12 abril, 2018
EE.UU. amenaza con atacar Siria… otra vez
Mientras el gobierno sirio logra una nueva victoria frente a la oposición armada, reaparecen las amenazas de una acción militar estadounidense. Apoyándose en nuevas acusaciones por el supuesto uso de armas químicas, Donald Trump anunció la inminencia de un ataque. Rusia no tardó en reaccionar y declaró que sus fuerzas están listas para interceptar cualquier acción contra Siria.

Las tensiones han crecido de forma acelerada en Siria, en medio de una nueva escalada diplomática y militar. El sábado 7 de abril, el gobierno estadounidense afirmó tener pruebas suficientes para responsabilizar al gobierno del presidente Bashar al Assad por el uso aparente de armas químicas en la localidad de Duma. Desde la Casa Blanca se ha buscado llevar el asunto al Consejo de Seguridad de la ONU. Pero fue en la cuenta de Twitter del mandatario norteamericano, Donald Trump, donde la cuestión tomó dimensiones mayores, al anunciar que EE.UU. estaba listo y dispuesto a lanzar una represalia militar sobre el país.
En línea con Washington, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, declaró que su gobierno tiene pruebas que responsabilizan al Ejecutivo sirio por el uso de armas químicas y que mantiene contacto diario con su par estadounidense para decidir qué acción a tomar será la más eficiente. Sin embargo, también afirmó que París busca evitar una escalada que ponga en riesgo la estabilidad de la región.
Por su parte los principales aliados de Siria, Rusia e Irán, han rechazado las acusaciones contra Damasco y anunciaron que actuarían en su apoyo ante cualquier agresión. El gobierno ruso afirmó estar listo para interceptar cualquier ataque. Moscú movilizó parte de su flota para realizar ejercicios militares en el Mediterráneo oriental entre el 11 y el 26 de abril, en anticipación de posibles maniobras norteamericanas y de la OTAN en la zona.
Más allá del rumbo que decida dar a sus operaciones dentro del país, Rusia mantiene y ha ampliado las instalaciones militares en la base aérea de Hmeimim y el puerto de Tartús. Ambas son fundamentales para extender su influencia y capacidad de acción en el Medio Oriente y el Mediterráneo oriental. Para su defensa, desplegó algunos de los sistemas de misiles más avanzados en su arsenal.
Esto limita enormemente toda acción occidental siempre y cuando los mandos militares y políticos quieran evitar una escalada de agresiones. ¿Qué ocurriría si instalaciones militares rusas son atacadas por misiles norteamericanos o si su personal resultara herido o muerto? ¿Y si, en virtud de los protocolos de acción, navíos o aeronaves estadounidense fueran atacados y/o destruidos como represalia? Este escenario no escapa a los cálculos que se hacen en toda mesa de operaciones y debería ser suficiente para disuadir cualquier acción impulsiva o extra limitada.
El último jugador que falta por posicionarse es Turquía. Con su propia intervención militar en Siria, se ha vuelto en un protagonista que nadie puede ignorar y que tanto la Casa Blanca como el Kremlin han buscado alinear con su propia agenda.
La oposición siria no tiene quien le escriba
Duma era el último distrito bajo control rebelde en la zona conocida como Gouta (o Guta) Oriental, parte de la periferia del gran Damasco. Región rica en producción agrícola y con algunos centros industriales densamente poblados, la mayor parte de Gouta Oriental había caído en manos de la oposición armada a lo largo de 2013, donde la ONU estimaba que vivían 400.000 personas. Allí, las distintas milicias que se repartieron el control de pueblos y ciudades montaron pequeñas estructuras de gobierno, desde donde se permitían amenazar el centro neurálgico del país.
Pero esa situación comenzó a cambiar una vez que las fuerzas gubernamentales retomaron la iniciativa a finales de 2015 bajo el paraguas de la intervención militar rusa. Desde entonces fueron los distritos bajo control rebelde los que se vieron gradualmente cercados, situación que llegó a su conclusión en los últimos días. Con el lanzamiento de la operación “Acero de Damasco” a principios de febrero de este año, el ejército sirio ha retomado el control.

Si bien la zona estaba contemplada dentro de los acuerdos de distensión y desmovilización del conflicto -auspiciados desde la mesa de negociaciones que sostienen Rusia, Irán y Turquía- , diferencias acerca de los términos de la tregua entre las mismas facciones rebeldes y la propia determinación del gobierno a recuperar todo el territorio llevaron al colapse del cese al fuego.
Tras aplicar años de sitio sobre estos distritos -que produjeron una severa situación humanitaria para la población civil-, el gobierno sirio supo aprovechar el desgaste y las rivalidades entre las propias facciones rebeldes; alternando el uso directo de la fuerza con procesos de negociaciones con cada grupo por separado. Tras el colapso de sus defensas, las últimas fuerzas rebeldes accedieron finalmente evacuar a sus combatientes y sus familias hacia las regiones de Idlib y el norte de Alepo, actualmente bajo el control de milicias aliadas al ejército turco.
Lo cierto es que nadie cuestiona que la insurgencia siria pareciera tener su suerte decidida a una caída lenta ya anunciada. Cuando esta nueva tormenta se disipe y las potencias que inciden en el conflicto decidan un nuevo término de reglas, posiblemente Damasco elija un nuevo distrito rebelde que retomar.
Ejercicio de músculos
Casualmente, se cumple poco más de un año desde que buques norteamericanos dispararon 59 misiles crucero contra la base aérea de Shayrat. Igual que ahora, el ataque fue justificado como represalia por el supuesto uso de armas químicas en la localidad de Khan Sheykun. Pero la acción fue poco más que una demostración de fuerza sin repercusiones reales en el curso del conflicto.
Tampoco es la forma de presión y presencia que mantiene EE.UU. en Siria, que cuenta con tropas desplegadas tanto en el noreste del país como en el sur, sobre la frontera con Jordania. No han faltado incidentes que involucran choques entre fuerzas sirias y estadounidenses a lo largo de las zonas donde estas entran en contacto. De la misma manera, su aliado Israel recurrentemente lanza incursiones aéreas dentro del país, además de apoyar abiertamente a grupos armados que operan cerca de su frontera.
Lo cierto es que la retórica belicista y unilateral que Trump le ha impreso a la diplomacia estadounidense -junto a lo imprevisible de sus reacciones- también supone un costo que conduce a Washington a una encrucijada: abandonando toda pretensión de construir consenso o equilibrios internacionales, cuanto más siga recurriendo a demostraciones y amenazas, más necesitará hacerlas cumplir si no quiere que su liderazgo como potencia pague el costo del descredito.
Julián Aguirre – @julianlomje
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