23 marzo, 2018
No nos han derrotado
Por Diego Motto. A 42 años del golpe genocida y 35 de la vuelta a la democracia las ausencias no deben invitar a folclorizar la derrota. Hay un presente y un porvenir que nos obliga a crear o errar.

Por Diego Motto. Argentina se destaca en el mundo por el nivel de dinamismo social y político que la habita: vanguardia en cuanto al empoderamiento de las mujeres, un umbral de aceptación bajo frente a medidas que atentan contra derechos conquistados, movimientos sociales de gran potencia, un pacto democrático a la salida de la última dictadura de los más “justos” del mundo, un poder de fuego de los sindicatos poco visto en el siglo XXI.
Resulta llamativo que el país de América Latina que padeció la dictadura militar más despiadada del Plan Cóndor revista, al mismo tiempo, semejante nivel de fortaleza en su movimiento popular. El panorama de otros pueblos de la región que han sufrido dictaduras durante el mismo período es alarmantemente peor, aún en los casos en los que el terrorismo de Estado desplegó menor nivel de ensañamiento.
Todavía hay reivindicaciones pendientes, por lo que resulta necesario poner el cuerpo para que las consignas de Memoria, Verdad y Justicia se cumplan en lo referido a las brutales injusticias cometidas durante aquellos años. Sin embargo, resulta también necesario dar ruedo al trabajo de balance desde el campo popular.
¡No nos han derrotado! ¿Nos han derrotado? ¿Es posible extraer de la última dictadura algunos saberes útiles para un proyecto emancipador?
Vencedores vencidos
Argentina, durante la segunda mitad del siglo XX fue el país que contó con el Estado de Bienestar más extendido, activo y duradero de la región. El desarrollo y la imbricación del Estado en la vida cotidiana, los umbrales de mejoras alcanzados por la sociedad produjeron a nivel de masas una impronta que no pudo ser anulada por la última dictadura, aunque ese fue su principal objetivo.
Esa impronta se explica por lo que significó la primer etapa del peronismo y el “empate hegemónico” posterior a 1955, aunque desborda en la actualidad cualquier identificación política o partidaria. Esa característica, de largo alcance en la historia argentina, no pudo ser desmontada. No pudieron desterrar los elementos que ese período construyó como memoria histórica en buena parte de la sociedad. Por más violencia descarnada ejecutada en un plan sistemático, no lograron salir victoriosos de esa disputa. En ese sentido, los milicos perdieron.
Sin embargo, no es posible decir que los ejecutores y planificadores de la última dictadura no obtuvieron victorias. Colocaron las piedras nodales que acentuaron la instalación de un modelo económico desfavorable para los intereses de las mayorías, que condena a la Argentina a un rol subordinado y dependiente del precio internacional de las commodities que produce. Pero además, hirieron de muerte el eslabonamiento organizacional que funcionó de “vanguardia” del proceso histórico que vivió el país durante buena parte del siglo pasado.
Las organizaciones de diverso tipo que permitieron que el plan de las clases dominantes no se pudiera llevar a cabo durante más de 20 años (de 1955 a 1976), salvo excepciones que no pueden caratularse de honrosas, perdieron a la mayoría de sus mejores cuadros, y la experiencia acumulada de una de las etapas más ricas y potentes en cuanto a construcción subalterna y contra hegemónica se fue con ellas y ellos, y una orfandad y fragilidad objetiva se adueñó del resto.
Vasos Vacíos
La salida de la dictadura tuvo pocas sorpresas positivas en cuanto a actualización de estructuras. Un radicalismo de corta primavera y tibia rebeldía frente a un mundo y una herencia que imponía otras disposiciones. Muy limitada la “renovación” del peronismo, que culminó con la victoria en internas partidarias de Carlos Menem. Poco sorprendente el breve pero intenso momento de masividad alcanzado por el MAS, parte de una corriente de ideas poco relevante en el resto del mundo, fortalecida en Argentina tras la última dictadura por su ubicación y despliegue en esa etapa, y por lo tanto más entera para captar circunstancialmente notorias ausencias. El panorama del resto de las estructuras no revistió diferencias significativas (exceptuando la construcción de la CTA y el movimiento de Derechos Humanos).
Si la última dictadura se fue condicionada por un contexto interno de descontento y baja legitimidad, el escenario posterior demostró que esos núcleos de buen sentido que potenciaron el rechazo al gobierno de facto no alcanzaron para garantizar el surgimiento de un entramado político que se ganara el lugar de continuador (actualizado) de las mejores experiencias previas al golpe.
El quiebre de eslabonamientos en la historia de los pueblos resulta un problema grueso, como planteaba Rodolfo Walsh. Por algunos lustros las organizaciones populares estuvieron conducidas por la lógica del “sobreviviente” o del “aggiornado”. En este sentido, el campo popular argentino resulta atrasado con respecto a los países del cono sur, en los que a la salida de las dictaduras se logró condensar masa crítica para habilitar apuestas progresivas en el sistema político y las principales estructuras sociales, más allá de los resultados posteriores.
Así, no sólo las estructuras partidarias y sindicales tuvieron escasa o nula participación en el 2001, sino que además quienes protagonizaron dicha ruptura no lograron configurar espacio que marcara horizonte posible en clave propositiva.
En ese contexto, el kirchnerismo logró combinar gobernabilidad y renovación al interior de un espacio político que transitaba una profunda crisis. Como en muchos otros aspectos, en el sistema político potenció y realizó avances innegables. Como en muchos otros casos, no fue a fondo y terminó apostando a reconstruir la legitimidad del PJ con la idea de resignificarlo en términos ideológicos y disputarlo ocupando espacios, en lugar de apostar a, desde el control de los comandos del Estado, romper el sistema de partidos pre 2001 y establecer polos a partir de otras claves, entendiendo que en ese aspecto anida otra de las grandes cuentas pendientes que tiene el campo popular desde la última dictadura.
¿Y ahora qué?
Estos últimos años muestran que el campo popular es más potente en el plano de la lucha social que en el sistema político. Puede resultar obvio. En un plano hubo una derrota contundente, falta una de las mejores generaciones que ha parido la lucha de clases en la Argentina. En el otro, existe de piso una tradición que nos distingue frente al mundo, rica en ejemplos, variantes, recorridos previos.
Las ausencias no deben invitar a folclorizar la derrota. Hay un presente y un porvenir que nos obliga a crear o errar. Las ausencias señalan de manera evidente las urgencias, y por lo tanto los pasos a seguir de manera prioritaria.
En el 2018 se cumplen 35 años del retorno de la democracia, las y los que faltan explican debilidades, resulta ya injusto cargarlos con los vicios que seguimos cometiendo quienes en la actualidad dedicamos energía a transformar la sociedad. Las y los 30 mil se notan en lo que urge construir creativamente, tarea difícil pero posible, sobre la base de que hay un pueblo empoderado dispuesto a seguir luchando, participando y apostando al futuro.
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