17 octubre, 2018
Nick Cave deslumbró con cercana oscuridad
Nick Cave and The Bad Seeds se presentó en Buenos Aires el miércoles pasado en el Microestadio Malvinas Argentinas. En un show de entradas completamente agotadas, se vivió la violencia y delicadeza que tiene el arte cuando se lo mantiene en vigencia.

Nick Cave and The Bad Seeds se presentó en Buenos Aires el miércoles pasado en el Microestadio Malvinas Argentinas. En un show de entradas completamente agotadas, se vivió la violencia y delicadeza que tiene el arte cuando se lo mantiene en vigencia.
En la espera previa al recital la temperatura del recinto comenzó a subir. Se asistieron a varias personas desmayadas y el sudor era el común denominador entre el campo y el sector preferencial, ubicado en las gradas superiores cercanas al escenario. Un hombre del público se alzó entre la mayoría y mostró una remera blanca con el logo de «Juicio y castigo» a los militares de la dictadura argentina, y los aplausos vaticinaron la llegada de Nick Cave.
Durante casi dos horas y media hipnotizó al público con una puesta en vivo inolvidable, marcada por la excelencia musical de los seis Bad Seeds sobre el escenario y la capacidad comunicativa del cantante. Sólo fueron interrumpidos por un corte de luz durante el comienzo del segundo tema, minutos en los que Cave se mantuvo en el escenario y no retomó hasta que se aseguró que el sistema de sonido ya funcionara correctamente. Mientras, el público entonaba el ya clásico “Mauricio Macri la p….”.
En una gira que lo traía de México, Chile y Uruguay y lo destinaba a Brasil y Norteamérica desplegó su capacidad estética y narrativa. El motivo era presentar su último disco, Skeleton tree (2016), compuesto luego del fallecimiento de su hijo de 15 años, en julio del 2015. La banda suena a blues áspero, a rock amable, a una balada de odio y ternura.
Todos los artistas ejercen poder frente a un público devoto, pero con Nick Cave había algo de ritual religioso en la presentación. “Can you feel my heart beat?”, preguntaba mientras miraba fijo con sus ojos azules y apretaba algunas de las manos que se extendían hacia él, contra su pecho. Inclinado hacia adelante, el espectro de casi un metro noventa de alto cubría las cabezas de quienes, al borde del escenario, coreaban junto a él “Higgs boson blues”.
Tocaron diecinueve canciones, pertenecientes a diez discos distintos del prolífico artista. Incluyeron los clásicos “From her to eternity”, “Red right hand”, “Do you love me?” y “The mercy seat”. Nick Cave sabía que su lugar era la pasarela más cercana al público y la recorría erráticamente, mientras arengaba señalando y gritando su distintivo disparo “bum bum bum”. También golpeó el atril que sostenía las letras de las canciones, desparramándolas por el suelo del escenario que escupía esporádicamente.
La última vez que la banda se había presentado en Argentina fue en 1996, en el teatro Ópera de microcentro. Ahora, en La Paternal, Cave bailaba furioso y sensual, completamente vestido de negro, con una camisa que progresivamente se desabotonaba, dejando al descubierto su pecho flaco y el colgante cuyo dije es el esqueleto de una mano dorada.
“A pesar de lo que mucha gente dice, no soy un vampiro, realmente”, bromeó durante una entrevista, hace algunos años. Claro que no lo es: la oscuridad y lo siniestro en las historias que narra no es más que una celebración de vida, una forma de comprender que no debemos permitir que el dolor nos deshumanice.
Mientras los fluctuantes Bad Seeds cambiaban constantemente de instrumentos, rotando con notorio virtuosismo, Cave sorprendió cuando, durante “The weeping song”, decidió mezclarse entre el público y abrirse paso hasta una pequeña plataforma, ubicada a la izquierda del estadio. Allí, se secó el sudor del rostro, pidió silencio y la secuencia rítmica de palmas que acompañan la percusión del tema.
Pañuelitos descartables, una chalina, varios pañuelos verdes de la Campaña por el Derecho al aborto legal, seguro y gratuito, un rosario y un libro fueron algunas de las ofrendas del público argentino. En agradecimiento y como muestra de su constante necesidad de cercanía, Cave invitó a más de cuarenta personas a subirse al escenario durante la violenta “Stagger Lee” y la onírica “Push the sky away”, equilibradas por la sensibilidad que representa su honestidad creativa.
El encore, furioso y urgente, angustioso y esperanzador, despidió al conjunto de relevancia histórica, demostrando que, una vez más, lo actual está signado por su capacidad de interpelar sensibilidades alrededor del mundo.
Lo más difícil fue irse a casa después del recital. La experiencia fue redención, fue exculparse de demonios y miserias. Pero también fue angustia existencial: la angustia no es morir, sino que Nick Cave no va a estar ahí para narrarlo.
Macarena Lizarraga
Foto: Cecilia Salas
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