Batalla de Ideas

10 agosto, 2018

Más conservador no se consigue

Por Federico Dalponte. Ante ciertos debates, es difícil anticipar la postura de un legislador por su sola pertenencia política. Pero hay tendencias: esta semana, por ejemplo, era más fácil hallar a un conservador entre los senadores radicales que entre los del PRO o del Justicialismo.

Por Federico Dalponte. Ante ciertos debates, es difícil anticipar la postura de un legislador por su sola pertenencia política. Pero hay tendencias: esta semana, por ejemplo, era más fácil hallar a un conservador entre los senadores radicales que entre los del PRO o del Justicialismo.

En las vísperas de la sesión del Senado, alguien reflexionó: si los radicales respaldaran a su propia historia, votarían a favor de la legalización del aborto. Pero no. Nueve senadores en contra, apenas tres a favor.

El silogismo seduce y hasta es útil en ciertos casos. Pero falla, como todo. Si los peronistas fuesen consecuentes, podría preverse tal cosa. Si lo fuesen los radicales, sería tal otra.

Lo cierto es que frente a debates complejos los bloques más populosos dan libertad de acción. Se hace imposible establecer líneas de conducta esperables en cada caso, a diferencia de lo que sucede en las formaciones políticas compactas, estructuradas alrededor de un ideario fuerte, donde lo heterogéneo tiene límites férreos. Ejemplo: Luis Contigiani, que debió romper con el Partido Socialista luego de anunciar su voto en contra de la legalización del aborto.

Pero en las agrupaciones de base ancha esa regla no aplica. Corrientes progresistas y conservadoras coexisten en lo más profundo del sello partidario. Cada uno con sus batallas y sus héroes, pero con la heterogeneidad como factor distintivo.

Es probable así que la pertenencia política no sirva para anticipar la postura de ningún legislador surgido de un partido de masas. O mejor dicho: la sola pertenencia a un partido tradicional no implica por sí mismo la adopción de criterios estáticos sobre ciertas temáticas.

Ejemplos sobran: radicales votando en contra de la estatización de YPF, peronistas favoreciendo la flexibilización laboral. Así, el primer error consiste en creer que todos los que provienen de extracción radical o peronista son iguales. Y el segundo, y tal vez más grave: no analizar las tendencias.

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El peronismo lo resuelve fácil. La fragmentación y coexistencia de múltiples formaciones políticas hacia el interior del movimiento permite distinguir corrientes. Por ejemplo, no por casualidad el peronismo kirchnerista, de orientación más progresista, aportó proporcionalmente más votos a la legalización del aborto que el peronismo federal de los gobernadores, asentado en posturas más conservadoras.

Cada facción, por tanto, consolida –voto tras voto, discusión tras discusión– su propio historial de posicionamientos políticos: el peronismo de base kirchnerista se alinea así a favor del matrimonio igualitario, de la estatización de empresas de utilidad pública, del no pago de deuda ilegítima, de la protección de la industria nacional, etcétera.

Ello no implica que todos los miembros del Frente para la Victoria estén expresamente de acuerdo en cada punto. Pero la mayoritaria presencia de legisladores adscriptos a tales postulados hace presumir que un diputado o diputada cualquiera, que esté hoy dentro de ese espacio, tiene más probabilidades de acompañar la postura del conjunto que de rechazarla.

El otro ejemplo palpable es el del PRO. Si el 70% de sus diputados votaron en contra de la interrupción voluntaria del embarazo, era lógico esperar una proporción similar entre sus senadores. Y si a eso se suma que el partido de Mauricio Macri votó mayoritariamente en contra del matrimonio igualitario, o de la estatización de jubilaciones y empresas privatizadas, ello alcanza para trazar su identidad doctrinaria.

¿Puede haber entonces militantes del PRO a favor de la legalización del aborto? Claro, pero las probabilidades de que ello suceda son menores que entre los militantes del FpV o de las agrupaciones de izquierda y centroizquierda. Mientras que Daniel Lipovetzky fue una excepción en el macrismo, la postura –por ejemplo– de Lucila De Ponti era esperable dentro de su espacio.

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La UCR, por su parte, apela a la unidad institucional para la convivencia de facciones internas. Es la estrategia arraigada luego de la reunificación formal del partido en los años setenta. Ello facilita la heterogeneidad, aunque no elimina lo obvio: las corrientes intentan fagocitarse entre sí y las mayorías marginan la visibilidad política de los díscolos.

En 2010, cuando se votó el matrimonio igualitario, hubo 21 legisladores radicales que votaron a favor de la ley y 34 que lo hicieron en contra. ¿Qué hacía suponer que la tendencia se revertiría respecto al aborto?

Cuando se habla de la historia del radicalismo, es usual remontarse a las libertades políticas que definieron su identidad hacia finales del siglo XIX. Y luego sí, con el curso del siglo XX, puede mencionarse cierta promoción de los derechos sociales y económicos, conjuntamente con su postura laica.

Pero eso es todo. No hay mucho más. El resto es el valor agregado que impusieron ciertos liderazgos históricos. Crisólogo Larralde o Raúl Alfonsín, entre los de tendencia social; Ricardo Balbín, entre los reaccionarios.

Aun así, hacia 1997, el radicalismo todavía podía jactarse de haber enfrentado al neoliberalismo de Carlos Menem. Incluso su alianza con el FREPASO suponía hasta allí un puente hacia el ala más progresista del peronismo.

Pero el sueño duró poco. Para ganar las presidenciales, la UCR apostó por Fernando De la Rúa, el candidato conservador al que el propio Alfonsín había enfrentado a principios de los ochenta. El resultado: ausencia del Estado, ortodoxia económica, desprotección social.

Y con la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia, se dinamitó lo que quedaba. La pretensión de oponerse al creciente Frente para la Victoria sin resignar bancas obligó a la UCR a resignar posicionamientos políticos. Así, bajo la conducción parlamentaria de Oscar Aguad y de Ernesto Sanz, se opuso a la eliminación de las AFJP, a la reestatización de AySA y Aerolíneas Argentinas, al incremento presupuestario para educación, a la ley de movilidad jubilatoria, y demás.

En ese marco, si bien es cierto que el apoyo al aborto clandestino no se condice con cierta historia radical favorable a las libertades individuales y a los derechos sociales, no es menos cierto que hoy la UCR es mayoritariamente un partido de corte conservador. Es decir: incluso sin detenerse en los posicionamientos individuales respecto al aborto, es innegable que los últimos veinte años daban ya muestras de un desgaste extintivo de sus corrientes –llamésmole– progresistas.

Ello, de nuevo, no significa que no haya todavía radicales a favor de la extensión de derechos. Por caso, el propio ministro Adolfo Rubinstein y más de la mitad de los diputados nacionales en la votación de junio. Pero sin dudas hubiese sido más fácil hallarlos en los años ochenta, cuando la tendencia mayoritaria parecía ser otra.

Hoy, en definitiva, de manera posiblemente ya consolidada, lo hegemónico en la UCR está vinculado al mantenimiento del status quo en lo social, al alineamiento con el capital trasnacional y al favorecimiento de un modelo económico pro-mercado. El ideario conservador, que le dicen.

@fdalponte

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