Cultura

11 diciembre, 2018

Por qué ver Lluvia de jaulas, la última película de César González

Por Ana Clara Azcurra Mariani. El lunes 10 de diciembre César González estrenó en la pantalla del Cine Select de La Plata su quinto largometraje, un documental poético que, sin llegar a ser una película experimental, continúa fiel en su rechazo a la idea de trama o historia. «Lluvia de jaulas» camina y teje preguntas, no nos contiene.

Por Ana Clara Azcurra Mariani. Hace poco encontré la cuenta de Instagram de la jefatura de policía del municipio en el que vivo. La página no se presenta como espacio para hacer denuncias, sino como vidriera que muestra el servicio dedicado, 24/7, a la comunidad. Sin las ediciones melodramáticas y simplistas que comportaba “Policías en Acción”, el perfil comparte en sus stories los puntos de control de motos y autos, los operativos de secuestro de drogas y salvataje de víctimas en inundaciones, entre otras acciones (por ejemplo, agradecer al presidente y la gobernadora por confiar en ellos).

El lunes 10 de diciembre César González estrenó en la pantalla del Cine Select de La Plata su quinto largometraje, un documental poético que, sin llegar a ser una película experimental, continúa fiel en su rechazo a la idea de trama o historia. Lluvia de jaulas camina y teje preguntas, no nos contiene. ¿Pero de qué trata? No hay respuesta porque no hay objeto sino filosofía hilada entre voces y planos recolectados a lo largo de cuatro años de registro.

El largometraje le expropia parte de sus imágenes a la policía que realiza operativos en las villas y que, como la jefatura del comienzo de este texto, luego comparte en la red. Hay una errónea tendencia a hablar de los invisibles cuando la cantidad de cámaras que circulan, más adentro o más afuera de todos los espacios sociales, ponen todos los cuerpos en exhibición. ¿Cuál es el dispositivo que administra esa exhibición? González lo desmonta y lo remonta en otro orden discursivo que dispone las imágenes de las fuerzas represivas apuntando y acelerando entre las personas que caminan por los barrios. Le construye otra verdad a ese imaginario visual.

La película tiene dos condiciones ruidosas que mantienen a quien la mira en estado de alerta. La cámara en mano es una basura en el ojo, los cuellos hacen fuerza para intentar que se quede quieta. Nos recuerda a la fuerza que le oprimimos a la cartera contra el cuerpo cuando vemos una gorrita. El otro es una amenaza, la cámara me lo trae y acarrea consigo la molestia que sentimos en el cuerpo.

Pero también, y en un ambiente de reivindicación hipócrita de la diversidad cultural, de aquello que “nos diferencia y nos enriquece”, el texto audiovisual repone la comida, el juego, el baile, las preocupaciones cotidianas transversales (¿y si salgo a estudiar y no vuelvo porque me violan en el camino?). Es decir, la película nos devuelve aquello que nos iguala más allá de las desigualdades materiales y políticas que el multiculturalismo publicitario maquilla con un éxito difícilmente discutible.

El cine de González tiene la prepotencia de la intención y el trabajo, pero este último por partida doble. Por un lado, el trabajo propio del director, y por el otro, los receptores que no pueden simplemente contemplar a la manera del espectador. No hay goce estético, no hay distensión post máquina laboral (¿hay post en sociedad salariales flexibilizadas?). El pensamiento avanza a la par de la película por aquello que nos perturba.

Hay público y hay circuito que lo reclama. González se ha vuelto necesario para el cine nacional porque su cine es bueno y por casi ninguna otra razón.

@serserendipia

* Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA) y doctoranda en Ciencias Sociales (UBA)

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