13 abril, 2018
Pink Flamingos: el gesto libertario de hacer lo que no se debe
Mientras la industria cinematográfica local sufre una de sus mayores crisis, el BAFICI desembolsa el presupuesto más grande de su historia y, entre otras cosas, lo trae a John Waters acompañado de una retrospectiva de sus películas. Entre los títulos del mítico director que conformó la Neo Vanguardia Norteamericana se encuentra Pink Flamingos, la primera de su Trash Trilogy.

El BAFICI cumple 20 años y no anda con chiquitas. Mientras la industria cinematográfica local sufre una de sus mayores crisis, el festival desembolsa el presupuesto más grande de su historia y, entre otras cosas, lo trae a John Waters acompañado de una retrospectiva de sus películas. Entre los títulos del mítico director que conformó la Neo Vanguardia Norteamericana se encuentra Pink Flamingos, la primera de su Trash Trilogy.
Pensar en Pink Flamingos como un film característico de la escena underground norteamericana es pensar en esa categorización a partir de la denominada contracultura tan presente en aquellos años. Es que la película de Waters fue estrenada en los circuitos alternativos en el año 1972, y conocer el contexto en que fue realizada es indispensable para entender el espíritu rebelde del mismo.
En principio hay que comprender el carácter contracultural en términos de cómo fue realizada. Dice Vicente Sánchez Biosca: “A diferencia del sistema de apoyos institucionales y del mecenazgo de que se sirvió Maya Deren, el nuevo cine americano estuvo animado por un principio libertario en el que la solidaridad y la ausencia del afán de lucro coincidían con el rechazo de la condición aurática de los artistas”. Y es notorio a la hora de ver la película los bajos recursos con los que esta cuenta.
Pero esta escasez, consecuencia de ser una producción totalmente independiente, fue lo que le permitió a Waters tener cualquier tipo de libertad a la hora de hacer el desarrollo y caracterización de sus personajes grotescos, sin necesidad de lidiar con ningún tipo de limitación o condicionamiento que hubiera tenido de la mano de la industria. Su estética Camp que funciona como una especie de “sello de autor” se nutre de la falta de recursos. Es más, pone en juego una especie de antítesis de las concepciones del cine de industria a la hora de crear una heroína tan particular como Divine que también se oponía al canon de cuerpo bello femenino, o contraponiéndose a las escenas de sexo románticas e ideales que se veían en Hollywood.
Pero lo potente de Pink Flamingos a la hora de pensarla como una peli contracultural, es rescatar el carácter de rebeldía y provocación que esta tiene. El personaje Drag Queen de Divine habla por sí solo. Lo exuberante, lo provocador, lo desfachatado. El gesto político o vanguardista no está emparentado a una bajada de línea contra hegemónica, sino más bien, se ve desde el desacato al orden de lo establecido.
Mientras seguía sucediendo la guerra de Vietnam y en el gobierno de Richard Nixon primaba la opresión y, principalmente, una idea de disciplinamiento a través de una determinada moral, Pink Flamingos aparece como un film indisciplinado e inmoral. Dice Jonas Mekas: “Su espontaneidad, su anarquía, hasta su pasividad, son sus actos de libertad (…) Pedir al artista norteamericano que haga films «positivos», limpiar —en esta época— todos los elementos anárquicos de su obra, supone pedirle que acepte el orden social, político y ético que existe hoy”.
En los ’70 no siempre era el discurso político duro lo que necesitaba consumir el ciudadano o crear el artista, sino el gesto libertario de hacer lo que no se debía. Eso era lo que funcionaba como bocanada de aire fresco, tan necesaria por aquellos años.
En este caso lo inadecuado según la moral burguesa. Lo asqueroso, lo guarro. Guarrería es mi política, dice Divine. La irreverencia del film de Waters trabaja desde la exageración a modo de respuesta a la censura que es representada por la policía, que son quienes vienen a terminar con la fiesta.
Casi 50 años después de su estreno, el mítico John Waters pisa por primera vez el territorio argentino del cual confesó conocer solo a partir de las películas de Armando Bó, de quien es admirador. Y lo hace en el marco de un festival organizado por un gobierno del disciplinamiento, uno de esos a los cuales él desafiaba en los ’70. Claramente el cine de Waters no contiene la misma rebeldía que hace 46 años, pero la conclusión que podemos sacar a partir de su llegada es que en tiempos de Macri es necesario un nuevo cine rebelde.
Facundo Rodríguez
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