Batalla de Ideas

10 agosto, 2018

Las pibas vs. el Congreso: el 8A y los desajustes de la democracia formal

Por Victoria García. El 8A va a quedar en la memoria de quienes lo protagonizamos como el nombre de una jornada histórica para el movimiento feminista en la Argentina, en América Latina y en el mundo. Pero hay un saldo amargo que es el desfase enorme que existió entre el recinto parlamentario y las calles.

Por Victoria García*. El 8A va a quedar en la memoria de quienes lo protagonizamos como el nombre de una jornada histórica para el movimiento feminista en la Argentina, en América Latina y en el mundo.

I. Ganamos y perdimos

“Estamos haciendo historia”, decíamos en los días previos a la jornada, para que se supiera que incluso antes de la votación el saldo político del debate que habíamos impulsado era enorme.

Las pibas con los pañuelos verdes, la despenalización social del aborto, la expansión pública de la agenda feminista a niveles que sus pioneras podían suponer impensable hace años y el crecimiento organizativo del movimiento -que desde 2015 produjo no sólo el 8A sino además varios 8M, muchos 3J y un 13J- son algunos de los motivos que nos llevaban a gritar, antes de la jornada clave que fue el miércoles, que «nosotras ya ganamos».

Estábamos (y estamos) orgullosas de haber sido artífices de esa transformación social que es profunda, porque en ella la legalización del derecho al aborto es un paso más, necesario y urgente, en una apuesta por cambiarlo todo.

En la mañana del día de la votación, Macri comunicó por sus redes sociales que “no importa cuál sea el resultado, hoy ganará la democracia”. Extraña democracia la que sostiene el presidente. En ella las mujeres no tenemos derecho a la salud pública para decidir sobre nuestros cuerpos. En ella miles de mujeres mueren por complicaciones de abortos clandestinos.

Estas muertes van a seguir ocurriendo, por opción de las y los senadores que votaron en contra del proyecto de ley, y de todos los sectores políticos y eclesiásticos que hicieron lobby para promover el rechazo.

Después del 8A, la vida de muchas mujeres sigue en riesgo. Por eso el resultado de la votación sí importaba.

Por eso hay que decir también que nosotras ganamos en las calles, en el debate público y hasta en Diputados. En el Senado, en cambio, perdimos.

II. Crónica de un rechazo no anunciado

Si hay un saldo amargo del 8A, es ese desfase enorme que existió entre el recinto parlamentario y las calles.

La misma experiencia de la movilización estuvo atravesada por ese desajuste. Habíamos ido a la vigilia conociendo el probable resultado; sin embargo, estando allí, todavía parecía insólito que poco o nada del hecho social y político de masas que estábamos produciendo, pese al frío y a la lluvia, y de toda la movilización que construimos en estos meses en tan diversos ámbitos, se inscribiera en el recinto, en alguna desestabilización contingente de los números que manejábamos.

Por momentos, circulaban rumores de esperanza: “Parece que el innombrable de los 90 se baja y no vota”, “Marino de La Pampa estaría considerando cambiar su voto”, “dicen que ahora estamos 35 a 36”, y así. Los rumores llegaban lejanos, incompletos o precarios, mediados por la pared gruesa del Congreso y por las fallas de la comunicación virtual.

Nosotras estábamos allí apelando a lo que tenemos, que es la fuerza de las calles. Es mucha. Sabíamos que la impermeabilidad del parlamento ante esa fuerza resultaría aún más crítica en el Senado, esa institución vetusta, que en la Cámara Baja. Pero la anulación de toda expectativa ante resultados que preveíamos representaba, antes del 8A, o bien una excusa para no movilizarse o bien una asunción derrotista, que no tiene lugar en los planteos radicales del movimiento feminista.

Crédito: M.A.F.I.A.
Crédito: M.A.F.I.A.

