Cultura

2 febrero, 2018

[Microrrelatos] Formas de perderse para siempre

En épocas donde los tiempos de lectura parecen ser cada vez más ajustados, desde Notas inauguramos una sección de Microrrelatos. Para leer en el colectivo, tren o tirado en un sillón. Hoy: «Formas de perderse para siempre», de Diego Flores.

Soy Diego y tengo una kombi que se llama la “La dicha en movimiento”, nos gusta salir a la noche cuando Buenos Aires parece dormirse, a recorrer lentamente las calles, mientras de fondo suena Sinatra o Elvis. A veces cuando la luz del semáforo se refleja en el espejo juego a Taxi Driver e imagino que Scorsese nos dirige una maniobra.

“La dicha” y yo carecemos de ese sentido navegante que algunos llaman orientación, en cualquier viaje largo siempre chingamos por porotos alguna calle y terminamos en ese barrio siempre omnipresente llamado loma del orto.

Hemos tenido actuaciones destacadas saliendo de Plaza Irlanda camino a Parque Centenario terminando en la cancha de Ferro o salir a 15 cuadras de casa agarrar uno de esos pasajes propios de Parque Centenario y empezar a dar vueltas en un rulo cada vez más chico que parecía que de un momento a otro uno iba a doblar sobre sí mismo.

A este pesar, que ya es magia lúdica, hemos tratado de solucionarlo de diversas maneras, mi padre me ha regalado una brújula que pongo en el tablero pero que a la kombi le gusta más bien poco, puesto que de tanto en tanto aparece por el suelo en clara señal de desentendimiento estilístico entre los involucrados.

Sospeché que quizás aprendiendo astronomía de orientación… pero desde Villa Crespo la esfera celeste es poco probable de ser vista.

Pero cuando más nos perdemos, con más fervor errante, es cuando tenemos invitados/as. El sábado le tocó la dicha a nuestra amiguita Viki Magadan. Salimos a paso lento y preciso desde los confines de Villa Urquiza, durante el tramo inicial fuimos conscientes de cada uno de nuestros actos y maniobras. Al llegar por fin a esa calle malvada e imprecisa con nombre de mitad de oración llamada “De los Incas”, pensamos que tal vez la mejor forma de llegar a Palermo era dando toda la vuelta a capital, así que enderezamos las velas y turbinas hacia el oriente.

Luego de pasar calles y calles de nombres nunca evocados y bajo una lluvia torrencial llegamos al acuerdo irrevocable de que estábamos plenamente perdidos. De golpe no había autos, ni avenidas, ni heladerías Freddo que nos guiaran. Yo siempre atento a la patafísica estimé que de tanto leer al bueno de Cortázar había caído preso de una de sus novelas y que en cualquier esquina nos íbamos a topar ahí mismito con la Torre Eiffel.

La kombi entretanto disfrutaba la lluvia y la libertad. Llegamos al delicado momento de tener que bajar la ventanilla y preguntar a tientas donde estaba Cabildo, Córdoba o el planeta Tierra. Dimos por fin con un auto que emergía de las tinieblas del silencio. Con acento de Gretel, Viky preguntó por algún punto cardinal y allí sentimos el horror: “Sí, acá tenes la General Paz”. Hubo un fundido a negro, un alboroto silencioso y creo que alguno de los dos se desmayó y se convirtió al budismo en el mismo acto.

Finalmente dimos por fin con una patrulla policíaca que sin mucho esmero ni entusiasmo didacta nos explicó: “Doblá acá, Sssssan Martín y le metes derecho calcula que son die’ minuto’ y te chocas… te choca’ con Cabildo”.

“No te podes perder”, dijo, desconociendo las buenas artes del interlocutor. Dos horas después llegamos a destino.

Diego Flores

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