Géneros

27 noviembre, 2018

Encuentro de Varones Antipatriarcales: mariconizar todo

Los días 17, 18 y 19 de noviembre, entre Capital Federal y Avellaneda, se llevó a cabo el séptimo Encuentro Latinoamericano de Varones Antipatriarcales (ELVA), donde se encontraron dos mil identidades masculinas con la consigna “Ni machos ni fachos, trabajando por masculinidades contrahegemónicas”.

Los días 17, 18 y 19 de noviembre, entre Capital Federal y Avellaneda, se llevó a cabo el séptimo Encuentro Latinoamericano de Varones Antipatriarcales (ELVA), donde se encontraron dos mil identidades masculinas con la consigna “Ni machos ni fachos, trabajando por masculinidades contrahegemónicas”.

El primer día, la presentación tuvo lugar en la sede de ATE Nacional en CABA. El tiempo no ayudaba, y los cientos de varones que llegaban de todo el país, Colombia, Chile, Brasil y Uruguay, se agrupaban en la entrada de un anfiteatro ya colmado para la asamblea plenaria de apertura. Alguien, que parecía jugar de local, pidió la palabra y dijo: “Habilitemos la parte de arriba, yo me hago cargo”. A algunos ya los estaba poniendo incomodo estar tan pegados con otros varones.

En la asamblea se plantearon los debates que iban a hilar el fin de semana. Suna un concepto que todavía no se sabe bien qué significa, pero suena bien: “Hay que mariconizar la política”.

Lo más parecido a este amontonamiento, es una cancha de fútbol. Varones, jóvenes y grandes, que se encuentran por lo mismo, vestidos similares y con alegría de estar juntos. El lugar podría ser un estadio pero justo representa todo lo contrario. Los varones se abrazan, hay algunos a upa de otros, hay tantos que no hay distancia entre ellos. Muchos están maquillados, con pollera, con trenzas en el pelo y con aros enormes. Aun así, todavía hay una tensión entre ‘pakis’ y ‘marikas’.

La definición antipatriarcal tiene un sentido. Los organizadores dicen que es distinto a lo que sucede con los Encuentros Nacionales de Mujeres, donde no hace falta que seas feminista para ir. En los ELVA si asistís, es porque no estás cómodo con tu rol de varón cis, trans o marika en la sociedad patriarcal y tenés ganas de profundizar esa incomodidad.

Mauricio Centurión
Mauricio Centurión

Existe una jerarquía en las masculinidades también. Como no es lo mismo ser una mujer blanca y clase media, que una pobre y/o trans, con los varones también pasa- en otro nivel- referido a su identidad y sexualidad. Sin embargo, quienes organizan el ELVA han asumido que no se trata de diferenciarse de los heterosexuales, sino trabajar su incomodidad. Porque ellos, tampoco llegan a ese ideal de masculinidad. Hay varones heridos que no han sanado su “ser hombre” y van causando estragos a su alrededor. La idea es poner en tensión ese ideal al que llaman masculinidad hegemónica.

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Los designios de la suerte o vaya a saber qué cosa, hicieron coincidir el primer día del ELVA, con la vigésima séptima Marcha del Orgullo LGBTIQ. Probablemente sea el mejor taller del fin de semana. Todas las identidades masculinas, marchan desde el barrio de Constitución hasta Plaza de Mayo donde miles y miles de personas se concentran alrededor de un enorme escenario, con decenas de puestos de comidas y merchandising diverso, mientras cruzan un puente multicolor.

Lo estético es parte fundamental del movimiento de la diversidad. Glitter, banderas multicolores, mucho maquillaje, tacos altísimos, capas, máscaras, pelucas, etc. La exaltación de lo estético pareciera decir “¿No me ven? Bueno, así me van a ver sí o sí. Les guste o no”. Esa plaza, esa marcha, pareciera representar a un mundo que no es este, pero también lo es.

Hay carrozas con previas internas en cada una. No vaya a pensarse que no hay diferencias políticas entre las distintas federaciones y comunidades LGBTIQ, como sucede entre los movimientos políticos. Pero cuando salió Jimena Barón al escenario, además que disipó la lluvia y prendió un sol infernal, encendió cuerpos que iban a eso, a bailar. Porque dentro del closet no se puede.

