Batalla de Ideas

7 diciembre, 2018

El optimismo oficial ya encontró sus límites después del G-20

Por Federico Dalponte. El consuelo tiene sus límites. Hace una semana el gobierno iniciaba esa montaña rusa de alegría que le significó el G-20. Pero al final del paseo lo esperaban otra vez las internas y una delicada agenda local.

Por Federico Dalponte. El consuelo tiene sus límites. Hace una semana el gobierno iniciaba esa montaña rusa de alegría que le significó el G-20. Pero al final del paseo lo esperaban otra vez las internas y una delicada agenda local.

La Argentina no es apta para ansiosos. Más de un especulador preconizaba el fin de semana que el gobierno por fin había levantado cabeza. De eso mismo se convenció el propio presidente. Media decena de entrevistas a diversos medios e incluso una conferencia de prensa: salir de la cueva para ver la luz.

Eso duró apenas hasta el lunes. Mientras Mauricio Macri exponía las grandezas que había dejado la cumbre de potencias, la ministra Patricia Bullrich enfatizaba el perfil más reaccionario de Cambiemos.

En eso se convierte el gobierno cuando se siente ganador. Su última dosis de éxtasis la había consumido en octubre del año pasado, cuando arrasó en las elecciones legislativas. Tardó menos de un mes en presentar su plan de reformas sociales. Y otro tanto hasta la bochornosa sesión en que aprobó la reforma jubilatoria.

Pero ahora, en esta parte de la historia, resta menos de un año para el final del mandato presidencial y el margen de error naturalmente se achica. El primer golpe de realidad lo recibió Cambiemos en el Congreso. Creyó que el G-20 imantaría votos para transitar unas sesiones extraordinarias tranquilas. Erró.

La oposición será oposición hasta bien entrado el 2020. Creer que el optimismo oficial contagiaría a los adversarios fue una preocupante muestra de amateurismo político. Hasta la designación de Nicolás Caputo como cónsul honorario de Singapur estuvo a punto de caerse a pedazos. Si media una lectura inteligente, es probable que el oficialismo haya tomado nota de que la correlación de fuerzas no cambió luego del G-20.

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Algo similar sucede hacia el interior de la alianza gobernante. Patricia Bullrich es la ministra con mejor imagen del gobierno. Tanto que hasta logra convencer al presidente de que la mano dura es tan necesaria como redituable en términos electorales.

Claro que no todos los oficialistas estarán de acuerdo, amén de sus motivaciones. Pero en cualquier caso al núcleo duro del macrismo le sirve para modelar y definir el discurso que los guiará durante los próximos meses: salida de la recesión, inserción en el comercio global y mano dura; el sueño de ser un país europeo donde los inversores se sientan libres y los delitos se enfrenten a balazos.

Es probable, en ese contexto, que Cambiemos esté atravesando ese proceso previsible en que las alianzas se comprimen, se desconfía de la heterogeneidad y se encierra en mesas chicas cada vez más chicas. Fue lo que le sucedió al kirchnerismo luego de la epicrisis de 2009.

Reiteradas críticas públicas de Elisa Carrió, fricciones con los radicales, alejamiento de Emilio Monzó, desdoblamientos electorales clave. Nada indica aún que Cambiemos pueda romperse, pero sí es probable que se refuerce la cohesión de su núcleo duro.

En ese contexto, la organización del G-20 sólo le sirvió a ese círculo íntimo para ratificar que la estrategia no estaba tan equivocada. Otra vez: relaciones abiertas con los países centrales y mano dura para controlar la calle. La cosa sana, lo que quiere la gente, el discurso que gana elecciones.

Lo que subyace, en definitiva, es apenas un juego de percepciones, más vinculadas a lo que la propia esfera presidencial cree del presente que a lo que realmente vive la calle. El plan oficial, por tanto, consistirá en demostrar que la alegría está cerca porque el rumbo trazado es adecuado, aunque resten atravesar otros cuatro meses de recesión y el clima preelectoral arrecie.

@fdalponte

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