26 junio, 2018
El recuerdo de Darío y Maxi y cómo construir solidaridad en tiempos de Macri
Por Griselda “Grillo” Cugliati. En un nuevo aniversario de la Masacre de Avellaneda, los ejemplos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, su ética militante, su entrega, sus ideas de construir un país desde una perspectiva de clase anclada en los excluidos y descartados del sistema, se tornan imprescindibles para resistir al neoliberalismo del gobierno de la alianza Cambiemos.

Por Griselda “Grillo” Cugliati*. En un nuevo aniversario de la Masacre de Avellaneda, los ejemplos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, su ética militante, su entrega, sus ideas de construir un país desde una perspectiva de clase anclada en los excluidos y descartados del sistema, se tornan imprescindibles para resistir al neoliberalismo del gobierno de la alianza Cambiemos.
Darío y Maxi eran jóvenes nacidos en barrios populares, que vivieron en un contexto en el que la falta de todo generaba una intensa mezcla de violencia y solidaridad. Como muchos jóvenes que crecimos en esos momentos, comenzaron a sentir las injusticias desde muy chicos y desde muy abajo.
Pertenecieron a una generación devastada por la desocupación y las privatizaciones de todo, sintieron la injusticia a flor de piel y se volcaron a la lucha, a la conciencia, a la lectura, al arte, al amor, a la organización y al pueblo.
Se dedicaron a construir, o reconstruir, organización en sus escuelas, centros de estudiantes, agrupaciones juveniles y, posteriormente, en los barrios, con los trabajadores y trabajadoras desocupadas, forjando una nueva forma de hacer y de pensar la política, independientemente del Estado, la Iglesia y las grandes estructuras partidarias. Por el contrario, la vocación militante se enfocó en construir desde abajo, junto al pueblo que había resistido dictaduras, y aún en democracia, ajustes y represiones.
Darío Santillán y Maximiliano Kosteki formaron parte de una juventud que se formó en el Cutralcazo, en el Santiagazo, y en las marchas y acampes que desembocaron en las gestas históricas de diciembre del 2001, en las que el pueblo supo pegarle una buena patada al neoliberalismo hambreador. Repudiando en las calles lo más rancio del Partido Justicialista (PJ) y la Alianza de Fernando De la Rúa, la burocracia de los grandes sindicatos y el Fondo Monetario Internacional (FMI).

La mentira de que “los piqueteros estaban fuertemente armados y se habían matado entre ellos”, versión de los voceros gubernamentales después de la represión comandada por la Policía Bonaerense y otras tres fuerzas de seguridad de la Nación, se tornó insostenible, y la dimensión de la masacre, aberrante. Pero gracias a la organización popular, los medios de comunicación alternativos, los testimonios de sus familiares, compañeros y amigos, se pudieron visibilizar las descarnadas patas de la mentira.
Por otro lado, la conciencia del pueblo argentino se mantuvo en pie de lucha contra la represión, pues latía en las calles la sangre caliente de los asesinados por resistir en los hechos de diciembre de 2001. El repudio que se generó los días posteriores a la masacre de junio, fue tan grande que Duhalde no tuvo más remedio que adelantar las elecciones y renunciar a su cargo, asediado por la bronca y la indignación populares.
Durante los 12 años que gobernaron Néstor y Cristina Kirchner, organizaciones del campo popular mantuvimos nuestro reclamo de justicia, así como también exigimos cárcel para los responsables políticos de la masacre y encubridores de sus muertes: Eduardo Duhalde, Carlos Ruckauf; Carlos Soria (que murió sin ser juzgado), Eduardo Vanossi, Alfredo Atanasof, Jorge Matzkin, Juan José Álvarez, Aníbal Fernández y Felipe Solá.
Multiplicar su ejemplo, continuar su lucha
Bajo el mandato del presidente Mauricio Macri, el escenario del pueblo argentino se ha tornado desfavorable. Hemos retrocedido vertiginosamente en nuestras conquistas, y hay una política direccionada a enriquecer a los más ricos a costa de hambrear a los más pobres. El acuerdo con el FMI sentencia a la miseria al pueblo trabajador y sus futuras generaciones.
Hoy más que nunca se torna necesario empaparnos de las fuentes de las que provenimos, no para aplicar viejas consignas, sino para rescatar, en tiempos difíciles, la memoria de los procesos colectivos, la construcción de la solidaridad con los que sufren, la sensación contagiosa de que las transformaciones son posibles. Es por eso que levantar las banderas de Darío y Maxi, se torna indispensable por su ética militante, su entrega, su arraigo de construcción prefigurativa de un país y un mundo nuevo desde una perspectiva de clase, anclada en los excluidos, excluidas y descartadas del sistema.
Haber sostenido la mano agonizante de Maxi dentro de la estación de trenes, sabiendo que ponía en riesgo su vida, habla de un inmenso coraje, pero sobre todo de un gran convencimiento: hasta el último minuto fue fiel a sus convicciones. Actuó como pensaba y supo expresar, como dijo Ernesto Che Guevara, lo más hermoso de lo humano que el hombre puede tener. Los motivos por los que estos jóvenes lucharon, siguen más pendientes que nunca y nos van a cuestionar, siempre, qué estamos haciendo con nuestra propia vida.
*Amiga y compañera de militancia de Darío Santillán en el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) “Aníbal Verón”, y actualmente militante del movimiento popular Patria Grande.
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