Asia

27 abril, 2018

Histórico encuentro entre las dos Coreas: la guerra y la paz que no existen

Este viernes se llevó a cabo la tercera cumbre intercoreana en siete décadas. La primera sucedió hace menos de 20 años. El resultado final fue un documento que plantea formalmente poner fin a la guerra de 1950-1953 que simplemente estaba «suspendida» y avanzar en la desnuclearización de la península.

Este viernes se llevó a cabo la tercera cumbre intercoreana en siete décadas. La primera sucedió hace menos de 20 años. El resultado final fue un documento que plantea formalmente poner fin a la guerra de 1950-1953 que simplemente estaba «suspendida» y avanzar en la desnuclearización de la península.

El presidente de Corea del Norte, Kim Jong-un llegó a la frontera con Corea del Sur donde lo esperaba su par, Moon Jae-in. En la Zona Desmilitarizada de Corea (ZDC), ambos jefes de Estado se dieron la mano y luego cruzaron caminando primero hacia un lado y luego hacia el otro.

La reunión se llevó a cabo en la «Casa de la Paz», en la aldea fronteriza de Panmunjom. Se trata del mismo lugar donde se firmó en 1953 el armnisticio de la guerra que dividió la región en dos países distintos.

«Está comenzando una nueva historia en el camino hacia la paz y la prosperidad», dijo Kim al firmar el libro de visitas del edificio donde se llevaron a cabo las negociaciones. Además plantaron un pino y develaron una placa de piedra como símbolo de paz.

El documento final estableció que ambas partes firmarán un tratado de paz. Es que cabe recordar que al finalizar el conflicto bélico de mediados del siglo XX simplemente se pusieron en suspenso las hostilidades por lo que, formalmente, ambos Estados siguen en guerra.

También se han planteado reducir los arsenales militares en general y nucleares en particular, cesar cualquier acción hostil, celebrar reuniones que permitan el reencuentro de las familias separadas por el conflicto bélico, desarrollar conversaciones militares de alto nivel durante mayo, restablecer relaciones bilaterales de manera formal y regular y participar de manera conjunta de competencias deportivas. Por último se ha dejado la puerta abierta a una posible reunificación.

En el pasado se realizaron cumbres similares en Pyonyang, capital norcoreana, en 2000 y 2007. En la última de ellas, el fallecido presidente del norte Kim Jong-il, padre de Kim Jong-un, firmó una declaración de paz con el entonces mandatario surcoreano Roh Moo-hyun. Sin embargo esta nunca se implementó.

La guerra inviable, la paz poco probable

Si se pudo llegar hasta este punto no es tanto por un cambio rotundo en la política del norte, sino por el nuevo gobierno en el sur que ha fomentado un diálogo entre las partes y ha tenido una posición menos guerrerista que sus predecesores. Moon representa a los sectores ubicados en el centro del espectro político de Corea del Sur. De todas formas son muchas las cosas que están en juego y ponen en duda la potencialidad del acuerdo firmado.

Por el lado de Pyongyang, ha apostado desde la caída de la Unión Soviética a la doctrina songun (“primero lo militar”). Como explicó el periodista Max Fisher en The New York Times, “ante la imposibilidad de alcanzar la paz sin arriesgarse a una reunificación como la de Alemania, que dejaría a los norcoreanos bajo el control de Corea del Sur”, Corea del Norte se propuso asegurar que una guerra “fuese demasiado costosa como para siquiera intentarlo”. Es decir que “trasladó la responsabilidad del manejo de las tensiones a los enemigos”.

Esto le permite a su vez reforzar el control político y social interno. Recordemos que bajo esta premisa el gobierno norcoreano superó una hambruna en los años ‘90 que, según datos oficiales, mató 250 mil personas y alcanzó los dos millones de muertos (10% de la población) de acuerdo a información extraoficial.

Desde esta perspectiva un efectivo acuerdo de paz no resulta conveniente para Kim, aunque la distensión actual podría flexibilizar las sanciones económicas contra su país y permitirle un mayor margen de maniobra.

Pero también mantener la situación imperante resulta beneficioso para la administración de Donald Trump que, poniendo el foco en los conflictos internacionales, evita hablar de sus múltiples problemas internos que tienen como centro la imposibilidad de reactivar la economía tal como prometía en su campaña: “Hacer a América grande otra vez” (Make America great again).

Asimismo, la situación de tensión le garantiza al poderoso complejo industrial-militar estadounidense mantener sus siete bases militares en territorio surcoreano, a pocos kilómetros de China.

No obstante, la guerra tampoco es una posibilidad ni para Corea del Norte ni para el resto de los países que durante años amenazaron con atacar al régimen que fue incluido por EE.UU. dentro del llamado «eje del mal».

En primer lugar sería contraproducente para Pyongyang ya que terminaría sucumbiendo por la imposibilidad de afrontar a potencias económicas y militares. Pero tampoco sus vecinos buscan el conflicto ya que, una vez desatada la guerra, los norcoreanos no dudarán en utilizar su arsenal que en minutos puede caer sobre Seúl o Tokio. Esto supone también un freno para Washington que sería responsable de que sus aliados sufran un ataque potencialmente nuclear.

También hay que considerar la enorme masa de refugiados que provocaría una guerra y cómo la caída del régimen norcoreano produciría un importante desequilibrio social y económico en la península. Ni Corea del Sur ni China están en condiciones de asumir los problemas que implicaría hacerse cargo de una población de 20 millones de habitantes.

Para China, además, supondría perder un Estado “tapón” que pone freno a la posibilidad de que las bases estadounidenses se ubiquen directamente en su propia frontera.

Finalmente, una disolución del gobierno comunista al norte de la península habilitaría la posibilidad de que todo su arsenal bélico -incluidas las bombas nucleares- caigan en manos de traficantes de armas. Tal como sucedió en su momento con el armamento de varios países ex soviéticos.

Santiago Mayor – @SantiMayor

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