21 agosto, 2018
El Ángel y la metáfora de South Park
Aclarar en estos tiempos las diferencias entre ficción y realidad parecería innecesario. Aunque no tanto para las distintas voces emergidas de las redes sociales que explotaron con el afiche de El Ángel, la última película de Luis Ortega.

Aclarar en estos tiempos las diferencias entre ficción y realidad parecería innecesario. Aunque no tanto para las distintas voces emergidas de las redes sociales que explotaron con el afiche de El Ángel, la última película de Luis Ortega.
Ahí se lo ve a Lorenzo “Toto” Ferro, el Adonis modelo-actor caracterizado como el asesino y violador Robledo Puch en los años de locura. El afiche es una copia exacta, casi calcada, de una de las fotos que le sacaron a “El Ángel Negro” al momento de su detención. Ahí es cuando la cosa empieza a complicar a los puristas de la realidad.
¿Cómo van a mostrar a semejante monstruo con ese glamour símil filtro de Instagram? ¿Cómo van a “romantizar” a uno de los personajes más violentos y horrendos de la historia? El boicot fue en aumento. En sectores radicales, llegó a pedirse que nadie vaya a ver la película.
¿La gente está loca?
Esa es la primera frase que emana de la pantalla cuando la voz en off del personaje de Puch entra a robar a una casa vacía. El planteo es puntapié y polémica. Traspasa el celuloide y rebota en las personas enfervorizadas que tuitean enojadas contra un afiche que fomenta un estereotipo que no están dispuestos a tolerar. Parafraseando a Brecht: qué tiempos aquellos en los que tenemos que defender lo obvio.
La ficción es un recorte libre. Cualquier recorte es válido. El Ángel está basada en una historia de la realidad, pero no es la realidad. Muestra un personaje que oscila entre lo romántico pop -culto, desprejuiciado, bello como un bailarín de Madonna; casi un anarquista- y la frialdad del psicópata. ¿Este recorte puede ser cuestionado? Claro; para eso es la ficción. La corrección política conspira contra cualquier construcción artística.
Hay un capítulo de South Park que lo explica muy bien.
El terrorismo islámico amenaza con tomar medidas drásticas con el pueblo de South Park si la cadena Fox emite un capítulo de Family Guy que ridiculiza a Mahoma. El presidente de la Fox decide mandarlo al aire igual. Para no ser atacado por los terroristas, el pueblo decide en una asamblea, traer toneladas de arena y que todos los ciudadanos entierren la cabeza en ella a la hora del capítulo. “Si tenemos la cabeza adentro de la arena mientras pasan el capítulo, los terroristas sabrán que no lo vimos y no nos atacarán”, dice la alcaldesa del lugar.
El llamado a no ver es la muerte del cine. Nos pueden contar una película, pero nunca va a ser lo mismo; tenemos que verla para saber qué nos pasa, qué nos mueve esa pantalla que lo único malo que hace es contar historias.
Tal vez las voces distingan ficción de realidad, eso lo puede hacer cualquiera. Lo que se les escapa es que uno no puede condenar al caníbal comiéndoselo. “Estamos hartos de la romantización de los violadores y los psicópatas”, dicen. Son tiempos de corrección política, no de libertad de expresión.
¿Quién es el dueño de la libertad de expresión? Nadie. El que diga lo que va y lo que no va en una película se convierte en un censor. La estigmatización de tal o cual clase social o movimiento en la ficción es inevitable, porque es una mirada, un recorte. Cuestionar el recorte es sano, censurar no.
Por otro lado, la ficción no es sinónimo de algo completamente falso. Está atravesado de verdad, como el afiche de El Ángel pero su valor agregado es que interpela desde lo creado. Dejar de mirar es esconder la cabeza en la arena por estupidez o temor, que muchas veces forman parte de lo mismo.
Mariano Cervini – @marianocervini
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