, escándalo no es patrimonio de cierto sector del periodismo deportivo argentino. Es notable que el efecto es global. Resulta que la semana pasada una porción de periodistas, dirigentes, aficionados y hasta el propio técnico del Derby County (el reconocido ex jugador Frank Lampard) se horrorizaron porque descubrieron que Bielsa mandó a un colaborador a observar los trabajos de entrenamiento del equipo de Derby. La prensa y el resto de los ingleses pusieron el grito en el cielo etiquetando la práctica de análisis como “espionaje”. ¿Entonces? Adivinaron: escándalo. El espionaje es el ejercicio de observar a otro, sin que el otro sospeche que está siendo investigado, para obtener información que, para el espía, es de interés y la utilizará según los fines y los objetivos que ha trazado en función de lograr lo que se proponga.
En nombre del juego limpio, del amor al deporte, de la moral deportiva inglesa le objetan a Bielsa haber transgredido las reglas. Tal vez haya cruzado límites que pretenden endilgarse como morales. La moral es un sistema complejo de creencias, de pensamiento y de acción, que se define según el contexto y según quienes la definan. Está claro: algunos ingleses se anticipan y soplan el fuego del espectáculo para que arda en llamas de escándalo. El periódico The Guardian titula el 12 de enero “Leeds apologise after Derby spy row and remind Marcelo Bielsa of ‘integrity’”. Algo así como una sugerencia al entrenador argentino para que recupere su integridad moral y que el Leeds ofrece disculpas al Derby por la operación espionaje. Sumemos a esto la poca capacidad para escuchar de los periodistas presentes en la ronda de prensa ofrecida por Bielsa cuando es descubierto. Todas las preguntas llevaban la impronta de la colonialidad deportiva –y añadida a la moral- debida. Me refiero a que todas las preguntas estaban impregnadas y direccionadas por el juego del sometimiento hacia el entrenador. El que lograba hacerlo pedir disculpas, ganaba.
El juego y el espectáculo. La velocidad de saber y permanecer. Los periodistas lo conocen. Bielsa lo desnuda. Lo desarma, lo da vueltas, y se hace responsable de un acontecimiento que, a pesar del juicio de colegas y agentes especializados del show, no es ilegal. Exhibe y comparte anécdotas que datan desde hace treinta años hasta la actualidad. Logra, también con la velocidad de alguien que conoce el espectáculo, tensionar entre lo legítimo y lo legal. Asume su posición apelando –casi- a la grotesca y cuenta la historia de cuando “espió” al Barcelona de Guardiola, y luego del partido le ofreció todos los detalles de su “espionaje”. ¿Qué verdugo le ofrecería información valiosa a su víctima? Guardiola le respondió que Bielsa sabía más que él de su propio Barcelona.
Alguna vez el periodista Horacio Pagani dijo que Bielsa tenía “buen marketing”. La interpretación sería que se vende bien, o que lo venden bien. Tal vez tenga razón. Pero hay una ley inviolable de la industria del espectáculo: se puede inventar lo que quieras, pero si no hay voz, cuerpo (que dance, que coordine la motricidad necesaria en el campo que sea), estudios, carisma, histrionismo, o formación, durará poco, muy poco. Bielsa sabe todo. Lo dicen sus discípulos.
Desde que agregó a su relación pedgógica el acercamiento corporal y afectivo con sus jugadores es aún mejor. Sabe de velocidad, de escándalo, de provocaciones, de lo íntimo, lo privado tanto o más que la maquinaria del espectáculo. Te desarma y te vuelve a armar. Aprendió, después de 30 años a hablarle al otro. Ya no es el entrenador “que habla difícil” y que nadie lo entiende porque sus enunciados son confusos y llenos de estratagemas. Bielsa no hace “espionaje”. Hace pedagogía deportiva integral. La comparte, es generoso, y admite que observa a sus rivales por déficits con su ansiedad.
Borges se equivocó. Ireneo Funes, aquel hombre capaz de “reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil. Pensó que en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez”, no murió en 1886. Vive en el centro de Yorkshire del Oeste, en Inglaterra. Nació en Rosario, sacudió una remera de Newells al grito de “¡Newells, carajo!”. Fue vapuleado luego de fracasar en el mundial de Corea/Japón 2002, víctima de los criterios que imperan sobre la noción de éxito. Lo mejor de Bielsa son sus errores, tan atractivos como sus virtudes. Lo maravilloso es el legado que dejó en sus entrenados. El “espionaje” es un cuento narrado a la inglesa. Bielsa es de las personas que aman lo que hacen y honra su profesión con su anti pedagogía del espionaje. Su pedagogía es la de la nobleza y la transparencia. La de la obsesión y el detalle por la inalcanzable perfección. Bielsa es una mente brillante. Un alma generosa que recordaremos cuando podamos aceptar nuestras contradicciones y nuestras propias frustraciones.
Bielsa, el memorioso, el obsesivo, el pedagogo.
*Investigador CONICET/IDAES y docente de la Universidad Nacional de La Plata
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