Después de la votación, la pregunta retórica de “qué podíamos esperar de esta Cámara de Senadores” es una lectura imprecisa, ante esa expectativa que estaba abierta.

Porque en la apelación a la movilización callejera reside hoy una de las fortalezas del movimiento feminista. Hemos aprendido a copar las calles. No se trata sólo de movilizarse y volver automáticamente a la casa o al trabajo; se trata de hacer y decir que las calles son nuestras aunque los de arriba se dediquen sistemáticamente a arrebatarnos lo público.

El significado profundo de las vigilias del 13J y del 8A es ese. La permanencia durante muchas horas en la concentración callejera es la realización concreta, concienzuda y acordada, de esa ciudad feminista, democrática y popular que construimos, momentánea para la permanencia del sistema pero permanente desde otra perspectiva: porque quedará en la historia.

III. ¿Hasta cuándo?

Por eso el desfase entre el adentro y el afuera del Congreso es tan grande. Por eso suscita interrogantes políticos tan profundos. El debate sobre el derecho al aborto sin dudas llegó para quedarse, y será uno de los temas del proceso preelectoral del año próximo. Después de lo ocurrido el 8A, habrá que tachar de la lista de votables a unos cuantos necios e impresentables que decidieron legitimar con su negativa al proyecto la muerte de miles de mujeres por aborto clandestino.

Pero hay más que eso. La hipocresía de quienes votaron en contra no sólo consiste en que dicen defender la vida pero avalan -por misóginos y patriarcales- la muerte de mujeres que no pueden pagar un aborto clandestino, así como fomentan el hambre y la precarización de la vida del pueblo que padece sus políticas -por conservadores y agentes del capital de diverso signo-. La hipocresía de estos impresentables consiste en abusar del lugar que ocupan en el Congreso haciendo como si fuesen representantes de algo y alguien más que sus propios intereses, sus propias especulaciones y sus propias opiniones personales.

A esa impermeabilidad del Congreso, que contrastada con la magnitud de la movilización de masas resulta ridícula, nos enfrentamos el 8A.

Por eso muchas de nosotras tuvimos ganas de no desconcentrar sin más si la ley, tal como se preveía, no se aprobaba. Habíamos estado en las movilizaciones contra la reforma previsional, venimos protagonizando activamente las luchas contra el avance del macrismo. Y estamos juntando hartazgo por una opresión patriarcal de siglos que se agudiza con la embestida neoliberal.

Muchas de nosotras, íntimamente o no, tuvimos ganas de tirar piedras a la mole del Congreso. Si no lo hicimos, fue porque apelamos al cuidado colectivo, y porque confiamos en que el 8A y toda la movilización que lo antecedió constituyó un paso –uno solo, muy importante- en una lucha que lleva muchos años, y que continuará.

Pero en la madrugada del jueves, una vez más como muchas en estos últimos meses, una pregunta se impuso intensamente: ¿Hasta cuándo?

IV. Tenemos futuro

A partir del 8A, el movimiento feminista tiene un futuro promisorio que se agenció por su propia capacidad política. La tutela de los más poderosos nos es ajena. La respuesta de lo más rancio del sistema ante nuestras demandas es la legitimación de la muerte y su abierta producción con la represión de las fuerzas de seguridad, que el miércoles estaba premeditada desde muchas horas antes de que el proyecto se votara.

En el futuro del feminismo está el desafío de seguir inscribiendo la radicalidad del movimiento en las instituciones de la democracia. Eso implica no sólo seguir construyendo agenda legislativa y política, sino también inmiscuirse en la democracia formal para de-formar sus instituciones, para investirlas de algo de la democracia real que nosotras sabemos producir tan bien en nuestras asambleas, nuestras movilizaciones masivas y nuestras innumerables maneras de inventar y reinventar las tácticas populares de ejercicio de la política.

@vicggarcia

* Investigadora del CONICET y secretaria de Géneros de ATE-CONICET Capital

Foto: M.A.F.I.A.

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