16 octubre, 2018
¡Ganó el odio! O la política y el problema de la afectividad
Por Juan W. Cucurto. En el llamado “campo popular” hay temáticas que ganan lugar con letargo. La afectividad es una de ellas, y nadie puede dudar que en los procesos de legitimación o recomposición y reconfiguración del orden social, los afectos tienen un lugar relevante en la política.

Por Juan W. Cucurto*. En el llamado “campo popular” hay temáticas que ganan lugar con letargo. La afectividad es una de ellas, y nadie puede dudar que en los procesos de legitimación o recomposición y reconfiguración del orden social, los afectos tienen un lugar relevante en la política: la propaganda, la publicidad, los noticieros, el coaching, las caras de Vidal, son algunos de los territorios más evidentes.
En los últimos años con el crecimiento “inexplicable” de la derecha neoliberal (dado en el marco de un proceso que para muchos se creía irreversible) comienza a ganar terreno una incipiente reflexión sobre las relaciones entre afectos y política.
Con la contundente victoria de Jair Bolsonaro en la primera vuelta presidencial en Brasil la desorientación, otra vez, atravesó notas periodísticas, portales progresistas y muros de Facebook de militantes, simpatizantes e intelectuales. “El amor vence al odio”, dijo el kirchnerismo ayer, “la urna no es un lugar para depositar odio, es un lugar para depositar sueños”, habría dicho Lula ahora.
Entonces, en las tentativas mencionadas de captar lo afectivo en juego, el odio es señalado como elemento catalizador de voluntades y como argumento revelador de lo que motoriza a sectores de la sociedad (burguesía/oligarquía y también “clase media”). Por otro lado, se refuerza una mirada binaria y unidimensional del sujeto de la afectividad: o se odia o se ama, y simultáneamente están quienes aman y quienes odian también. En otros términos, el que odia en esta perspectiva no «ama», no puede desear.
De tal modo, la cuestión se simplifica y empareja cualquier análisis a lo que en realidad sería una verdad ya establecida a priori. Se produce así una respuesta prefabricada ante una realidad que se presenta incomprensible y, al mismo tiempo, se ocultan una serie de interrogantes que el “campo popular” no siempre está dispuesto a plantearse, y que en estos momentos se esboza en el mejor de los casos de la siguiente forma: “Que lleva al pueblo a elegir en su contra”. ¿Es en su contra? ¿En contra de qué? ¿Qué quiere el pueblo? ¿Quiere sufrir? ¿Qué determina lo que se quiere? ¿Quién quiere/siente/piensa? ¿Estamos seguros que esto es más deseable que ello?
Por último (aunque sin pretender agotar la cuestión), se dice algo más: que hay algo irracional que podría echar luz sobre el problema de intelección establecido (o sea que tan irracional no sería): los afectos. La cuenta es sencilla: tenemos la razón, tenemos el amor, sabemos decir que hay que desear, ¡que puede fallar!… «¡Ellos tiene los medios de comunicación!», se sostiene entonces de forma apremiante y se pierde así una oportunidad de poner en suspenso alguna de nuestras certezas analíticas.
Las interrogaciones bosquejadas, pretenden vislumbrar que para iniciar con algún nivel de rigurosidad cualquier reflexión sobre la cuestión, debemos sopesar la concepción de sujeto que se propone desde estos lares, y (re) considerar la siempre postergada tarea de su elaboración en función de una crítica reflexiva de las realidades concretas como así también para proyectar cualquier tipo de transformación.
El problema no es nuevo, y sin ir más lejos en nuestro país fue planteado por León Rozitchner hace más de medio siglo atrás, cuando advirtió a la izquierda el olvido del sujeto. Él mismo encontró en el psicoanálisis plausibilidades para aproximar algunas herramientas, y también dejó a las y los psicoanalistas algunas orientaciones. Una básica para pensar el tema que nos ocupa aquí: el capitalismo no sólo produce “objetos”, los “sujetos” también están determinados por el sistema de producción que los produce, entonces las formas de la afectividad en el plano de la individualidad, que son poco irracionales, son formas que estructuran (junto con otras) la realidad y dan sentido a las acciones concretas. Para hacerla corta: eso que Freud dio en llamar aparato psíquico es complemento individual del aparato productivo. Esto abriría niveles de análisis diversos a los anclados en la dominación (de una clase sobre otra) y de la influencia (de los medios de comunicación por ejemplo).
Por eso si bien resulta pertinente y necesario poder dilucidar qué procesos promueve el odio específicamente en términos subjetivos (el psicoanálisis lo ubica también como fundamental en la constitución del psiquismo y en particular del «Yo»), es prioritario indagar esa racionalidad muda que a la afectividad le negamos, porque esta -retomando los aportes de Freud- constituye el modo más primario, rudimentario y elemental de valoración y cualificación de los objetos de la realidad, y porque por ende tiene implicancias en las prácticas sociales. La inherencia del conflicto en el psiquismo, revela entonces que potencialmente es posible otra afectividad.
* Psicoanalista
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