23 febrero, 2018
[Microrrelatos] Cómo viajar sin tiempo a Burzaco
En épocas donde los tiempos de lectura parecen ser cada vez más ajustados, desde Notas inauguramos una sección de Microrrelatos. Para leer en el colectivo, tren o tirado en un sillón. Hoy: “Cómo viajar sin tiempo a Burzaco”, de Diego Flores.

El conurbano siempre está a punto de parecerse a algo pero su definición queda en la pendiente de las oscilaciones. Si de categorías se trata, al conurba siempre le faltan cinco pa’l peso. Hoy el destino fue Burzaco, el otro sur. La dicha en movimiento y quien escribe anduvimos de favores para con Manuel García, amigo de los grandes que pronto ensayará el oficio de ser papá. Así que cargamos unos petates y salimos en velocidad conversación al sur bonaerense.
La dicha cruzó por primera vez el Puente Pueyrredón y sentí en sus ronroneos la felicidad reinante ante tamaño logro. Cuando transitamos las calles de Lanús, esgrimimos la hipótesis de que allí había ocurrido un bombardeo, los pozos tenían el tamaño de un fitito y quizás en sus profundidades habiten los famosos hombres topos.
Cuando llegamos a la casa de los García, no alcancé a estacionar que ya tenía una torta frita en la boca, el papá de Manu ya me había saludado sin que me diera cuenta y estaba por la mitad de un relato del que ni siquiera me había anoticiado.
La casa de los padres de Manu es una casa con un jardín delantero bellísimo, desde donde se puede apreciar el color hermoso de una casita que se presenta a dos aguas. Los cuartos se fueron levantando a medida que llegaban los hijos y en el fin de la casa descansa un galpón taller donde don García despunta el vicio de la forma y las maderas.
Estuvimos no más de diez minutos. Mientras Doña García me contaba que acaban de cumplir 50 años juntos (que no es lo mismo que decir matrimonio, vaya cosa fría) me iba llenando de comida. De golpe yo tenía canelones, sanguchitos, unas criollitas, una oferta para llevarme bananas y si la hubiese dejado me daba la heladera y me obsequiaba el teléfono inalámbrico.
Antes de salir don García me hizo un resumen fugaz por su vida: que laburó en el bar London y simultáneamente de tachero, que después se fue a Swiss Medical y que un día se fue a hacerse la España hasta que las olas de la crisis financiera lo depositó nuevamente en estas costas. Me dijo “si yo te cuento lo que sé”, sembrando, inteligentemente, un anzuelo que quiero morder. En esos breves diez minutos supe que siempre voy a querer pasar a tomar unos mates a lo de los García.
Saludamos con abrazos y apretones y con Manucho nos subimos a la dicha. “Son ocho y menos cuarto, a las nueve tienen que estar llegando”, dijo don Garcia, subestimando los poderes de la dicha en movimiento, pues se hicieron las diez de la noche y con Manu estábamos zigzagueando la calle Santa Fe. Pero bebíamos mate y hablábamos de Chile, del conurbano, de las cosas que se nos fueron de las manos. Y el tiempo, entonces, no era más que una máscara que inventaron los cobardes.
Diego Flores
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