10 abril, 2018
Semana Santa en Lusaka
Por Julia Rigueiro. Llegar no fue lo que se dice fácil, aun siendo Lusaka una capital de cerca de tres millones de habitantes. Tres vuelos y varias trabas burocráticas después pude aterrizar en Zambia donde jóvenes camaradas del flamante Partido Socialista estaban esperándonos a mí y a otros delegados y delegadas internacionales que veníamos en el mismo vuelo.

Por Julia Rigueiro. Llegar no fue lo que se dice fácil, aun siendo Lusaka una capital de cerca de tres millones de habitantes. Primero salí de Mar del Plata, en colectivo, la madrugada del miércoles 28 de marzo, camino a Ezeiza. En esto de que Mauricio Macri cerró el Airbus para beneficiar a sus amiguitos de Manuel Tienda León, por ahí mismo empezó el viaje.
En Ezeiza, haciendo el Check-in de la aerolínea low cost brasileña Gol, me exigen la vacuna de la fiebre amarilla. Ya había averiguado en la embajada de Zambia en Brasil (Zambia y Argentina no tienen relaciones diplomáticas oficiales, es decir, ni embajada ni consulado ni nada), y aunque me aseguraron que no la precisaba para ingresar al país africano, parece ser que las aerolíneas por las dudas llevan adelante su propio protocolo de relaciones internacionales.
Pasé ese obstáculo y al rato estaba despegando con destino a la populosa San Pablo. Única forma de llegar desde Sudamérica al sur de África: San Pablo – Johannesburgo. Sobrevolando el puerto de Santos llenaba el cielo una tormenta que impidió que mi avión llegara a horario para conectar con el vuelo de la South African Airlines que me llevaría a Sudáfrica. Resultado: una noche de hotel en Sampa, escala obligada por el clima.
Al día siguiente, jueves santo, volé cruzando el Océano Atlántico casi en línea recta. Pensar que hasta hace unos 200 años ese trayecto lo recorrían los barcos negreros. La habían matado a Marielle cuando me fui, lo mataron a Alexandre Pereira cuando volví.
El viernes santo por la mañana, amaneciendo, llegué a la ciudad sudafricana más importante (no su capital, que es Pretoria), y ahí empezó la aventura de muy pocos días: conocer una pequeña pero significativa porción de ese enorme hermano continente, hacer reales las relaciones sur-sur entre movimientos populares y partidos políticos de izquierda.

Johanesburgo, Joburg como le dicen, me sorprendió desde el aeropuerto: patés de cebra o avestruz, pieles de ciervos, colmillos de elefantes, todo eso para ser comprado en las vistosas vidrieras. Y ni bien llegué, una noticia histórica para Sudáfrica: la primera condena a prisión por insultar a un negro. Después de décadas del infame apartheid, que la tortilla se vuelva que la tortilla se vuelva.
Y ahí tomé el último avión, que aterrizó en Lusaka al mediodía, donde jóvenes camaradas del flamante Partido Socialista de Zambia estaban esperándonos a mí y a otros delegados y delegadas internacionales que veníamos en el mismo vuelo.
La hospitalidad y agasajo con los que nos recibieron fue notable. Como representante de Patria Grande Argentina y del ALBA Movimientos mi tarea consistía en asistir al lanzamiento del Partido Socialista y participar de las actividades que en ese marco se realizaban durante el 30 y 31 de marzo.
Conversando un poco de allá y de acá, en inglés que es una de las ocho lenguas oficiales del país, vamos acercando pareceres junto con brasileros, sudafricanos y sudafricanas, tanzanos, ghaneses, españoles, y un largo etcétera.
¿El mundo es un pañuelo? Ni a palos, y gran parte del mundo nos resulta ancho y ajeno hasta que, compartiendo realidades, nos entendemos y nos vemos los unos a los otros. El imperialismo de todos los siglos se ha dado una maña zarpada para lograr separarnos a los pueblos del mundo, y principalmente a quienes luchamos por el cambio social. Entonces la gente como el Che se ha ocupado de intentar tejer aquello que los dueños de todas las cosas quieren destejer. Las relaciones entre los pueblos del Tercer Mundo están hoy retomando su fuerza.
El Partido Socialista de Zambia tiene un lema triple: justicia, equidad, paz. Sueños de vida o muerte, en un país donde más del 50% de la población (alrededor de ocho millones y medio de personas) vive por debajo de la línea de pobreza. En un país en el que su principal bien común, el cobre, es saqueado por empresas multinacionales que poco y nada dejan en contraprestación.
Restaurar la dignidad del pueblo y perseguir la esperanza de una revolución transformadora que crezca desde Zambia y alimente cambios similares en otros países de la región, son algunos de los objetivos que cerca de 600 militantes del partido compartieron en Lusaka durante ese fin de semana. Poner manos a la obra fue la conclusión obligada.

Una vez que nos sentamos a la mesa, esa noche del viernes, éramos alrededor de 40 delegadas y delegados de diferentes países que habíamos llegado hasta allí para llevar nuestros mensajes de solidaridad.
Ahí estábamos y empezamos por presentarnos, de dónde veníamos y qué hacíamos en nuestros territorios. Hombres y mujeres de los cinco continentes, unidos y unidas por la lucha de un mundo socialista, nos dimos cuenta de que no luchamos solos y que podemos llevarnos de cada experiencia unos gramos más de sal para nuestra tierra.
El domingo fue lo mejor, porque ese día anduvimos por la ciudad y fuimos a comer a uno de esos lugares donde comen quienes viven sus largos días de trabajo y se acomodan un huequito para sentarse a almorzar. Entre olores nuevos de carne asada y verduras cocidas, nos sentamos a la mesa con la grata sorpresa de que en Zambia se come con las manos.
Para poder seguir la rutina después, hay en cada lugarcito instalado a la salida un dispenser de agua y jabón. La cuestión es que la chima (polenta de maíz blanco preparada con poca agua), las hojas de batata, banana, acelga, la pimienta cruda y la carne de vaca o de pescado, se comen alegremente –para mí, al menos, que no guardo mucho aprecio por ese invento europeo de los cubiertos- con las manos.
Al gran enemigo del norte no le interesa que latinoamericanas y africanas nos conozcamos. Que sepamos unas de las otras, que entendamos las similitudes y diferencias de nuestros desafíos. Tampoco se preocupa por que conozcamos que una buena parte de nuestros problemas tienen causas comunes: el capitalismo y el patriarcado, principalmente. Y mucho menos ve con buenos ojos que luchemos juntas.
Por eso allá en Zambia estuve conversando sobre feminismo y los derechos de las mujeres y de la diversidad sexual con compañeras de ahí, de Sudáfrica, de Hong Kong, más otras latinoamericanas y europeas. Encontrarnos nos hace más fuertes y la prueba de ello es el esfuerzo que a lo largo de la historia han hecho por separarnos. ¿O acaso tiene sentido que, tanto una joven zambiana como una joven argentina, sepamos detalles del matrimonio de Angelina Jolie con Brad Pitt y no conozcamos ni siquiera qué se come a uno y otro lado del Atlántico?
Una recomendación que me hicieron antes de partir de Mar del Plata, y que se las retransmito, es la siguiente: dejemos de ver a África con los ojos del Discovery Channel o de la National Geographic, que esos son los ojos del imperialismo.
Conocer Zambia me dejó la certeza de que conocernos más y mejor entre los sures del mundo, también nos hará libres.
@JuliRigueiro
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