América Latina

1 febrero, 2018

Venezuela hacia el punto de inflexión (II)

Por Julián Aguirre, desde Caracas. Venezuela celebrará elecciones para elegir presidente antes del 30 de abril y la Revolución Bolivariana se dirige a su prueba más grande. Una oposición dispersa, una situación social y económica crítica y presiones internacionales que aumentan día a día ¿Podrá el chavismo defender su continuidad al frente del gobierno? ¿Final o comienzo de un nuevo capítulo?

Por Julián Aguirre, desde Caracas. Venezuela celebrará elecciones para elegir presidente antes del 30 de abril y la Revolución Bolivariana se dirige a su prueba más grande. Una oposición dispersa, una situación social y económica crítica y presiones internacionales que aumentan día a día ¿Podrá el chavismo defender su continuidad al frente del gobierno? ¿Final o comienzo de un nuevo capítulo?

El país se dirige al que puede ser el punto de quiebre de estos 18 años de chavismo en el gobierno. La Asamblea Nacional Constituyente (ANC) oficializó la decisión de adelantar las elecciones. En medio de la dispersión opositora, el gobierno aspira a dar un golpe de efecto apoyado en las victorias en las urnas del año pasado.

Contra la gran mayoría de los pronósticos, el gobierno de Nicolás Maduro logró cerrar el año pasado con una victoria táctica en medio de una situación defensiva. En un contexto de cambio en el equilibrio de fuerzas políticas en la región, de crisis y retroceso de los proyectos de izquierda y progresistas en favor de las viejas y nuevas derechas, se sostuvo, ganando tiempo y acomodando el tablero.

En una ronda de tres victorias electorales consecutivas, el chavismo logró desactivar la ofensiva de la oposición, arrebatándole la iniciativa para imponer las reglas del juego. La violencia callejera que la dirigencia opositora alentó en la primera mitad de año con el fin de forzar la salida anticipada del gobierno recibió la condena incluso de sectores no oficialistas. La Constituyente significó en primera medida eso: la reacción de gran parte de la sociedad por evitar llevar el conflicto civil a un punto de no retorno.

Igualmente, el gobierno cometería un error si cree que esa participación se traduce automáticamente en un acompañamiento. La Constituyente logró canalizar la polarización por vías institucionales, ser un “mecanismo de paz”; pero aún debe ser capaz de articular respuestas a la profunda crisis social y económica que ha erosionado los niveles de bienestar alcanzados en años anteriores.

Las cartas y la mesa

El humor general en la calle expresa ansiedad e inquietud por ver respuestas rápidas a los problemas de la gente que no reconocen diferencias partidarias: la hiperinflación, el contrabando, el dólar paralelo que ha capturado la economía, como elementos de la guerra económica; la mejora de los servicios, el combate a la corrupción y la ineficiencia en la gestión pública, entre otros. Ejes reconocidos por el gobierno entre sus prioridades, pero frente a los cuales aún no se logran resultados.

Otra cosa que demuestran las elecciones pasadas es que ningún intento por forjar una “tercera posición” ha dado resultados. La polarización no da lugar a puntos medios que prueben de alguna manera conciliar a los extremos. El chavismo, incluso los más descontentos con el curso actual, encuentran en el PSUV y el Gran Polo Patriótico el canal por donde expresarse.

Como en 2017, otro factor será la influencia del exterior. Paradójicamente, puede acabar beneficiando en lugar de torcer el brazo del gobierno. Conforme se acentúe la presión diplomática y financiera de Washington, la OEA, la Unión Europea y otros actores, la percepción de peligro del proceso bolivariano en su totalidad afirma el cierre de filas.

