9 abril, 2018
Golpe dentro del golpe y militarización del Río Bravo
Por Juan del Pino. La renovada avanzada de Washington y el recrudecimiento de la lucha de clases producto de la merma del crecimiento económico en la región, plantea un escenario de creciente confrontación social donde las mediaciones republicanas se resquebrajan día a día.

Por Juan del Pino. Abril arrancó tenso para los pueblos de América Latina. El pasado martes, mientras en Washington el presidente de EE.UU., Donald Trump, anunciaba el envío de la Guardia Nacional norteamericana a la frontera con México, en Brasil, el comandante en jefe del Ejército, Eduardo Villas-Boas, amenazaba al Supremo Tribunal Federal (STF) de su país con una intervención militar si éste osaba fallar en favor del ex presidente Lula Da Silva.
Dos intervenciones militares simultáneas que, cada una a su manera, atentan contra la soberanía popular en los dos países de mayor peso económico en Latinoamérica. Dos potencias regionales que este año tendrán elecciones presidenciales y cuyas encuestas son encabezadas por sendos referentes populares de histórica rivalidad con el imperialismo norteamericano: Lula y Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
La bravuconada de Trump llegó dos días después de que AMLO, de gira por el norte mexicano, anunciara entre otras cosas su voluntad de crear una zona franca al sur de la frontera con EE.UU. para atraer inversiones, en clara contradicción con las políticas proteccionistas que impulsa el neoyorquino.
Las Fuerzas Armadas brasileñas, por su parte, presionaron para que el STF vote contra el pedido de habeas corpus preventivo presentado por la defensa de Lula. Se trató de un golpe dentro del golpe. Consiguieron, con un ajustado 6 a 5, mandar al ex presidente a prisión y pusieron a Brasil bajo el gobierno de una abierta coalición cívico-militar, donde el impopular Michel Temer cada vez tiene menos peso político.
Mirar más allá del árbol
Luego de la crisis financiera global desatada en 2007/2008, la ofensiva norteamericana en América Latina, que debe comprenderse como una constante, cobró nuevos bríos. Si el golpe a Honduras en 2009 despertó la alarma de los movimientos y gobiernos populares y progresistas, la destitución del ex presidente paraguayo Fernando Lugo (2012) mostró definitivamente que el período de relativa estabilidad democrática, estaba terminando.
La renovada avanzada de Washington (reorientada después del rechazo al ALCA en Mar del Plata 2005) y el recrudecimiento de la lucha de clases producto de la merma del crecimiento económico en la región, plantea un escenario de creciente confrontación social donde las mediaciones republicanas se resquebrajan día a día.
Observar el bosque detrás del árbol es importante para entender que no nos enfrentamos a “una derecha democrática” si no a una ofensiva imperialista orquestada en íntima alianza con la gran burguesía, que busca destruir el acumulado político, social, cultural y económico de los pueblos al sur del Río Bravo, para apoderarse sin mediaciones de las grandes riquezas naturales de los territorios y garantizarse mano de obra barata y dócil.
Si en Argentina los derechos sociales, laborales y políticos son relativamente altos en comparación con la región, no se debe a una vocación democrática por parte de Cambiemos sino al hecho de que el acumulado popular es, también, relativamente alto. Ese acumulado puede leerse en la capacidad de impulsar movilizaciones masivas, en los altos niveles de organización y lucha que atraviesan a la clase trabajadora argentina, en la radicalidad y tamaño del movimiento de mujeres y, también, en el arraigo mayoritario de núcleos de buen sentido, como son el repudio a las dictaduras militares y la aprobación de la intervención estatal en la economía.
El “gradualismo” de Cambiemos se traduce políticamente en ir horadando esos aspectos sin confrontarlos abiertamente, avanzando en la construcción de condiciones que permitan a las clases dominantes asestar una derrota categórica. Ese juego democrático no es una definición estratégica de esta derecha, ni mucho menos de los sectores que la respaldan. Se trata de una apuesta táctica y tenerlo presente resulta fundamental para entender que, si nos equivocamos con fuerza, podemos estar peor. Mucho peor.
Renunciar al triunfo es perder, pero “ganar” a cualquier costo puede ser una derrota
El hecho de que los poderes legislativo, judicial y militar brasileños hayan intervenido para derrocar a la presidenta Dilma Rousseff, encarcelar y buscar impedir la candidatura presidencial de un Lula que encabeza ampliamente todas las encuestas de opinión, demuestra que la democracia en la región está debilitada y que es preciso construir fuerza social capaz de defenderla e imponerla. Pero también puede servirnos para pensar el qué no hacer. No se trata de repetir esa vieja tradición izquierdista del maestro ciruela, si no de aprender de la historia reciente para crecer y mejorar.
En un contexto sumamente frágil como el actual, decepcionar a la propia base es probablemente el primer error que se debe intentar evitar. La experiencia brasileña enseña que un triunfo electoral alcanzado con un frente incapaz de confrontar exitosamente la avanzada antipopular, puede derivar en un retroceso más profundo que una derrota electoral sufrida sin traicionar las expectativas de la propia base.
No se trata de hacer una oda a la derrota ni mucho menos. La construcción de un horizonte posible y deseable y la vocación de poder resultan fundamentales no sólo para aspirar a derrotar esta avanzada neoliberal/imperialista, si no también para proteger nuestro acumulado. Los pueblos no tienen alma de mártires y si no hay expectativas de cambio las luchas se van agotando paulatinamente. Por eso, ir avanzando en la construcción de una alternativa que enamore, que invite a seguir luchando, a renovar el compromiso y las ganas de organizarse, resulta fundamental.
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