Batalla de Ideas

21 febrero, 2018

Encuentros y desencuentros entre el movimiento obrero y el de mujeres

Por Guadalupe Santana y Florencia Trentini. ¿Cuál es el vínculo entre el sindicalismo y el feminismo en el nuevo escenario del movimiento obrero? ¿Cuáles son los desafíos que nos tocan como trabajadoras y feministas en la reconfiguración del sindicalismo?

Por Guadalupe Santana* y Florencia Trentini**. El año pasado, después de la gran movilización de la CGT del 7M, finalmente fuimos nosotras (las mujeres) las que le hicimos el primer paro al gobierno de Mauricio Macri. Como afirmaba la campaña del colectivo Ni Una Menos, mientras nosotras tomábamos las calles, la cúpula de la CGT tomaba el té con el gobierno y le esquivaba a la demanda social y de sus propias bases de concretar el llamado al paro general.

Un año después, nos encontramos con dos fechas importantes para expresar el repudio a las medidas de ajuste del gobierno: 21F y 8M. Frente a esto nos preguntamos, ¿Cuál es el vínculo entre el sindicalismo y el feminismo en el nuevo escenario del movimiento obrero? ¿Cuáles son los desafíos que nos tocan como trabajadoras y feministas en la reconfiguración del sindicalismo?

21F: ¿quienes luchan y quienes se entregan?

La convocatoria a la movilización del 21F ha generado un reacomodamiento de los actores sindicales, o más bien ha clarificado ciertos posicionamientos (que no garantizan ser duraderos). Desde el gobierno se trata de instalar una idea muy fácil: los que llaman a la marcha son todos kirchneristas o de izquierda.

Sin embargo, quienes hayan prestado atención a los movimientos que se vienen dando en el sindicalismo sabrán que existe otra forma de entender lo que sucederá esta jornada: los que llaman a la marcha están en contra de las medidas del gobierno. No son moyanistas, sino que no acuerdan con cerrar las paritarias por debajo de la inflación, con los despidos masivos de laburantes, con la inminente reforma laboral.

Así, mientras la CGT se debilita crecen las posibilidades de articulación entre distintos actores opositores al gobierno. El pasado 8 de febrero, en la sede central de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), movimientos populares y organizaciones sociales y políticas se reunieron con las principales centrales sindicales opositoras y acordaron movilizar juntos el 15 y 21 de febrero y el 8 de marzo.

Del otro lado, quienes nuevamente no movilizan son los llamados “gordos”, jefes de los sindicatos de servicios, que junto a los “independientes”, de histórico buen diálogo con el poder de turno y Barrionuevo, encararon con el gobierno las negociaciones sobre los fondos de las obras sociales. De este modo, los intentos del oficialismo para terminar de minar una unidad de la CGT que nunca fue tal, refuerzan una curiosa fobia a las calles de estos dirigentes.

El desafío que queda expresado para el movimiento obrero organizado es seguir construyendo unidad para enfrentar el ajuste, a pesar de las conducciones inertes y de las maniobras gubernamentales. Unidad que debe ser reformulada en función de las heterogeneidades del mundo del trabajo. En este sentido, la unidad de acción con las CTA y con la CTEP es un buen reflejo, por ahora, tan sólo defensivo. Sin embargo, hay una tarea pendiente: el movimiento de mujeres parece quedar al margen de estos reacomodamientos.

El movimiento de mujeres y el 8M

El primer Ni Una Menos, el 3 de junio de 2015, fue la cristalización masiva de décadas de acumulación y construcción paciente y tenaz. El movimiento allí expresado tuvo continuidad a través del colectivo organizador, que buscó confluir con otras organizaciones de mujeres preexistentes.

Nacido al claro de un reclamo básico de supervivencia, ya el año pasado, con el primer paro internacional de mujeres, incorporó la perspectiva clasista y entendió que la lucha de las mujeres e identidades feminizadas, en un contexto de gobierno neoliberal, es una lucha contra la feminización de la pobreza.

El achicamiento del Estado, así como los despidos y el crecimiento de la desocupación, nos afectan diferencialmente a nosotras, porque sobre nuestras espaldas recae la subsistencia de las familias.

Somos quienes más sufrimos la desocupación; estamos sobrerrepresentadas en los trabajos precarios, informales, mal remunerados; y somos las primeras en ser despedidas por nuestra condición (real o potencial) de madres. Nos vemos afectadas por la brecha salarial, por el techo de cristal y por la violencia laboral. Tenemos una doble jornada laboral porque encaramos las tareas de cuidado de personas a cargo y del hogar.

Considerando esta realidad, en las asambleas preparatorias de la movilización de este 8 de marzo se resolvió adherir a la movilización del 21F y a la vez, convocar a las centrales obreras a un paro general para esa fecha que le den a la jornada un consecuente perfil popular y de clase.

Más allá de que las centrales se hagan eco del pedido, son destacables los esfuerzos que desde el movimiento de mujeres se plantean por lograr mayores niveles de entendimiento con las centrales obreras, cuyas bases en muchos casos integramos. Esta disposición no excluye los cuestionamientos hacia nuestra escasa representación en las instancias de dirección sindicales. Este feminismo popular ha llegado para cuestionar todo lo que deba ser cuestionado y fundamentalmente, para democratizar las instancias de la vida social que aún permanecen en un plano de desigualdad para las mujeres.

Para el movimiento de mujeres, entonces, el desafío en el corto plazo es lograr mayores niveles de articulación con un movimiento obrero organizado, al menos su fracción más movilizada que, si bien viene lento de reflejos, ha mostrado algún atisbo de ampliación, como ser, a través del diálogo con los/as trabajadores/as de la economía popular.

En el mediano plazo, la tarea estratégica es ampliar la agenda del movimiento de mujeres y trascender hacia la del conjunto de los trabajadores y trabajadoras, logrando, por ejemplo, una participación organizada en las jornadas de lucha contra la inminente reforma laboral que, como sabemos, tendrá efectos aún más negativos para nosotras.

Para que la resistencia sea efectiva, la unidad de acción y la programática, no pueden esperar más: como dice el refrán popular, si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma. Nosotras, que de remarla en tiempos de crisis sabemos mucho porque lo que está en juego también es mucho, tenemos un ejemplo para darle a nuestro pueblo. Ya lo dijo Lohana, el tiempo de la revolución es ahora.

* Delegada de la Asociación de Empleados/as Judiciales de la CABA (AEJBA) – @puede_fallar

** Investigadora CONICET – @flortrentini

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