28 septiembre, 2018
Contar pobres pero discutir el modelo
Por Federico Dalponte. Hay más pobres que antes en la Argentina. Y discutimos los números. Una décima más para acá, unos millones más para allá. Para empezar, el propio presidente pidió ser evaluado a partir de aquel 32,2% del segundo trimestre de 2016. Una centésima menos será –al parecer– la pauta objetiva del éxito.

Por Federico Dalponte. Hay más pobres que antes en la Argentina. Y discutimos los números. Una décima más para acá, unos millones más para allá. Para empezar, el propio presidente pidió ser evaluado a partir de aquel 32,2% del segundo trimestre de 2016. Una centésima menos será –al parecer– la pauta objetiva del éxito.
Ayer, en su alocución, Mauricio Macri advirtió que los próximos meses tampoco serán de festejo. Unos cuantos millones caerán en la pobreza durante este semestre, incluyendo este día, ayer, mañana.
Ser pobre sigue siendo fruto de una convención. Un método estadístico pone una vara y debajo de ella dicen –decimos– que cierta cantidad de la población es pobre. Hasta antes de la dictadura, apenas era pobre uno de cada diez habitantes del país. Un número consistente con el 3% de desocupación y el pico de industrialización de 1974. Cuarenta años después podemos cambiar la vara, subirla, bajarla, pero nos acostumbramos a ser un país productor de pobreza, exclusión e informalidad.
Hoy dicen –decimos– que una cuarta o tercera parte de nosotros son pobres. La fuerte devaluación de diciembre de 2015, tanto como el tarifazo y la ola de despidos de los primeros meses de 2016, dejaron un número objetivo que utiliza Cambiemos con un doble propósito: construir un discurso sobre el fracaso del modelo anterior y morigerar las expectativas sobre el éxito propio.
En cualquier caso, se trata apenas de algunos números fríos y apáticos. Los indicadores sociales sirven cuando se los usa para elaborar políticas públicas. Disminuir una tasa en tres, cuatro o cinco puntos no alcanza para medir gestión. Máxime cuando se prometió el paraíso.
En los 31 aglomerados urbanos que mide el INDEC, había casi nueve millones de pobres a mediados de 2016. Fueron más de siete millones hasta diciembre de 2017. Ahora son casi ocho. Ocho veces la cantidad de personas que entra en los treinta estadios de fútbol más grandes de la Argentina juntos.
Si la tasa se calcula sobre el total del país, la cifra asciende a más de once millones de habitantes. Son fundamentalmente a ellos a quienes se les aseguró que había tierra prometida después del desierto. «Pobreza cero» era una quimera evidente, pero Cambiemos enarboló esa bandera con un afán electoralista cuanto menos insultante.
Cuando el actual presidente quiso ser jefe de gobierno porteño, se abrazó a Melina en un basural de Villa Lugano y prometió lo mismo: terminar con la pobreza. No lo logró, desde luego. Gestionar de forma más o menos estándar no «resuelve» la pobreza. Pero el electorado de la ciudad de Buenos Aires parece conformarse con eso, con esos cuarenta años de desierto al que están condenados medio millón de porteños.
El investigador Gabriel Vommaro apunta que a partir de los años ochenta la pobreza comenzó a ser tratada por el Estado con mayor profesionalismo. Tanto desde su medición como desde la elaboración de políticas sociales, el tema se convirtió en el indicador predilecto del fracaso argentino. Terminar un mandato con menos millones de pobres que los millones de pobres recibidos parece, por tanto, la clave del éxito.
Desde 1983, los presidentes radicales dejaron su cargo con más pobreza que la heredada. Los peronistas, lo contrario; incluso utilizando mediciones heterónomas para el período 2007-2015. No es casual que el despropósito «pobreza cero» haya sido acuñado precisamente por Cambiemos.
Lo curioso, sin embargo, es la pretensión de unos y otros de aislar un indicador y someter todo juicio social a su variación. Un gobierno no es –no puede ser– más o menos malo en función de una cantidad astronómica de pobres. La desprotección social, la informalidad laboral, la concentración de los recursos, la fragilidad del modelo productivo explican mucho más la pobreza que la falta o no de prestaciones de urgencia.
Si el índice de pobreza depende del acceso al trabajo, de la seguridad social y del valor de los alimentos, quizás lo que deba ponerse en discusión sean las políticas que rigen su funcionamiento, y no los efectos ocasionales de una medición a corto plazo.
Para ejemplo, el menemismo: con números del INDEC o sin ellos, todas las mediciones indican que entre 1989 y 1999 la pobreza disminuyó en la Argentina. Pero no bastan los asteriscos para la cantidad de aclaraciones que merece ese dato aislado.
Un país con doce millones de pobres se parece bastante a uno con once, trece o diez. Si tal como anunció el gobierno, el futuro que se avecina es peor, no será por la variación de un índice, sino por el modelo de país que se piensa y se cimenta detrás de ese índice. Aun hoy, muchos, muchísimos, se conforman con construir un país que condena a millones a esperar la tierra prometida vagando en el desierto. En ese país, también son pobres la mitad de los niños y niñas.
@fdalponte
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