La oposición aún está intentando sanar las heridas, enfrascada en combatir sus propios fantasmas en medio de profundos desacuerdos y disputas por el liderazgo. Pese a dar mensajes ambiguos, la decisión de validar su tarjeta electoral para los próximos comicios (al igual que en las regionales pasadas) supone una aceptación de las condiciones del gobierno. Después de todo, y pese a criticar el adelanto de las elecciones, la dirigencia opositora venía reclamando desde hace tiempo una votación anticipada; y aún puede aspirar a capitalizar y recoger el malestar social general con la situación económica.

Entre ambos polos hay un sector muy fluido y volátil. Es una porción del electorado que así como pudo haber votado a la oposición en 2013 y 2015, también optó por participar de la Constituyente en rechazo de la violencia.

Pudieron haber votado al gobierno en los años de bonanza pero sin involucrarse profundamente en el proceso de politización radical y configuración de nuevas formas de participación que incentivó el chavismo. Se insertaron más bien como consumidores. Las expectativas y aspiraciones que forjaron en los años dorados hoy chocan con las condiciones reales para desenvolverse en medio de la crisis.

Las presiones al siempre evasivo Lorenzo Mendoza, un modelo casi de manual del empresario outsider, para que se presente como candidato de la oposición ponen en evidencia el agotamiento de los liderazgos ya conocidos. ¿Una crisis de representación?

Los homenajes a la figura de Óscar Pérez (quién disparó a edificios públicos desde un helicóptero el año pasado y fue recientemente asesinado en un operativo para capturarlo) expresan también un sentimiento de decepción de los opositores con su propios representantes y su pragmatismo. Del recurso de la violencia como respuesta al fracaso político.

Bailar en la grieta

El chavismo ganó tiempo, reafirmó la adhesión de su base social cerrando filas alrededor del liderazgo de Maduro y hasta logró reconstruir el entusiasmo desgastado en estos años. Ha demostrado que más allá de una gestión de gobierno, es una fuerza social, una experiencia viva y una identidad con arraigo en vastos sectores de la población, aún si su hegemonía está puesta en cuestión.

Porque reconstruir una mayoría electoral no es sinónimo de recuperar la capacidad para generar consenso alrededor del rumbo que ha de dársele al país. Que el chavismo se muestre más sólido y dispuesto a la contienda electoral no aminora los desafíos que vienen con años de desgaste.

En este sentido se le presentan dos retos interrelacionados: ¿cómo levantar al país siendo que su principal recurso, el petróleo, parece que no devolverá la bonanza pese a una recuperación parcial en este año? Y, ¿cómo reconstruir el entusiasmo junto a los aspectos más creativos de un proceso que ofreció una alternativa de futuro para millones?

Además, carga con otro problema que ha marcado -y castigado- a los proyectos de cambio en la región en años anteriores: la dificultad para construir nuevos liderazgos y sucesiones en las referencias nacionales. Maduro validó su figura como conductor ante la base del chavismo, pero debe cargar con ser la figura representativa del estado actual de cosas.

En una cultura política donde el rol de los líderes adquiere tanto peso y centralidad, el presidente es responsable de todo lo que acontece en el país, para bien y para mal. Y la realidad no ha sido bondadosa con Venezuela.

Desde la oposición no ha podido aún dársele forma a un proyecto que reconozca la existencia del otro, del chavismo otro como sujeto legítimo. Empecinada en alimentar ese antagonismo, se aferra a fórmulas -la “libertad” en abstracto frente a una “dictadura”, aún si luego se presentan a elecciones- y discursos que refuerzan la adhesión de sus seguidores pero que difícilmente presentan una alternativa o propuesta atractiva para el resto.

Esa es la raíz de la profunda polarización social, política y hasta cultural que ha atravesado el país; dos bloques que representan proyectos antagónicos de cómo entender al Estado y la sociedad, pero también de cómo interpretar y relatar la historia y el presente de Venezuela. Y en ese juego de opuestos, de suma cero, el chavismo ha demostrado hasta hoy una mayor capacidad de cohesión y movilización -en las urnas y en las calles-, sin que ello niegue las tensiones internas.

@julianlomje

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