8 febrero, 2018
Venezuela hacia el punto de inflexión (III)
Por Julián Aguirre, desde Caracas. Definiciones que se cierran y nuevas incertidumbres por el futuro próximo de Venezuela. Se ha confirmado el calendario electoral, con los comicios presidenciales definidos para el 22 de abril. En un giro de los acontecimientos, la oposición decidió retirarse del proceso de diálogo . Las presiones dentro y fuera del país se incrementan la fecha “final” se acerca.

Por Julián Aguirre, desde Caracas. Cuando el camino parecía discernirse de a poco, la incertidumbre vuelve a ser la norma que rige la dinámica política venezolana. El miércoles 7 de agosto, tras varios días de rumores, versiones contradictorias y mensajes ambiguos, la delegación de la oposición venezolana decidió retirarse del proceso de negociaciones con el gobierno en la República Dominicana. El diálogo para asentar un acuerdo político que sirva de base para encauzar la polarización en el país entró así en “receso indefinido”.
Pocas horas después, la presidenta del Consejo Nacional Electoral (CNE), Tibisay Lucena, anunciaba las fechas del calendario electoral, confirmando los comicios presidenciales para el 22 de abril.
Oficialismo y oposición parecen trabados en ver quién patea la mesa más lejos, en un juego de suma cero sin terceros actores que vuelquen la balanza a un lado u otro.
La habilitación de partidos y la redefinición de otras condiciones del juego electoral, la liberación de aquellas figuras que la oposición insiste en llamar “presos políticos”; una posible reestructuración del Consejo Nacional Electoral y la definición de la fecha final de elecciones estuvieron entre los puntos de (des)acuerdo.
Resignación era lo que transmitían los rostros y las primeras declaraciones del ex presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, uno de los principales impulsores y mediadores del diálogo, y el presidente dominicano, Danilo Medina. Por su parte, el ministro de exteriores de Chile, Heraldo Muñoz, señaló que el gobierno no daba garantías para elecciones libres en el país y lamentó la situación a la que se llegó. El canciller de Bolivia, Fernando Huanacuni, denunció la existencia de presiones externas sobre la oposición para que este se rehúse a aceptar el acuerdo existente.
Mueven las blancas
No hay lugar a las casualidades. La retirada opositora de la mesa de diálogo coincide con la gira que el Secretario de Estado norteamericano, Rex Tillerson, inició por la región el 1ro de agosto. “Qué hacer” con Venezuela ocupó el centro de la agenda que el diplomático estadounidense trató con los jefes de Estado durante su visita a México, Argentina, Perú, Colombia y Jamaica. Alinear los esfuerzos para ejercer nuevas presiones diplomáticas y económicas luego de que la Casa Blanca adelantara su posición de no reconocer el resultado de las próximas elecciones.
Tillerson no dudó insinuar la posibilidad de un golpe militar como recurso para definir una “transición” de gobierno en Venezuela. Las Fuerzas Armadas venezolanas se pronunciaron en repudio de estas afirmaciones.
Con la suspensión de Venezuela del Mercosur en agosto de 2017 y la realización de ejercicios militares conjuntos entre EE.UU. y varios países sudamericanos en la Amazonia brasileña en noviembre, el proceso bolivariano afronta la realidad del cambio de equilibrio político en la región. A esto debe sumársele el estancamiento de espacios de articulación como Unasur y CELAC, anteriores exponentes de la nueva diplomacia latinoamericana que supo contrapesar la influencia de Washington.
Nuevos factores de riesgo se encuentran en Ecuador, tras el giro protagonizado por el presidente Lenin Moreno y su disputa con Rafael Correa. Los gobiernos en Quito y Caracas han cuidado de no elevar tensiones, por el momento. Y por el otro lado habrá que contar con el resultado de las elecciones en la vecina Colombia, ahora que el ascenso electoral y posible regreso de Álvaro Uribe, enemigo acérrimo del chavismo, ha empujado al mismo gobierno de Juan Manuel Santos a endurecer su posición hacia Venezuela con tal de no perder votos por derecha.
El nuevo plan de sanciones y medidas económicas que Washington y la Unión Europea se plantean implementar coincide con la recuperación gradual pero sostenida del precio del barril de petróleo en casi más de 20 dólares entre principios del año pasado y febrero de este año. No por nada, Maduro se dedicó personalmente a encabezar una gira en la segunda mitad de 2017 para visitar a varios de los principales países productores de crudo ubicados tanto dentro como fuera de la OPEP. El secretario general de la organización, Mohammed Barkindo, se reunió con el presidente venezolano en el Palacio de Miraflores a principios de esta semana.
Quemar las naves
A nadie en la escena nacional escapa que la oposición venezolana está en su mayor crisis de los años recientes, atravesada por tensiones internas cada vez más profundas.
Dos “tendencias” o posturas se perfilaron de cara al proceso de negociación: un sector pragmático, hegemonizado hoy por Acción Democrática, y abierto a la idea de entablar un entendimiento donde definir las condiciones para las elecciones presidenciales para capitalizar en las urnas el malestar por la situación actual del país; y un sector que, por convicción o resignación, no encontraba otra alternativa que el boicot, la presión internacional y un posible regreso a las calles como método para imponer una salida forzada del gobierno de Nicolás Maduro. Este además cuenta con el apoyo y el lobby de referente del ala conservadora del Partido Republicano de EE.UU., como los senadores Marco Rubio y Ted Cruz, hijos de la comunidad cubana de Miami.
Según las circunstancias, ambos sectores se complementan o chocan por liderar a la oposición en su junto. Finalmente, el segundo enfoque parece haber reafirmado su posición.
Se trata de un elemento fundamental para entender al antichavismo así como sus limitaciones: más allá de su oposición acérrima al gobierno, no logra encontrar o desarrollar puntos de consenso entre sus propios miembros que se resuman en un programa de gobierno o en una estructura de liderazgo.
Esta falta de cohesión daña su capacidad para presentarse como una alternativa atractiva más allá de su núcleo duro de votantes y partidarios. Este es un elemento central en la estrategia del gobierno para garantizarse una victoria electoral, para lo cual cuenta con que la oposición no logre saldar sus diferencias a tiempo para presentar una propuesta en las urnas.
En cualquier caso, el gobierno debe alcanzar un doble propósito. No se trata solo de qué sino de cómo. Si lograr ratificar un segundo mandato de Nicolás Maduro en la situación actual del país ya es un reto suficiente, debe garantizarse además la participación de la oposición, o al menos de una parte de ella. Es vital para mantener en pie la legitimidad no solo de un gobierno sino del sistema político en su conjunto.
La oposición ya quemó las naves no una sino en dos ocasiones en los años recientes, apostando todo a promover la salida anticipada del gobierno para luego pedir elecciones presidenciales anticipadas. No logró lo primero y hoy parece rechazar lo segundo. ¿Será esta la última carta para bajar los ánimos al renovado optimismo del gobierno venezolano, arrancar mejores condiciones y volver al cauce esperado? ¿O realmente se impusieron quienes apuestan por un nuevo salto al vacío?
El año pasado la disputa por el rumbo del país se dirimió entre las urnas y las calles, y el desenlace acabó imponiéndose en las primeras.
@julianlomje
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