Batalla de Ideas

8 enero, 2019

El Gauchito Gil y el feminismo popular

Por Diana Broggi. El 8 de enero en la Argentina es el día del Gauchito. La imagen de quien supo ser un trabajador rural, Antonio Gil Núñez, condensa muchas cosas: un santo pagano cuya historia remite a la expresión de valores que encontramos en los lazos construidos en comunidad. Bien situado, real y en clave colectiva.

Por Diana Broggi*. La imagen de quien supo ser trabajador rural, Antonio Gil Núñez, condensa muchas cosas. Aunque en realidad su fuerza espiritual y la potencia de lo que representa es cotidiana y es del pueblo. Un santo pagano cuya historia remite a la expresión de valores que encontramos en los lazos construidos en comunidad. Bien situado, más real. En clave colectiva.

Muchas feministas también somos devotas o reconocemos al Gauchito Gil, lo reivindicamos en la recuperación de la espiritualidad y la religiosidad como parte importante de nuestras vidas, como puente de nuestro pragmatismo y materialidad, y en la ruptura definitiva con la iglesias como instituciones y las religiones que pretenden configurar todo desde un poder hegemónico. Un poder al que las más genuinas manifestaciones populares superan y nos invitan a compartir como a una fiesta de reencuentro sagrado.

Mitos que sí

Miles y miles de personas viajan a Mercedes, Corrientes, para pedir y agradecer al santo pagano más popular de nuestra cultura espiritual. En simultáneo, se replican muchas celebraciones en distintos lugares del país donde se han construido santuarios y templos en su honor. Al costado de las rutas argentinas, en los barrios, en los pueblos de la provincia, en el conurbano, en los cuerpos tatuados: la imagen de quien supo ser trabajador rural, Antonio Gil Núñez, condensa muchas cosas.

La fuerza del gauchito está anclada en eso que se amplifica porque genera identificación real, cercana, de mito palpable. Un historia de amor atravesada por las diferencias de clase. En el mito está la narrativa de ese amor polémico que lo sacó de su pueblo teniendo que escapar para conservar su vida ante quienes se oponían a su romance con una adinerada viuda estanciera.

Antonio paso a alistarse como soldado en la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay. Luego deserta, desobedece la autoridad y es perseguido. Dice la leyenda popular que se convirtió en “bandolero”, en “ladrón”, y que le quitaba a los que más tenían para darle a los que menos.

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La narrativa se reproduce como un cuento, como algo de lo que nos apropiamos y vamos transmitiendo, con modificaciones, con versiones de la historia pero que sigue alimentándose en la credibilidad de las escenas.

Cuando lo encuentran a este devoto de San la Muerte, le pide a su verdugo que no lo mate porque derramará sangre inocente. Le dice, además, que su hijo está muy enfermo y que tendrá que pedirle a él (al Gaucho) para salvarlo. El hombre no lo escucha y lo degüella sin piedad alguna.

Al regresar a su casa, el hombre se encuentra con que su hijo estaba grave de salud y efectivamente le pide al Gauchito perdón por haberlo matado y que salve a su hijo. El Gauchito lo hace y el niño se salva.

La constitución de las creencias populares son a prueba de versiones y relatos. Lo que importa son los valores que se expresan y contienen en sí mismas una verdad sensible e infinita. Las deducciones están a la vista, nunca hace falta explicar.

¿Incomodidad de las iglesias?

Las cuestiones relacionadas a la santificación o no del gauchito, y el vínculo con la iglesia católica denotan cuánto de la rigidez eclesiástica y su institucionalidad ortodoxa representa mucho menos de lo que se arroga.

En los tiempos que vivimos hay una pelea abierta contra el neoliberalismo y los fundamentalismos religiosos. En la Argentina, desde los roles de las iglesias en la dictadura al debate del aborto, así como en Brasil la reciente asunción de Jair Bolsonaro y sus influencers evangélicos, ejemplifican una realidad donde las iglesias se encuentran vinculadas con el poder hegemónico y sectores antiderechos mediante efectivas articulaciones políticas y económicas.

En lo insoslayable de los entramados de poder que representan -en nuestro país en particular la católica por sus privilegios históricos-, las maniobras de control suponen que puedan arrogarse la fortaleza de lo sagrado o de la vida misma, y legitimar o no figuras o valores de nuestra religiosidad. La institucionalidad eclesiástica propone e impone formas estandarizadas de relacionarse con lo espiritual, una suerte de industria simbólica con escasa renovación.

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Hay en ese dogmatismo una serie de límites que en la apropiación misma de los símbolos se resquebraja por quedar en el plano de una abstracción, tal vez, demasiado lejana. En cambio, en la celebración del gaucho se propicia como lugar de encuentro y de fiesta popular. Hay en ella una reciprocidad y menor jerarquización de lo que se reivindica ya que no está puesta en un lugar impoluto o esencial.

Mitos que no

Las feministas populares también creemos en muchas cosas y por eso la espiritualidad es parte de nuestra política. La fortaleza de nuestro pragmatismo y lo terrenal funcionan como modo de construir sin esencias. Sin recetas.

El deseo es el motor, nos empuja fuerte y hacía todo. En él se inscribe también nuestra religiosidad, que se conecta con el pueblo y evita la culpa o las opresiones, los abusos, los mandatos. Todo lo que del pensamiento único emana y que en el catolicismo, el evangelismo y otras religiones son estructurales.

Nuestras promesas son pactos de lucha, políticas del encuentro y la potencia donde el amor relanza lo sagrado de nuestros símbolos, el pañuelo verde, los puños en alto, el pañuelo blanco, algunas piedras, plantas, y muchos elementos que, como en los altares del gauchito, mucho se puede aportar.

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Nuestros Amén es “No nos callamos más”, “Mira como nos ponemos”, y nuestra oración preferida suele ser:

Poder, Poder,
Revolución y feminismo,
Les gusta a ustedes, les gusta a ustedes.

Y ahora que estamos juntas,
Y ahora que sí nos ven,
Abajo el patriarcado
Se va caer, se va caer

Hay feministas devotas del Gauchito Gil que reconocemos el amor en su representación al pueblo y la desobediencia sana a la autoridad. Él está más allá de Dios y del Diablo, y nos permite construir razones para creer y ver allí valores y práctica religiosa que pueden crear un espacio de encuentro y de recarga de energía para vivir.

La magia está de nuestro lado

Aprender a transitar las complejidades de las luchas y retomar el pensamiento mágico para potenciar las construcciones -la conexión alma-cuerpo- es una necesidad estratégica en tiempos de neoliberalismo e individualidad sofocante.

Pensar desde la religiosidad no es la abstracción o el capricho ideológico. Es disputar el sentido de los rituales, abrir las interpretaciones de los mitos y las leyendas en el registro popular, respetar y entender que son libres. No hay una sola forma de creer, ni un manual estandarizado de qué hacer con esa creencias.

Hay una ética posible de la magia del encuentro y de lo simbólico sagrado. De la ruptura con las opresiones naturalizadas y la forma diferente en las que las sentimos de acuerdo a donde estemos parades en este mundo.

En definitiva, el Gauchito y todo lo que pasa alrededor se organiza desde abajo y es también una forma de resistir a la desesperanza que propone el sistema. Allí se encuentra un feminismo popular que se permea de las contradicciones y aprende a elevarse: con el pueblo siempre.

* Directora de Políticas Feministas de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP)

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