Batalla de Ideas

15 enero, 2019

La tentación de rebobinar la historia

Por Mariano D’Arrigo. En la cosmovisión mapuche, a diferencia de la occidental, el pasado está adelante, y el futuro atrás: se puede ver lo que ya sucedió, mientras que el porvenir resulta desconocido. En una sintonía similar, el debate público argentino atraviesa una etapa pasado-céntrica: oficialismo y oposición encuentran en el ayer los pilares para apuntalar sus golpeados proyectos políticos.

Por Mariano D’Arrigo. En la cosmovisión mapuche, a diferencia de la occidental, el pasado está adelante, y el futuro atrás: se puede ver lo que ya sucedió, mientras que el porvenir resulta desconocido. En una sintonía similar, el debate público argentino atraviesa una etapa pasado-céntrica: oficialismo y oposición encuentran en el ayer los pilares para apuntalar sus golpeados proyectos políticos.

El gobierno justifica las penurias de la caminata pospopulista por el desierto con los famosos “70 años”, en tanto que desde el kirchnerismo tienen siempre a mano cuadros de dos columnas en los que contrastan los deteriorados indicadores socioeconómicos actuales con los del período 2003-2015.

Esa fijación con el pasado y el desdibujamiento del futuro se vincula, en primer lugar, con un elemento central de la matriz cultural argentina: el decadentismo. La idea es simple: en algún momento, algún acontecimiento económico y/o político empujó al país en una espiral descendente de la que no logra salir. Según quién opine, puede ser la crisis del ‘30, el golpe de Estado de Uriburu, el peronismo, la dictadura del ‘76. El macrismo ubicó primero ese punto de bifurcación en el kirchnerismo, y luego lo extendió al primer peronismo; el kirchnerismo identificó la ruptura en el 10 de diciembre de 2015.

De lo que se trata, siguiendo esta lógica, es volver al statu quo anterior o, en su defecto, remover el legado del proceso que torció la línea ascendente. El macrismo se propone eliminar las regulaciones (“privilegios”, “mafias”) que, en su visión, estrangulan las fuerzas productivas; el kirchnerismo, avanzar con una agenda de reformas que quedaron pendientes -según quién opine- por falta de radicalidad o por exceso de jacobinismo.

Pero además, la renuncia a hablar del futuro -más allá de generalidades o frases de compromiso- se relaciona con una cuestión más actual: si en el 2018 la Argentina atravesó fuertes turbulencias y la nave pareció que caía en picada al mar, el horizonte aparece lleno de nubarrones. No ya el largo plazo (en el que, como observó Keynes “estaremos todos muertos”) sino el año que comienza y los que deberá surfear el nuevo presidente. Acechan como amenazas una economía global volátil, sometida a la puja geopolítica entre China y EE.UU., y una economía local recesiva, tutelada por el Fondo Monetario Internacional, endeudada casi al 100% de su PBI y que deberá enfrentar obligaciones por 60 mil millones de dólares durante el próximo mandato presidencial.

El clima es pesimista. En la city, según consigna el Banco Central a través de su Relevamiento de Expectativas de Mercado, prevén una caída del PBI de 1,2% en 2019, inflación de 28,7%, tasas promedio de 57% y dólar promedio de $48,30.

En tanto, según la encuesta de diciembre de D’Alessio IROL – Berensztein 57% de las personas encuestadas cree que la economía del país estará peor dentro un año contra 39% que considera que estará mejor.

Finalmente, ante un presente angustiante y un futuro teñido por la incertidumbre, el recurso de plantear una vuelta del reloj de la historia a un pasado idealizado efectivamente está resultando efectivo. En la principal potencia mundial, Trump propone “hacer grande a Estados Unidos de vuelta”; su visión es la de un EE.UU. que recupera la supremacía a nivel global, reindustralizado y más homogéneo étnicamente. En el vecindario sudamericano, Bolsonaro promete la vuelta a un orden verdeoliva y el restablecimiento de jerarquías de clase, raza y de género.

Sin embargo, la apelación al pasado tiene contraindicaciones. El macrismo experimentó en carne propia a partir de diciembre de 2017 el rendimiento decreciente del recurso de la pesada herencia, un activo que le permitió ganar las elecciones presidenciales y de medio término pero que empezó a hacer agua en una ciudadanía cada vez más exigente con el elenco gobernante actual.

Por su lado, el kirchnerismo -que siendo gobierno exprimió al máximo el acontecimiento 2001 como el infierno del que había que escapar- ahora en el llano sale perdiendo en la memoria social de corto plazo: el tercer y último acto kirchnerista dejó elevados niveles de consumo, empleo y bajo nivel de endeudamiento, pero también indicadores amesetados o en deterioro en cuanto a inflación, pobreza, precarización laboral y seguridad.

Así las cosas, los referentes de los dos polos que organizan la política argentina basculan entre el pasado y el presente: el oficialismo, con pleno uso de sus fierros institucionales y mediáticos, desplaza a la economía del centro de la atención pública y bolsonariza la agenda; la oposición, sorprendida por la calma -tensa, pero calma al fin- de un diciembre que se anticipaba mucho más conflictivo insiste con el excel de indicadores en rojo. Paradójico: el kirchnerismo, que durante doce años machacó con la “batalla cultural”, recae en un economicismo ingenuo que le impide captar las tres fuentes y tres partes integrantes del apoyo al macrismo: de clase, ideológicas y de gestión.

En medio de la pax veraniega, otros actores -obligados por la urgencia del juego del poder- trazan escenarios futuros y avanzan en decisiones. Por caso, los gobernadores -en su mayoría peronistas- adelantan las elecciones provinciales para asegurar el territorio y, eventualmente, poner alguna fichita a alguna candidatura presidencial. En tanto, la puja distributiva entre capital y trabajo aparece todavía velada, aunque se prevé particularmente tensa.

No obstante, en la esfera de la representación política los principales actores -dotados de recursos limitados para imponer la balanza a su favor- apuestan al error del adversario. Como dos equipos que priorizan el arco propio, esperan que pase el tiempo, y que el resultado se defina a suerte y verdad en los penales.

Si la política es el arte de crear las condiciones de lo posible, parte de esa creación consiste en ofrecer una visión de ese lugar al que se pretende llegar. Un país está complicado cuando sus élites miran al pasado y los únicos que hablan del futuro son los astrólogos.

@mdarrigo

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