Cultura

8 noviembre, 2018

La incomodidad y extrañeza del duelo

La ópera prima de María Alché, Familia Sumergida, es una película sobre el duelo. No sobre el proceso de aceptación de la pérdida de un ser querido, sino sobre la inmediatez de esa pérdida concreta que conlleva una pérdida de estabilidad. No se trata aquí del desgarro emocional, sino de la sensación de extrañeza.

Familia Sumergida es una película sobre el duelo. No sobre el proceso de aceptación de la pérdida de un ser querido, sino sobre la inmediatez de esa pérdida concreta que conlleva una pérdida de estabilidad. No se trata aquí del desgarro emocional, sino de la sensación de extrañeza. Del proceso de asimilación desde un lugar sin equilibrio para poder llevarlo a cabo.

La ópera prima de María Alché es una película limbo. Una tipo de película (ni siquiera del orden de lo genérico, porque por momentos aborda el género y de manera soberbia) que trabaja lo sensorial desde diferentes puntas, generando así una especie de masa amorfa en la que uno como espectador se sumerge y se le hace imposible ordenarla rápidamente. Ese cúmulo de sensaciones nos desafía e inclusive nos incomoda como espectadores que en general estamos acostumbrades a lidiar con los aspectos narrativos de un film.

Alché se propone transmitir sensaciones, y esto sólo puede llevarse a cabo a través de los recursos semánticos/formales de la película. El trabajo con la imagen y sonido es fundamental, porque las palabras quedarían cortas. Y esto nos descoloca. Nos gusta, pero nos descoloca. Porque nos interpela desde un lugar en el que, por falta de costumbre, podemos identificar que algo nos genera pero no tenemos muy en claro que es, y mucho menos, como lo hace.

Los ambientes de la casa de Marcela (Mercedes Morán) son pequeños, muchos pero pequeños. El espacio en su totalidad es compartimentado, como si hubiera mucho lugar pero se encontrará trabado por las diferentes paredes. A ese espacio encerrado y trabado se le suman las luces del exterior que se filtran todo el tiempo. Una constante a lo largo de la película son esos rayos de sol que invaden las ventanas (ese mismo rayo que que ingresa entre las persianas y te levanta de forma violenta por las mañanas), metáfora de la muerte que regodea en la cabeza de Marcela a lo largo del film, o como una realidad innegable (la muerte de su hermana) que se mete entre los compartimentos del búnker que crea Marcela. Cualquiera sea la razón, la luz se filtra a lo largo de toda de la película como buscando un lugar, molestando, tornándose insoportable.

Marcela no puede procesar la pérdida de su hermana. No puede o no quiere entregarse al proceso de tal suceso, por esto es que en el único momento en que empieza a llorar, Alché decide cortar rápidamente y pasar a la siguiente escena. De esta manera la directora se aleja del dolor, no se regodea en el, prefiere concentrarse en la desconsertación que trae consigo la tragedia.

El timbre y el teléfono aparecen también para corromper la posibilidad del proceso. El sonido de estos elementos revienta cada vez que Marcela busca encontrarse con el espacio. Suenan violentamente y le imposibilitan la transformación de esos no-lugares.

A medida que la película avanza, también avanza la sensación de extrañeza de Marcela. De a poco lo onírico se va filtrando y nos va dejando sin posibilidad de discernir entre estos momentos y “los reales”. Eso mismo es lo que le sucede a Marcela, no sabe distinguir entre la realidad y estos fragmentos perturbadores, que al fin y al cabo, no dejan de ser parte de su realidad. De cómo vive y convive con la inminencia de la vejez, de la muerte, de la locura. Y aquí la aparición del género. Alguna vez le escuché decirle a Nicolás Prividera que no hay nadie que trabaje tan bien el terror en Argentina como Lucrecia Martel, y esto sin ser La ciénaga una película de terror. Algo parecido sucede en Familia Sumergida.

Los fragmentos oníricos aparecen como un subgénero dentro de la película. Alché utiliza el terror y con él su carácter hiperbólico tan propio del género: viejas con sombreros grandes, vestidos coloridos y labial corrido, errándole al plato cuando sirven el pastel que nadie comería. La saturación de estos elementos que componen la imagen de la “vieja senil” perturba a Marcela y nos perturba. La vejez, la soledad, la locura, son signos de lo perturbador en el film.

Todos los elementos con los que trabaja Familia Sumergida son exagerados en función de la intencionalidad dramática de la propia película. Así, Alché va generando, a partir de ellos, la sensación de extrañes de Marcela en el público. Inclusive llevando esa sensación a las escenas que responden más al orden de lo cotidiano, generando así un enrarecimiento en todos los órdenes de la vida/película.

La escena final que empieza con una cena familiar y deviene en una situación donde todos los integrantes se encuentran bailando una especie de tecno andino envolvente, es un ejemplo de la hibridación de la realidad que nos encontramos en Familia Sumergida (además es un gran final).

Y después salir del cine y la reconstrucción de las partes. Todas esas que se exponen de manera tal que nos deja perdidos, pero con ganas de más.

Facundo Rodríguez

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