23 abril, 2018
«La flor» y «Las hijas del fuego», ganadoras de la 20° edición del Bafici
La flor, de Mariano Llinás, obtuvo el premio a la mejor película en la competencia internacional del 20° festival Bafici. Además, Elisa Carricajo, Valeria Correa, Pilar Gamboa y Laura Paredes, que forman el grupo teatral «Piel de Lava» y protagonizan el film, compartieron el premio a mejor actriz. En la competencia nacional, resultó premiada Las hijas del fuego, de Albertina Carri.

La flor, de Mariano Llinás, obtuvo el premio a la mejor película en la competencia internacional del 20° festival Bafici. Además, Elisa Carricajo, Valeria Correa, Pilar Gamboa y Laura Paredes, que forman el grupo teatral «Piel de Lava» y protagonizan el film, compartieron el premio a mejor actriz. En la competencia nacional, resultó premiada Las hijas del fuego, de Albertina Carri.
Tanto el film de Llinás como el de Carri plantean apuestas originales en el panorama del cine argentino actual.
Llinás, en La flor, expande el territorio de la ficción cinematográfica que empezó a construir en Historias extraordinarias. Lo expande, por un lado, en el tiempo: La flor dura 14 horas, más del triple que Historias…, que ya en su momento fue una película arriesgada por lo extensa -“monstruosa”, había dicho Llinás-.
En este último film la desmesura de la duración se lleva al extremo, casi al límite de lo tolerable para los espectadores habituados a que la salida al cine tome unas horas en algún día en la semana. En esa apuesta megalómana, que para algunos puede resultar antipática, también hay un gesto de vuelta a las fuentes: recupera el espíritu de las películas en continuado o de los ciclos en la sala Lugones, una manera de experimentar el cine que requiere quedarse ahí y hacer una pausa en el ritmo agitado de la rutina diaria.
La flor también le disputa público a las series: 14 horas en un fin de semana no parecen tanto cuando se confrontan con las que tranquilamente pueden destinarse a la maratón de alguna ficción televisiva -como las que ofrece Netflix para que los capítulos se devoren uno tras otro, casi sin intervalos-.
La duración de la película es directamente proporcional al tiempo que tomó la realización: diez años, lo mismo que esperaron los cinéfilos que vieron Historias… allá por 2008 y para quienes una próxima película de Llinás podía representar, como aquel film, un acontecimiento en el cine nacional.
La flor también expande el territorio de la ficción en el espacio: retoma el escenario de la llanura bonaerense que imaginaba Historias… y lo lleva más allá, hacia otras zonas del territorio argentino -la cordillera norteña, la costa atlántica, la sierra ¿cordobesa?- e internacional -distintas ciudades de Europa y hasta la estepa siberiana-.
Finalmente, amplía el territorio de la ficción porque trabaja con una multiplicidad de géneros cinematográficos y referencias literarias, de los que se nutren las seis historias que componen la película. A lo largo de sus 14 horas, se transita así el terror de clase B, el melodrama, el musical, las novelas de espionaje, el género fantástico, el documental meta-cinematográfico, la gauchesca y las historias de cautivas en el “Desierto” indígena.
“El cine es el arte de contar historias”, le dice un miembro del equipo de filmación al director en el Episodio IV. Llinás construye un film en el que las historias aparentemente independientes entre sí se conectan, sin embargo, por una estructura narrativa que las contiene -que tiene forma de flor- y, sobre todo, por la presencia de las Piel de Lava. Allí, más que una expansión de lo que habíamos visto en Historias… hay una reversión: la película anterior de Llinás era casi puramente masculina; esta, en cambio, es fuertemente femeniao.
La flor tiene el tiempo de la vida. Hay momentos en que pasa despacio o en que se espera que algo vaya a pasar. Hay, también, momentos de profunda intensidad, conmovedora en algunas escenas. Como en el episodio IV, cuando después de un largo pasaje en que el director se dedica a filmar árboles sin lograr ninguna imagen que le guste, reaparecen las mujeres en escena y la voz en off concluye que sSi uno filma a alguien abajo de un árbol, pasa algo que filmando al árbol solo no pasa”.
En cuanto a Las hijas del fuego, de Carri, es una película novedosa por la concepción estética y política a partir de la cual se propone representar el cuerpo femenino. Según su directora, se trata de un film porno lésbico, que subvierte los cánones no solo de la pornografía tradicional sino también de algunas concepciones feministas del género.
Carri irrumpió en la escena del cine nacional con su film Los rubios (2003), en el que representaba -desde una perspectiva original y provocadora- su propio proceso de construcción de identidad como hija de desaparecidos en la última dictadura militar. Las hijas del fuego parecería sugerir, con su título -inspirado en un libro de Gérard de Nerval-, un nuevo retorno al tema de la filiación. Pero, en realidad, se propone algo radicalmente diferente.
“Una historia de contagio y no de herencia”, dice la protagonista sobre la película que ella misma está filmando -como Carri, es cineasta-. El contagio es la forma de construcción del relato y de relación entre los cuerpos que, asociada tradicionalmente a la enfermedad -como en los discursos patologizantes sobre las identidades sexuales disidentes-, Carri revierte para volver road trip y fiesta gozosa de los cuerpos femeninos. La película narra un viaje, al que se van sumando más y más mujeres, y una celebración del goce femenino que se expande contagiosamente.
Las hijas del fuego se filmó prácticamente sin varones, con actrices que, en su mayoría, son activistas que comparten militancia lesbofeminista fuera de la pantalla. La construcción colectiva que llevan adelante como feministas fue parte, también, del proceso de realización del film. Hubo ensayos previos en los que Carri y las actrices generaron la confianza y la intimidad necesarias para llevar adelante frente a las cámaras las escenas de sexo que se ven en la película.
Se plantea así una aproximación contestataria al cuerpo femenino no solo por esas escenas de goce lésbico, que se va volviendo orgiástico a medida que avanza el film, sino también por el hecho de que las mujeres que lo protagonizan no responden al modelo hegemónico de femineidad. No son los cuerpos de los que el capitalismo hace objetos de intercambio.
Tanto Las hijas del fuego como La flor se exhibirán en cines comerciales, como parte de los premios otorgados en el Bafici. Cuando eso ocurra, será sin dudas una oportunidad para hacerse parte de las originales experiencias del cine que estas dos películas proponen.
Victoria García – @vicggarcia
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