Caminar por esa gran masa de cuerpos libres puede hacerte sentir atrapado, pero menos que siempre. Los balcones que están a nuestro cielo, aparecen llenos de pañuelos verdes. En una esquina, un joven con tacos, tirantes y en cuero baila arriba de un contenedor. Lo hace más efusivamente cuando lo miran y lo enfocan los cientos de fotógrafos.

En Plaza de Mayo hay rejas. Cada vez más adentro. De un lado, está la vieja política. Del otro, la nueva.

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El domingo, el ELVA se trasladó a la sede Piñeiro de la Universidad Nacional de Avellaneda, donde al mismo tiempo, se realiza el Encuentro Nacional de Salud Comunitaria. Algunas mujeres aparecen, pero no desentonan. Durante los tres días, se repitió hasta el hartazgo que el encuentro de tantos varones no podía deberse a otra cosa que al feminismo.

Después de las fiestas de la noche y la jornada de talleres matutinos, los chicos descansan tirados en el pasto, haciéndose techito con las manos y apoyados en la panza de su compañero. Algunos están con su torso desnudo. Desde la organización se dice que esa actitud pone incomodos a otros varones e identidades varonas. Esa incomodidad tiene que cambiar de bando.

 Juan Bordas
Juan Bordas

En el taller “Varones en el feminismo o el feminismo en los varones”, se forma un círculo mirando para afuera y los hombros hacen contacto. La primera incomodidad pasa por pensar cuánto puede exponer esta actividad. Pero es que, precisamente se trata de eso: poner en tensión el cuerpo y los aprendizajes de la masculinidad hegemónica.

Un elástico es sostenido por diez varones. En el medio, un tacho. A su izquierda y a su derecha, dos círculos más. Los coordinadores sueltan preguntas. Si es si, será un paso para adelante. Si es no, será para atrás. ¿Usás lenguaje inclusivo? ¿Le decís te quiero a tus amigos? ¿Alguna vez te faltó un plato de comida? ¿Alguna vez no te atendieron en un hospital? ¿Sabés coser?

Quienes quedan más cerca del centro, son aquellos que sostienen el elástico, es decir, el modo actual de relaciones patriarcales. Quienes se encuentran más lejos, ya chocando la pared, son quienes marcan el camino experimentando otras formas de masculinidad.

Los círculos se dividen en tres temáticas: territorio, trabajo y educación. Es un taller que parece para militantes. En el de educación hay universitarios y secundarios. Cuando se presenta cada uno, debe no solo decir su nombre, de dónde viene y qué estudia, sino también qué superpoder le gustaría tener. El de la empatía dice uno. A otro le gustaría desatar los nudos de poder. Alguien dice demostrar afecto entre todes. Algunos repiten saber los pensamientos para cambiarlos.

La pregunta para debatir es “¿Cómo atraviesa a la comunidad educativa, la cuarta ola feminista?”. Un estudiante secundario levanta la mano y cuenta que un compañero más chico que él, de 12 años, se está cuestionando su sexualidad. “Hay pibes que hoy atraviesan su adolescencia sin tantas preguntas ni sufrimiento”, dice.

El lunes quedará otra tanda de talleres y la elección de la sede 2019. Será en Montevideo, donde el colectivo Traidores de Papá será anfitrión. En este año, miles de varones buscarán dejar de sostener el elástico para tensarlo cada vez más.

Desarticular la cultura del abuso y la violación. Romper con la complicidad machista. Entender que el sujeto del feminismo no son los varones. Fundamentalmente, ser críticos al habitar el espacio que históricamente hemos ocupado. Pintar de colores y preguntas el grupo de amigos, de trabajo, la familia. Mariconizar todo, porque el proyecto de la masculinidad es destructivo y porque el orgullo, con amor y valentía, puede enfrentar a los Bolsonaros que están y que vendrán.

Sebastián Paradelo – @sebaparadelo

Foto: Bruno Scali

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