Cultura

30 noviembre, 2017

Stoner: la vida breve

Publicada en 1965, la tercera novela de John Williams (Texas, 1922 – Arkansas, 1994) fue olvidada por todos. Reeditada por The New York Review of Books a principios del siglo XXI, consiguió imponerse con justicia como una obra maestra de la literatura mundial.

Publicada en 1965, la tercera novela de John Williams (Texas, 1922 – Arkansas, 1994) fue olvidada por todos. Reeditada por The New York Review of Books a principios del Siglo XXI, consiguió imponerse con justicia como una obra maestra de la literatura mundial.

Nadie puede negar que los escritores del sur de los Estados Unidos son geniales. Temas universales que abarcan la vida y la muerte fueron tratados con profundo simbolismo por prosas que muestran lo cotidiano con brutal desgarro. Universos burgueses, asfixiantes y absurdos compiten por la desintegración de los personajes que giran desconcertados en el ostracismo y el sinsentido nostálgico de sus propias existencias.

Si William Faulkner (1897-1962) dijo alguna vez que la vida es un camino sin retorno, John Williams (1922-1994) vino a reafirmar esa idea con Stoner. Edward Stoner, personaje principal de la tercera novela de Williams, parece estar subido desde el inicio en una cinta transportadora. Espectador principal de su propia vida, observa su transcurrir resolviendo sus problemas sin rebeldía. Paradójicamente, el único acto que lo revela como un otro, se le presenta en su juventud pero como algo ajeno a su voluntad, inquebrantable, como un destino del cual no puede escapar. Stoner acepta su verdad y se sube a la cinta de la vida con desgano.

Sumido en ocasiones por grandes esperanzas, ni siquiera el amor es capaz de sacarlo de ese sopor constante, ese peso triste llamado vida.

A la vez existe en él una lucha por entender a los otros y a sí mismo, mientras la cinta se acelera y los años pasan con angustia y pasividad por sus ojos. En la novela de Williams se huele a Kafka en esos encierros cotidianos que el personaje debe aceptar como una imposición ridícula: los modales burgueses y la familia como institución necesaria.

Ambientada durante el transcurso del Siglo XX, propone como un juego de espejos que proyectan la barbarie al infinito a las dos guerras mundiales. Edward observa como su maestro llora por el inicio de la Primera Guerra y no comprende. Luego será él quien haga lo mismo cuando sus alumnos se enlisten para combatir al Tercer Reich.

Escrita en tercera persona, el narrador omnisciente funciona perfecto a modo de fuelle que abre y cierra a tiempo el abanico de emociones retenidas del personaje principal. Stoner es un alma torturada por sus propias pasiones que nunca deja salir; como si Alekséi Ivánovich de El Jugador de Dostoievski sufriera por lograr controlar su adicción al juego. Si bien en algunas ocasiones hay desvíos, ninguno es tan grave como para escapar del decoro impuesto por la sociedad y el destino.

La mirada de los otros personajes hacia Stoner siempre es compasiva. Ellos, adaptados al devenir, no comprenden la humanidad de Edward quien los mira y describe con la extrañeza del Mr. Chance de Jerzy Kosinski pero con una ingenuidad no naif; la de un hombre que parece saber mucho pero que nunca encontró las respuestas que buscaba. Tal vez la única respuesta válida sea que todo es en vano, y un Stoner más maduro se dedique a incomodar con nimiedades a aquellos que sus vidas son el centro del mundo.

El relato avanza en sin prisa pero sin pausa. Las descripciones se empapan de esa nostalgia tan densa y bella que Edward Stoner intenta ocultar. Como si Tolstoi hubiese revivido en Williams y La Muerte de Iván Illich sea necesaria para entender al relato y lo que esa cinta transportadora llamada vida deja al terminar.

Mariano Cervini – @marianocervini

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