Batalla de Ideas

5 octubre, 2018

Después de Macri, más que una pesada herencia

Por Federico Dalponte. La enésima receta económica pretende durar hasta bien entrado el próximo año. Será la última apuesta oficial para llegar con aire a las elecciones. Eso sí: la hipoteca empieza recién en 2020.

Por Federico Dalponte. La enésima receta económica pretende durar hasta bien entrado el próximo año. Será la última apuesta oficial para llegar con aire a las elecciones. Eso sí: la hipoteca empieza recién en 2020.

La receta es sencilla: esta semana los bancos se convirtieron en un gigantesco pasamanos. Las famosas y rimbombantes Leliq son el precio que paga el gobierno argentino para aniquilar un dólar tumoral llevándose puesta la vida del paciente.

Los bancos pagan una tasa monstruosa para tentar a los depositantes en pesos. Pero ese dinero que toman no se vuelca al crédito, sino que lo prestan al Banco Central a cambio de unos bonos que rinden lo que ninguna otra actividad en el mundo.

Cualquier incauto hubiese pensado que el acuerdo con el FMI traería consigo la dilapidación del capital presidencial. Pero no. La designación de Guido Sandleris fue el preludio a un cambio de estrategia.

La fijación de bandas anticipaba que el dólar llegaría prontamente al límite superior y, ante la parca capacidad de contención del BCRA, todo sería incierto. Un dólar a 45, 46 o más.

Pero nada de eso ocurrió hasta ahora. Frente a la posible adversidad, Sandleris desoxidó la vieja bicicleta y comenzó a aspirar los pesos del mercado a una tasa altísima. Tal como en otras épocas, la deuda será el gran problema nacional de los próximos años.

La pesada herencia había consistido hasta ahora en una figura mitológica, en la excusa predilecta de Cambiemos para justificar cualquier desastre voluntario: tarifazos, despidos, recortes de presupuesto. Una suerte de comodín para esconder la convicción detrás de la supuesta calamidad inevitable.

Hoy la herencia será indefectiblemente parte del debate por venir. Como la hiperinflación lo fue a finales de los ochenta o la convertibilidad diez años después. Cualquier candidato que no demuestre sapiencia económica arrancará la campaña mirando desde atrás.

El FMI cubrirá las espaldas argentinas hasta la elección presidencial, no más allá. Miles de millones de dólares sobre la mesa como garantía de estabilidad financiera a corto plazo. Un auténtico aporte de campaña.

Lo que el gobierno compró fue tiempo, ni más ni menos. Un canje de deuda por un año sin default. Pensar que esto es un «2001» es un error mil veces dicho. Pero sin dudas constituye la antesala perfecta.

En las crisis económicas y políticas más resonantes desde la recuperación democrática, dos actores soltaron la mano del gobierno un minuto antes del deceso: el Banco Mundial y el FMI.

Los acreedores externos saben siempre cuándo huir. Son los primeros en retirarse, como bien aprendió Macri en abril pasado. El FMI, en cambio, intenta a menudo una última transfusión. Pero no se queda a velar a los muertos.

Grecia, Egipto, ejemplos que se citan para convencer al electorado de que hay vida después del Fondo. Y es cierto que la hay: una vida más pobre, más excluida; una vida peor.

Una buena parte de la dirigencia argentina se acostumbró a ensayar planes de contingencia. Tanto que ningún gobierno logró llevar a cabo un plan desprovisto de alarmas y parches.

La crisis externa, la sangría social interna y la parálisis económica condicionarán a cualquier sucesor presidencial. Si el FMI se queda allí, parado al lado de Macri hasta su eventual reelección, las condiciones económicas y sociales tal vez no quiebren la estabilidad política.

El problema en tal caso será la herencia: el día después de que no estén Macri ni el Fondo, y queden apenas la deuda monstruosa, dos dígitos de desocupación, un tercio de pobreza.

@fdalponte

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